lunes, 20 de abril de 2009

Plastilina

"¡Fuego! ¡Fuego sobre mí! ¡Aquí! O me rindo.
¡Cobardes! ¡Yo me mato! ¡Yo me tiro a las patas de los caballos!" * **
Jean Arthur Rimbaud

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La estocada de la estoica
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"Repugnante como una ballena franca serpenteando con dificultoso garbo por un desierto de sal y asidua a las crisis de la luna y los vigorosos dejos de luz que impregna el sol rebotando con reboso en las pálidas caras de los desgraciados en el amor, se dignó a dilatar cada minucioso acicate que presentase la naturaleza en su camino. Sorda del ojo izquierdo y ciega en el tacto de las mandrágoras desemejantes al séquito de ninfas de Apolo. Nacida mujer, en cuerpo de mujer, aunque sus costumbres bárbaras (ligadas a Grambinus, San Patricio y un horrible vikingo del cual no pienso dejar referencia) hayan soliviantado con azarosa perplejidad a quienes testificaron. Un cúmulo de caras sin nombre se agolparon en una infinita lista-memoria de compañeros sexuales. Un deshidratado y risueño recuerdo de amor le quitó el sueño: un solo amor para toda la vida, como los hipocampos. ¡Qué vida! ¡ay, ay, ay! ¡uy, uy, uy!, ¡glup, glup, glup! Muere en Villa General Belgrano de una cirrosis fenomenal ¡glup, glup, glup! En su epitafio, yace la leyenda “¡aaaagggffffff!” -una suerte de onomatopeya del jadeo masculino luego de finalizado el coito, música que, con retozo, hizo eco en su cabeza durante las últimas diecisiete primaveras."
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Así fantasea, Ekaterina, esbozando una breve y condimentada autobiografía para el que será su primer y último libro. Tratará su visión del gentío encolerizado, con su pasado a cuestas y la lluvia ácida sesgando el cristiano resplandor de la quietud: esplín de los esplines.
Ella espera a la muerte apetitosamente, la conoce, la proyecta y la desenmascara con abominable soltura. De alguna manera, sabe que, por más que parezca un disparate, inesperadamente un cóndor la raptará, la llevará a su agujero en lo alto del cerro La Ventana y desgarrará su vagina con singular pasión -como un lobo se debe a la luna, un cactus a sus reservas o un mexicano a su chile. Quizá corra con otra suerte y despierte otras tantas madrugadas, sea tal la última, ahogada en su miseria, su karma, el alcohol. O bien, reviente por autocombustión. Sea como sea, es tal su seguridad -respecto de su venidero óbito- que resulta sencillo comprender la vehemencia con la que entreteje cada uno de los menesteres propios de aquél que anhela la inmortalidad.
Ekaterina guarda sus cosas y se dispone frente a la puerta del tren.
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Subte Línea B, Estación Carlos Gardel
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Hace una pausa en su trayecto para evitar a los carteristas, fumadores empedernidos, negros de ojos tristes, príncipes apócrifos, paraguayas-murallas y otros hologramas de la urbe del Abasto, entretanto detiene su mirada en un graffiti de carácter antisemita: “maten a los judíos, contaminan con los pies sobre la tierran”. Un ramillete de sensaciones nauseabundas y de tristeza se apoderó de su vientre que, tras una sucesión de eructos que intentaban emular la “Tubular bells” de Oldfield pero con olor a milanesa, regurgitó a un rabino de cabellos pesados que se encrespaban entre las vías y los anuncios del noticiero matinal. Digerido el asombro, junto con algunos retazos de la túnica que cubrían al rabí, Ekaterina se dio a emitir un solemne “¡guau!”.
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-No soy perro, aunque tampoco católico, pero hablamos el mismo idioma- reclamó el rabino.
-¿Miau?
-No te pases de lista, muchacha. He salido de tus entrañas rebosantes de nicotina y hachís para enseñarte el camino.
-¡Qué cosas! una compra pan rallado en lo de Domitila, fríe unas milanesas y vomita a un judío…
-No me debo al pan rallado de Doña Domitila…
-¡Es el hachís!... ¿o el sueño con Rachmanioff?
-¡Cállate! presta atención…
Ekaterina asiente con la cabeza, mientras pierde sus ojos en los crespos cabellos que se limitaban ya a los hombros de su creación.
-Fui enviado por el mismísimo Abraham con el fin de darle cauce a tu tormentosa existencia, estoy aquí para purgar tu alma, amparar tu esencia y honrar tu sexo según las escrituras del Pentateuco…
-¿Debo cortarme el clítoris?- interrumpe la muchacha.
Involuntariamente, se curvan los labios del rabino, leve guiño de una inevitable sonrisa, en tanto dispara:
-¡Escúchame! luego tendrás tiempo para el regocijo.
-Sí vos lo decís…
-Has estado desperdiciando tu vida, abasteciéndote de venenos, caminando sin rumbo, corrompiendo a los iluminados...
-¡Pará un cacho, loco!... ¿los “moishe” no hablan en hebreo?
-¿Para qué hablar el hebreo sí no entenderás una sola palabra?
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Ekaterina se abstuvo de reponer al divisar la silueta de un muchacho de corta edad -que, a medida que se acercaba, sumaba un lustro en cada paso- pidiéndole fuego. Mientras buscaba en su cartera, trataba de explicarse donde era que se había metido el israelita.
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-Acá tenés, pero mirá que acá no se puede fumar… ¡te van a colgar de las bolas!
-¿Y por qué pensás que vengo a pedirte fuego?
-Tenés los ojos como la laguna de Lobos, dudo que seas un incendiario, supongo que querrás fumar…- socarrona, la Rusa.
-¡Ja, ja, ja! claro, muñeca, pero no voy a hacerlo acá… Hace rato que estoy observándote, se te escaparon cinco trenes y no te percataste de ello en lo más mínimo. Te vi solita, con la cara inocente como la de una criatura cuando termina de apedrear la casa de una vecina molesta, indefensa, solitaria y no pude con mi genio…
-¡Qué chamuyo barato! noto que te comiste toda la saga de Cris Morena, un café con leche y tres medialunas... Soy una flor excéntrica, no me conmueve Bécquer y fui feliz cuando mataron a la madre de Bambi...
-¡Un demonio en el cuerpo de un angel! sugerente…
-¡No! nada de eso, sólo estás ante una mujer que está cansada ¿de qué? no importa, solo estoy cansada...
De alguna manera u otra, el extraño no tardó en simpatizarle a la Rusa y, frente a la oportunidad, arrancarla del subterráneo para perderse juntos por las calles de Once.
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Un rostro sin nombre
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Inmiscuidos en el cauce de la Av. Corrientes, se dieron a la búsqueda de un café en donde sirvan delicias turcas. Ante la negativa, el extraño decidió invitarla a su departamento (sito en Azcuénaga y Sarmiento), donde instintivamente se dio rienda suelta al connatural acto que los norteamericanos definen como "un simple intercambio de fluidos", que los franceses designaron como "pequeña muerte" y que quien escribe aludirá a éste simplemente como "cópula" (para no caer en la porno-prosa).
Entre sábanas, fumaron cigarrillos rubios a rabiar, conjeturaron acerca de los propósitos de la Orden de los Perfectibilistas y cedieron ante unos escasos y mezquinos besos caducos. Durante unos minutos, permanecieron impasibles, y en absoluto silencio, hasta que al desconocido (que, para ese entonces, había reunido el número definitivo de lustros) se le dibujó, cavilando, la imagen de Ekaterina en el andén del subte: ese monólogo atroz.
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-Che... ¿por qué hablabas sola en el subte? ¿siempre hablás sola?
-¡Ja, ja, ja! ¿me estás cargando, no?
-¡Para nada! te hablo muy en serio, llamó poderosamente mi atención...
-Sí, definitivamente, me estás cargando... ¡hay que ser miope para no ver a un barbudo de dos metros disfrazado de monja!
El extraño, desconcertado, busca en su memoria y la toma por el mentón.
-Ekaterina, más allá del buen hombre que vendía revistas y ese "rati" que nos miraba como sí le debieramos algo, estábamos sólo vos y yo en el andén...
-¡Andá a cagar! ¡Puto!
Inmediatamente se vistió, tomó sus cosas y se despidió con un estrepitoso portazo. Bajando por las escaleras, sonriente y atestada de júbilo, reflexionó que más allá de haber sido tratada como una vulgar desequilibrada mental, no sentiría en su paladar el amargo sabor de un nombre. Un nombre de un hombre. Un nombre de un hombre que no creyó en ella.
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Subte Línea B, Estación Pasteur
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Una vez más, jugando a ser topo, en los subterráneos. Ekaterina se ubicó en un banco y esperó a que el próximo tren se deshaga de la multitud que la rodeaba. Miró a sus costados, como una suricata al acecho, y se introdujo los dedos índice y mayor por la garganta. Naturalmente, como era de esperarse, se manifestó el rabino.
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-¿Dónde te habías metido, loco?
-Discúlpame, fui llamado por la naturaleza… ¡tenía que ir al baño, mujer!- contestó el rabí.
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Bajó la tensión, y mientras los focos parpadeaban, la Rusa desviaba su atención a la silueta de un hombre que se acercaba, restando un lustro en cada paso. Al guardar la distancia conveniente para el diálogo, se vio cara a cara con un niño de unos ocho años.
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-Señorita, ¿esto es suyo?- entregándole en mano un trozo mugriento de plastilina.
-No, hermoso, hace tiempo que no juego con estas cosas- repuso con la voz sedante de una abuela que prepara un bizcochuelo.
-Bueno, entonces, se lo regalo.
Antes que pueda agradecerle, el niño se fue corriendo y, así, sumando lustros en su marcha.
-¡Pará, flaco! ¿viste a alguien más que yo en el andén?- preguntó, temblando, Ekaterina.
El hombre se detuvo y, girando sobre su propio eje, la miró sonriendo y respondió con otra pregunta:
-¿Tenés fuego?-


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* Cita: "La mala sangre" ("Una temporada en el infierno", 1873).
** " Original: "Feu! feu sur moi! Là! ou je me rends. -Lâches! Je me tue! Je me jette aux pieds des chevaux!" / "Mauvais sang" ("Une saison en efer", 1873 ).

Por Sanrod.

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