lunes, 21 de diciembre de 2009

Ritmo y blues sin armónica

Hoy solo tengo ganas de citar la letra de una canción. Muy linda por cierto, sobre todo porque no es canción. "Ritmo y blues con armónica", escrita por Ricardo Soulé e interpretada por Vox Dei...

Hoy empiezo a ver con más claridad a los que me rodean,
Veo quien es quien y en quien puedo creer.

Cuando parece que el mundo acabara, la tierra cede bajo mis pies.
Y cuando ya nunca amanecerá, el sol sale otra vez.

Muy equivocado estuve ayer,
debo de decirte porque me engañé
al suponer que eran muchos los amigos en que yo podía creer.

Eran solamente siluetas sin creencias ni fe.
Eran solamente voces, que aparentaban saber.

Hoy por la mañana, sentí nuevamente estas locas ganas, de quererme bien
y sin proponermelo, me siento muy fuerte, solo por saber que amo a mi mujer.

Dios se me distrajo por un momento y la buena suerte me abandonó,
y el maldito diablo sin perder tiempo en la sangre misma se me metió.

Y ahora ya no tengo amigos, la buena suerte me abandonó.
Poca gente hoy me rodea, sólo la que me da amor.

Hoy por la mañana, sentí nuevamente esas locas ganas...


Citó Sanrod.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Jamás le creas al poeta

Jamás le creas al poeta. Cuando dice, se desdice y corona con flores el blanco deceso del caudal de amor. Llueve sobre los cuerpos. Llueve, llueve, llueve. Se inundan de nada las infinitas musas que caen en sus surcos.
Yo vi el calcáreo rostro del último hombre que alguna vez sintió. Sus arrugas se extendieron en pequeños conductos donde fluía la sal y su pesada espalda cargaba con el fardo característico de todo sobreviviente. Él me dijo con sus ojos “sentí, el fuego está vivo en mí, cuidá de él como si fuera el elemento vital”. Después de ese acotado diálogo no supe qué hacer con la muralla que era ¿derribarla o abordarla? Y, sin mas, volví a ser un fuego, pero no el mismo fuego: un fuego otro.
Creé en el poeta, o mejor creálo. Dejá que se desdiga con sus sentencias, pero nunca lo deshagas. Se destruye y construye en cada verso con la simultaneidad misma de la cópula de bacterias que pueblan las heces y las mareas de las modas paganas. No hay guerras ni religión. La guerra es un mono albino que se atragantó con un pelo de concha y la religión no es más que tal escena televisada. Lo único que alimenta los sueños y desierta las pesadillas es el amor; que a veces tiene aroma a piel y levanta temperatura, otras nos encuentra en los zapatos del otro, pero en casi todas sus formas se trata de saber compartir (y querer hacerlo, claro).
Entonces creé en el poeta. Siempre creéle al poeta. Es quien transmuta el viento en golondrinas, es el moderno alquimista de las palabras. El que sueña despierto y despierta dormido. Él traduce los M.M.O.O.R.R. en amapolas o terrores varios.
Yo no puedo más, me voy a ir de acá. Me voy a ir tan lejos que ni siquiera voy a tener que cruzar el umbral de mi dormitorio. Dormitorio que no es el mismo que el de Lorena, donde Luis encontró una canción...



Se desdijo Sanrod.

martes, 24 de noviembre de 2009

Sin Título

Definitivamente nos persigue. Mierda por aquí, mierda por allá. Mierda de seres humanos. Seres humanos de mierda. Y aunque podría seguir así infinitamente, ya mi querido Sanrod se ha encargado con su aguda pluma de zambullirnos en ella. La pregunta que le formularía respetuosamente a mi camarada sería, en todo caso: ¿es posible escapar de ella?; o en su defecto: ¿cabe soñar con un entorno un poco más puro, mas limpio, quizás? Entonces aquí abrirían sus compuertas algunas reflexiones un tanto molestas, persecutorias, que desnudan unos centímetros de lo que somos.
En la Argentina todos se quejan de la mierda alrededor. Mierda con olor a inseguridad, mierda con olor a pobreza, mierda con olor a desigualdad, mierda con olor a corrupción. La lista es larga. Ahora, ¿qué hacemos por extirparla? Es verdad, extirparla es un imposible. Digámoslo de esta manera: ¿qué ponemos de nosotros para aromatizarla? No me convence tampoco, suena a reformismo de cotillón. A ver así: ¿qué mierda hacemos por no estar hasta el cogote de mierda? (no muy refinado aunque con mayor llegada tal vez). Hagamos un simple ejercicio: comencemos por nosotros mismos. ¿Realizamos algo de lo que está a nuestro alcance por el bien común? ¿O aquello funciona solo como una entelequia retórica?
Nuestro querido país se encuentra en las vísperas del Bicentario. Sería estimulante preguntarse qué es lo que festejaremos el año que sigue. ¿200 años de qué? Algunos me dirán (casi creyendo que han descubierto el fuego): 200 años de la Revolución de Mayo, ignorante. Me río mientras escribo esto. Si, es cierto, no deberían ser motivo de risas estas líneas, pero me estoy riendo, ¿qué le voy a hacer? Perdón, retomo: ¿qué modelo de país ha triunfado el 25 de mayo de 1810, o en 1852, si se quiere?
La República Argentina se forjó, desde un comienzo, sin una pata, renga. Porque el proyecto de país triunfante en el siglo XIX (ese que vemos consagrado en los manuales escolares como historia oficial) ha decidido marginar de la historia a los más humildes. ¿Qué tendrá que ver esto con lo anterior? Mucho o quizás solo un poco (no me hago cargo de mi complejo de asociaciones libres).
Para redondear: solo pensando en un modelo de país inclusivo podremos dejar de nadar en la mierda. Desconfiemos de las construcciones que nos imponen desde los medios de comunicación. Tratemos de buscar nuestras verdades (parciales, hace tiempo se murieron las absolutas). Persigamos nuestra voz, única, intransferible. La solución a nuestros males está en nosotros. Desconfiemos de las ideas de importación, de lo que nos quieren ofrecer desinteresadamente las grandes potencias. Sin una Argentina unida no hay futuro esperanzador. Y para conseguir esto hay que destapar la mierda, sin temor a mancharse en el camino.


BARRETO

lunes, 23 de noviembre de 2009

Caca

Todo se reduce al bolo fecal. Esta gran hez es lo que llamamos vida y acá el consuelo es “no queda otra”… ¿Qué hacer con esta bigconfusionpodredumbre? No te preocupes, nunca falta el idóneo que está unos cuantos pasos por delante tuyo, y el que está más apretado es el que mejor la pasa ¿Por qué? No te preguntes más, es así y no puede ser de otra manera. Tenemos que ser unos estupendos idiotas que respeten la mierda tal y como se nos presenta: con etiqueta, sin etiqueta, ya agiornada o a mediohacer. No hay que criticar ni estar disconforme, hay que amoldar el inodoro para el culo mayor.
Odiaba a Antonin Artaud porque habla de mierda y de huesos y a ese Mayakovski con su flautaespinadorsal y al Gran Marqués que escribe mierda con mierda, pero ahora los amo porque se hicieron mierda y porque, además, todos estamos hechos de mierda y tenemos que comer mierda para ser más mierda y poder pertenecer a la gran hez (Tomá aire. Los paréntesis sirven para tomar aire y para segregar multiplicaciones y divisiones de sumas y restas) ¡Imagináte lo que sería! A modo de ilustración, figuráte una isla rebosando de peronistas con remeras del "Che" Guevara. Lo que no sale por el culo, fagocita millones de neuronas que laburan a dendrita y axón pelado para devolver en espejos circulares un jardín atestado de bestias multicolores. Joan me dice que soy elitista y Castillo Del Toro Jones Harrison Ford Del Toledo no me dice nada (lo cual es peor).

*
Yo no se por qué y para quién escribo, pero se para qué y eso es lo que importa. Si no saco la mierda voy a cazar una úlcera bárbara. Hablando de mierda, me gusta ver televisión… sobre todo cuando está apagada ¿no da la sensación de estar siendo monitoreados por un cíclope daltónico acromático? No escupe ni proyecta sombras, solo refleja y enaltece mi teoría de que somos mierda y hacia ella vamos. Yo te lo digo a vos que me leés, un poquito te quiero, quiero más a Gala y al dinero, pero no soy Dalí. Perdón, perdón. Te decía… la próxima vez que vayas al baño, tené mucho cuidado, quizá cagás a un Tinelli o a un Kirchner y no hay Grupo Clarín ni Ley de Medios que valga. Acá en la comunidad blogger la cosa es diferente, todos nos leemos pero en verdad no nos entendemos, nos acariciamos el alma cada vez que comentamos y respiramos ensayos, cuentos y poesía para saber con qué gente tratamos. Hay dos tipos de gente: los que usan el bidet y los que le dan al papel higiénico. Eso habla mucho de una persona. Dicen que “somos lo que comemos”, yo pienso que somos lo que cagamos.

*
Me acuerdo cuando el Árabe le tapó el ñoba a Xarxe. Yo le pregunté si alguna vez fue pedicado y largó una carcajada tenebrosa. Seguramente Paul habrá visto una cosa semejante cuando compusieron “Yellow submarine” ¡Por Hendrix, Lennon y Harrison! El santo sorete del Árabe, la octava maravilla. Y bueno, hay millones de historias que competen al sistema excretor, de las cuales fui testigo y protagonista, pero eso es otra historia (de mierda). Lo importante es que caguen sano y que no confundan aceite de ricino con pastillas de carbón vegetal.

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Ahh… no me puedo olvidar de esto, fue una de las experiencias más traumáticas de mi vida. Freud dice que todos estamos enamorados de nuestras mamás; para mi es un perverso, podés estar enamorado de la mamá de otro pero no de tu propia madre, la que te engendró durante nueve meses (si estuviste siete, andáte dos meses a la concha de tu madre) para que luego te revuelques entre fauna y flora. Cuando me enteré que Papa Noel no existía y que Rachmanioff nunca grabó un disco, la pasé muy mal. Pero peor fue cuando la vida me puso ante una de sus grandes verdades: las mujeres también cagan. Situación inexplicable. Es como… no se… enterarte que Bambi escucha AC/DC o que Mickey es trisexual. No va. Indignado con la naturaleza misma. Más adentrado en años, se agravó mi cuadro de rechazo: algunas tapan baños como el Arabe y hasta se constipan. De todas maneras, las queremos como son, pero traten de no cagar delante de especímenes del género masculino.

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Hay mierda gráfica, mierda sonora, mierda literal (literalmente hablando y en sentido figurado), mierda simbólica y mierda que está implícita en la mirada de muchos hijos de puta. Te das cuenta porque sus ojos son como dos lagunas de Lobos.
Biquerful.

¡Hasta la próxima y no se olviden de tirar la cadena!

Uy, me cagué.



Defecó Sanrod.

sábado, 21 de noviembre de 2009

El observador

Cada vez que proyecta un sueño viste de azul las mañanas y cede al claroscuro la más dulce de las manzanas. Se trata de apuntalar el cemento frío hasta que se petrifiquen las piernas, hasta que se arboricen las manos y se dibuje en el intenso verde un carrusel de golondrinas que acongojen a los desamparados al canto de “And I love her”. Se trata de sumergirse, sin escafandra, por los mohosos ríos del no tiempo y figurar en una estampita la imagen de Gardel (voz que adquiere el tinte del buen vino y aroma a mueble).
*
Él es el observador. Es quien se quemó con el sol, quien se engolosinó bañado de luna mientras los años pasaban. No obstante, jamás envejeció. Puso un nombre a todas las estrellas (inclusive las extintas), pero, como faro de puerto, solo vio donde quiso ver: fue testigo, nunca protagonista.
*
La vida cobra sentido cuando se despeja de confusión: esa mujer baila por goce y esta otra, se está meando…
*


garabateó Sanrod.

Buscando la salida

Recuerdo que aparecí casi de la nada en ese cuarto. Mi memoria confusa, invadida por imágenes borrosas, indefinidas, por sonidos indeterminados, ajenos. Mis sienes con martillazos de cada lado. Mis pensamientos escurridizos, inaccesibles, amurallados. La oscuridad del lugar sin infundir temor. Quizás incertidumbre, desconcierto, pero no temor. Mi cuerpo yaciendo de espaldas, con una especie de almohadón sosteniendo mi cabeza. Atinando a ponerme de pie pero no consiguiéndolo en el primer intento. Tampoco en el segundo ni el tercero. Una debilidad extrema parecía haberse apoderado de mis huesos. Llevando una de mis manos a mi frente, luego de evaluar la posibilidad de estar hirviendo de fiebre. Descartando esa conjetura al instante, ahora sí parándome con esfuerzo, concentrándome en mis piernas para no perder el equilibrio.

Caminé unos pasos, no podría decir con exactitud cuantos. Los martillazos eran cada vez más espaciados aunque no menos intensos. Algo sólido detuvo mi andar, cual si estuviera anticipándome que hasta allí llegaría mi avance. Las palmas de mis manos recorrieron aquella estructura rugosa, arribando mi razonamiento unos segundos después a la respuesta más lógica: se trataba de una pared, de una habitación rectangular, para ser más preciso. Había una puerta también. Claro que al tratar de abrirla advertí que no tenía picaporte. Sin embargo, no era aquello lo más extraño. Más bien, mi pasividad, mi desgano, la falta de reacción de mis músculos. Fue en ese momento que barajé como probable el hecho de estar bajo los efectos de alguna droga. La pregunta era en ese caso cuándo había ingerido dicha sustancia. Apelé a mi memoria, esperando encontrar en ella alguna explicación sensata. Mis recuerdos continuaban difusos, y aunque comenzaban a aclararse lentamente no cobraban la forma indispensable para hacerse inteligibles ante mí. Un sueño profundo iba filtrándose en mi cuerpo, de manera sigilosa, casi imperceptible. No podía darme el lujo de perecer ante aquel intruso, pues debía averiguar primero al menos algo de lo que estaba ocurriendo. Escuché unas voces del otro lado de la puerta, corrí para colocar mí oído sobre ella, aunque ya era tarde; otra vez el silencio más absoluto se adueñaba del lugar. A pesar de no saber donde estaba, tampoco cómo había llegado allí, ni siquiera por qué me encontraba encerrado entre esas paredes con olor a humedad, me sentía un tanto más aliviado al descubrir que mi presencia no era la única en ese sitio. Tal vez porque toda mi vida me ha perseguido la misma pesadilla: yo, prisionero en una pieza sin luz, sin más compañía que mis pensamientos y mi conciencia. Lo más absurdo era que no sintiese terror, al menos una pizca de él indicándome que estaba vivo. Mi boca seca, mi estómago crujiendo del hambre, y ese cansancio incontrolable que no me permitía pensar con claridad. Acomodaba los fragmentos de recuerdos que mi memoria no se había dispuesto a eliminar, con tanta dedicación como si estuviese armando un rompecabezas de infinitas piezas. Algunas de ellas encajaban, se unían entre si, entonces me veía saliendo de mi casa, dirigiéndome a aquel bar de mala muerte, ya casi llegando, faltaban solo unas cuadras. Me detenía a comprar unos cigarrillos, seguía camino, estaba a una cuadra del bar ahora, se abrió violentamente la puerta. Instintivamente retrocedí y me ubiqué en una de las esquinas de la habitación, aguardando con respiración leve, con los pulsos del corazón disparados. La puerta entreabierta daba entrada a unos pocos rayos de luz, suficientes para distinguir la cara de aquel sujeto. Y desde aquel momento en que pude reconocer su cara, los sucesos se fueron tornando más cristalinos, más cercanos a mi entendimiento. Porque podía recuperar pedazos de mi pasado reciente, pasado que lo tenía como partícipe a ese hombre, justo en la esquina del bar, disparando aquel revólver, alojando sus balas en la cabeza de aquella mujer. El sujeto me observaba fijamente, desprendiendo de su mirada un brillo de brutalidad intimidante para cualquiera. Yo me retorcía para sostener aquellos ojos, mas era en vano, ya que los míos se llenaban rápidamente de lágrimas, así que pestañeaba con resignación y bajaba la vista. Luego de unos segundos, la puerta volvía a cerrarse y todo retornaba a esa extraña normalidad interrumpida por aquel hombre. Las piezas del rompecabezas debían ser colocadas con cuidado, de modo tal que no se pasara por alto algún detalle que pudiera resultar crucial para mi supervivencia. Y el desafío de resolver aquel enigma despabilaba mi espíritu, no obstante un cansancio demoledor se mantenía alrededor mío como una sombra. La cara de aquel hombre estaba de nuevo conmigo, no ya en ese cuarto, pero si en mi mente. Revisaba su pelo, sus cejas, su desprolija barba. Yo quedaba paralizado ante aquella situación. Mis piernas no respondían. Quería correr hacia el bar, comenzaba a hacerlo aunque no alcanzaba mi cometido final, porque un auto se subía a la vereda impidiéndome el paso, y si bien intentaba escaparme en la dirección contraria, el sujeto de barba me interceptaba, empujándome dentro del vehículo. Me quedé dormido y, al despertar había perdido la noción del tiempo. En realidad, desde el primer instante en que encontré mi cuerpo dentro de esa cárcel rectangular, el tiempo se había diluido de manera misteriosa. No sabía en que día vivía, mucho menos si era de día o de noche. Tampoco si mi sueño había durado largas horas, quizás días o tan solo algunos minutos, quizás segundos. Definitivamente el hambre y la sed se habían convertido en un obstáculo imprescindible de sortear. Para mi sorpresa, a la altura de mis pies una botella de agua y un paquete de galletitas. Si bien tardé en reconocer aquellos víveres (la oscuridad del lugar seguía siendo absoluta), el azar decidió que tropezara con ellos al quererme levantar del piso. Comí y tragué con desesperación, casi sin masticar, restándole importancia al gusto de aquellas galletas. Después recogí el agua y bebí un sorbo interminable. Y al tiempo que realizaba estas acciones mi boca y mi estómago enteros parecían reanimarse, llenarse de vida.

Esta resurrección de mi cuerpo parecía haber oxigenado mi memoria, porque allí estaba otra vez el auto criminal, su puerta trasera, abriéndose desde dentro para que yo fuera metido a los golpes, cerrándose bruscamente para ser recibido por esos hombres con cara de pocos amigos. Un culatazo en la cabeza me daba la bienvenida, reduciendo mi lucidez a la nada misma.
La estadía en esa habitación debía ser utilizada para descubrir la manera de escapar de allí. Cierto era que si aquellos sujetos me habían encerrado en aquel lugar, tarde o temprano acabarían matándome. Porque, como había leído en las novelas policiales que devoraba de niño, ningún cabo podía quedar suelto. Y la prolongación de mi vida no era otra cosa más que un cabo suelto. Pero, ¿cuál era la razón por la que no me habían liquidado aún? ¿Acaso estarían deliberando quién sería el encargado de realizar el trámite en cuestión? No eran de mi incumbencia aquellas respuestas. Solo focalizándome en el plan de fuga lograría salir vivo de ese cuarto.

Una pequeña luz ingresaba por alguna hendija de la puerta, y aunque resultaba demasiado débil para iluminar el lugar, bastaba para que yo reconociera ciertos detalles vedados hasta el momento. Por ejemplo, la claraboya ubicada en un rincón del techo, tapada con unas cintas de modo que no se filtrara la luz; o esos ladrillos colocados unos encima de otros formando esas cuatro paredes dentro de las que me encontraba preso. Desde aquel preciso instante, la idea fue conformándose en mi cabeza; una vez decidido el plan, la puesta en práctica del mismo se daría automáticamente. Pensé entonces en trepar por una de las esquinas, apoyando la punta de mi calzado en los huecos escondidos entre ladrillo y ladrillo. Subiría lentamente hasta llegar al techo, deslizándome luego hacia la ubicación de la claraboya. Una vez frente a ella, quitaría aquellas cintas y con una de mis zapatillas rompería el vidrio mediante un golpe seco y certero. Correría por el tejado buscando la manera de bajar hasta la calle. La vereda me recibió a los tropezones, más con esa mueca de felicidad en los labios a causa de mi recuperada libertad. Mis piernas volaban de la adrenalina, se desesperaban por no chocarse, por no trastabillar tontamente. Un taxi pasaba por al lado mío y yo palpaba mis bolsillos ilusamente, ya que solo un poco de sentido común era suficiente para saber que aquellos sujetos se habían apoderado de mis pertenencias, incluyendo dentro de ellas mi flaca billetera. Conservaba unas monedas, sin embargo, en la parte trasera de mi pantalón, y esos metales circulares que en otra circunstancia hubiesen sido despreciados por su ínfimo valor mercantil, representaban aquel día, a aquella hora, mi pasaporte a la vida. Me detenía en la primera parada de colectivo que alcanzaba a distinguir mi vista y como si el destino me guiñara un ojo, hacía su aparición el 122, con ese humo maravilloso expulsado del caño de escape, con esa gente amigable amontonada dentro de él. Tomado del pasamano, decidí poner en blanco mi mente, anular todo intento de pensamiento que pudiese alterar mi paz interior. No sabía donde me encontraba, tampoco donde me dirigía; apenas importaba ahora ello.

La puerta abriéndose de repente hizo que volviera en si. Los rayos de luz acumulándose en mi cara, yo cubriéndome los ojos con las manos, los oficiales recorriendo con sus linternas la habitación. Preguntándome si me encontraba bien, yo respondiendo que si con la cabeza, advirtiéndoles que tuviesen cuidado, que aquellos bandidos podrían presentarse en cualquier momento. Los policías me hicieron un gesto que no logré entender del todo, quizás no quise, no se, más era como si me dijeran sin palabras que esos hombres de los que yo hablaba nunca habían existido. Me acompañaron hasta el auto de policía, mientras me explicaban que un vecino los había llamado luego de escuchar algunos gritos durante las últimas horas. Y era lógico que se preocupara; la casa había estado abandonada desde hacía unos años. Les di a los oficiales la dirección de mi casa, y al segundo me quedé dormido en la parte trasera del patrullero.





BARRETO

jueves, 29 de octubre de 2009

Hasta luego

¿Y si de una vez por todas somos quienes deseamos ser? ¿Y si de una vez por todas luchamos por sacar algo de lo que llevamos dentro? No te escribo para lavarte el cerebro con discursos vacíos, con palabras desconectadas de la realidad, con letras muertas. Tampoco pretendo convencerte de nada, me conformo con que leas esto, con que quede flotando en tu cabeza algo de lo que siento como verdadero en este momento. Quizás te parezca estúpido el hecho de perder tiempo en esta tarea un tanto pura, utópica dirías. Más si es lo que sale naturalmente de adentro mío, ¿por qué reprimirlo? ¿Por qué negar eso que contienen mis tripas? ¿Por miedo? ¿A la incomprensión, a las reglas establecidas, a qué?

Me voy para nunca volver. Aún no tengo decidido el destino. Lo más lejos posible de todo. De todos. No creas que es resentimiento lo que me mueve a tomar esta decisión. No le llamaría así. Más bien impotencia, inconformismo, búsqueda. Acaso sea una actitud evasiva, porque escapar no significa resolver, porque huir no es enfrentar. Es probable. También hay otra posibilidad: que este sea mi camino, el que yo elijo, no el que me imponen (voy a ser claro en esta ocasión: estoy agobiado por las imposiciones del resto, me asfixian, me sacan el aire, me acorralan, no me dejan ser).

Me pregunto que intento conseguir con estas líneas y dudo. Tal vez no persiga otro fin que el de reafirmar mis convicciones. Cierto es que en un mundo así hablar de convicciones es hablar de algo difuso, extraño, insignificante.

¿Servirá de algo mi viaje? ¿Qué me propongo encontrar durante esta marcha? Por lo pronto, espero conectar con lo más íntimo de mi ser, indagarme, ponerme a prueba, proyectarme hacia el futuro. Porque si todos somos proyectos, todos estamos en condiciones de transformarnos, de acertar, de equivocarnos, de tachar y arrancar de nuevo.

No estoy seguro de llegar a dar con aquello que tengo como meta, mas la sola oportunidad de atravesar ese proceso justifica mi decisión. Puede resultar raro que hable de procesos cuando todo en este mundo está regido por resultados.

Si lograras entenderme quizás este viaje no me encontrase solo. Si te esforzaras por captar mi mensaje, quizás algo nuevo comenzaría a gestarse alrededor nuestro. No puedo ofrecerte la fórmula del éxito; no puedo prometerte el manual para ser feliz. No solo porque no los tengo; también (pequeño detalle) porque odio la palabra éxito, todo lo que lo rodea, esa cáscara sin contenido. En cuanto a la felicidad, cada cual tiene la libertad de elegir el boleto para arrimarse a ella. Sería más fácil decir que yo tengo la llave; sería falso; aunque si puedo poner esto sobre la mesa: respondo con todas mis armas a lo que soy, a lo que intento ser.

Evalúo la forma de ser otro sin negar a aquel que fui, que está siendo. Trato de construir ese hombre futuro aprendiendo de ese otro que estuvo en mí, que está aún, que me ha dado satisfacciones, momentos inolvidables, también dolores de cabeza, situaciones incómodas.
Estoy harto de este estilo de vida, de esta sociedad, de las presiones, de los mandatos familiares, de vivir como dicen, como se debe. Me produce náuseas tanta falsedad disfrazada, tanto lujo vulgar, tanto humano robotizado. Demasiado intelectual de pacotilla, solo algunos hombres de acción. Y cuando hablo de estos últimos hago alusión a los que se juegan lo que no tienen por cambiar aquello que detestan.

Quizás me vaya para diferenciarme del resto, quizás sea solo un acto de protesta burgués, quizás yo represente solo un engranaje de esta horrible máquina que funciona mecánicamente todos los días sin importar cuanta gente muere en cada pestañeo, sin detenerse en cuanta otra disfruta a costa de los demás.

Claro que me voy. No obstante muchos digan que soy apenas un joven iluso, que dentro de unos años la mirada acerca de las cosas va a presentarse diferente, que con los años las ilusiones se van al carajo, que corresponde al proceso natural de todo ser humano transar sueños por experiencia. Dejame soñar al menos. Permitime dudar de lo natural, de lo establecido. De aquello que nos vienen repitiendo desde hace miles de años para encadenarnos más y más. No me siento yo mismo dentro de esta caverna. Sigo mi propia luz, esa única luz que puede iluminarme solo a mí, que seguramente no encienda al posarse sobre otros. O tal vez si. Tal vez esa luz pueda prender en alguien más. No lo se. No depende de mi decisión. Sería maravilloso, claro. Porque ya ahí estaríamos hablando de otra cuestión. De una empresa colectiva. De un proyecto común. Palabras que suenan anticuadas en el presente, que han caído en desuso. Si, leíste bien. Hago referencia al conjunto. Y como ya se lo que me vas a decir, me permito anticiparme a tu respuesta. Mi plan contiene en su origen una falla fatal: ¿de qué me sirve tanta búsqueda, tanto replanteamiento de mi vida, si en definitiva, vaya donde vaya, el entorno me succionará, me atrapará en sus redes hasta que un día negro y lluvioso como el de hoy, diga para mis adentros que ya no es posible ir contra la corriente, grite con angustia que la batalla está perdida, que todo aquel bello sueño había pertenecido a la imaginación, no pudiendo salir nunca de allí? Claro está que sería más cómodo ese tipo de razonamiento; me permitiría llevar una vida monótona, tranquila, sin grandes alteraciones, sin inconvenientes mayores. Prefiero desandar otros senderos. Aunque nunca alcance lo anhelado. Con perseguirlo me basta.

Me despido de vos con alegría, con esperanza, sabiendo que en alguna estación nos podremos encontrar. Y si esto nunca pasara, aparecerán casi misteriosamente los recuerdos, encargados de entrelazarme nuevamente con vos, con mi pasado, con lo que fui.



BARRETO

lunes, 5 de octubre de 2009

En el camino

Camino por las calles de Potosí, un poco abrumado por la altura (los 4100 mts de la ciudad no me han dejado dormir de corrido la última noche), mascando coca y con la mochila de mano sobre mis hombros. Mientras entro a una agencia de turismo (en realidad, no se si le puedo llamar agencia pero es el único nombre que me viene a la mente en este momento), mis amigos se encargan de sacarle algunas fotos a la plaza central, muy pintoresca por cierto, manteniendo en su arquitectura la herencia de nuestros ancestros. Los llamo a los chicos para decidir que excursión haremos al otro día (el resto de ese jueves lo dedicaremos a recorrer museos), me pongo a hablar con dos argentinas que habíamos conocido en Uyuni, examino mi billetera, haciendo cálculos respecto del tipo de cambio. Como era de esperarse, debido a nuestro proclamado compromiso social, optamos por realizar la excursión a las minas del Cerro Rico. Ya estoy recuperado del dolor de cabeza, no necesito más de esas hierbas en mi boca, guardo la bolsa de coca en un bolsillo, miro detenidamente el paisaje que nos rodea. Nos llama la atención los buses importados que transitan las calles, nos subimos a uno de ellos, solo para averiguar que se siente, y claro, alguien puede decirnos que se siente lo mismo que en cualquier transporte público, pero estamos de vacaciones, lejos de casa, aunque en nuestra Latinoamérica querida, debe ser por eso que tiene otro sabor; debe ser por eso que dejamos atrás la compañía del reloj cárcel, esa sombra que nos acecha el resto del año y nos lleva a ser solo uno más dentro de esa vorágine que solemos denominar vida; debe ser por eso que nuestros celulares han dejado de ser una mercancía preciada, y como si quisiéramos darle una cachetada a la sociedad de consumo, habitan en algún lugar de nuestros bolsos, juramentándonos olvidarlos para siempre, al menos hasta que termine esta travesía. Mis viejos saben que los llamaré cada dos o tres días para ponerlos al tanto de las últimas novedades, de los próximos destinos, así que no hay nada de que preocuparse. Porque si uno elige hacer un viaje así, debe tener en cuenta que algunas comodidades burguesas deben ser resignadas, a tal punto de compartir un baño con 30 personas o dormir en el mismo cuarto que un tipo que desde varios días atrás realiza malabares para no ser alcanzado por el agua de la ducha. Es en esos momentos donde uno se pregunta (lo comentaba esta mañana con los chicos): de todas las necesidades que tiene el hombre del siglo XXI, ¿cuántas son verdaderamente suyas y cuántas impuestas desde fuera?

Es viernes ya. Nos espera la visita a las minas. Subimos a una combi con otros argentinos (nos cruzamos con compatriotas por todas partes, de nuestra edad fundamentalmente, entre 20 y 30 años, y nos parece que estamos en casa, no logro describir del todo este sentimiento mas es como si cuando uno está lejos le brotara un cierto patriotismo que lo empuja a una valorización de su país, a un amor por sus raíces, descubriendo un sentido de pertenencia antes escondido).
Escribo en los ratos que puedo. Por un lado, el tiempo dedicado a la escritura me priva de ciertos detalles o acontecimientos que merecen ser vividos, al menos observados. Por el otro, me permite registrar lo que pienso en ese instante, las sensaciones que emanan de mi cuerpo, esas cosas que solo pueden ser volcadas a la hoja en el tiempo presente, ya que en el futuro aparecerán en nuestra memoria fragmentadas, recortadas, indescifrables.

Detengo mi mano derecha, la cual empuñaba un segundo atrás la lapicera y pongo atención a las palabras del guía: habla acerca de la historia de Potosí, de su importancia en los siglos XV y XVI como centro económico y cultural del mundo. Es inevitable que me quede reflexionando, con la voz del guía escuchada desde lejos. Es razonable también que me acuerde de Galeano y sus venas abiertas, de su definición de Potosí, de esta Potosí, no de la vieja, no de esa que supo ser. Ciudad pobre de la pobre Bolivia, escribía Don Eduardo. Y esas letras que al estar adormecidas en un libro parecen perder algo de valor, de pronto se llenan de sentido, despiertan, tienen luz propia.

Llegamos al lugar donde debemos ponernos la vestimenta que usa diariamente el minero. Pantalón, botas, casco con linterna. Creo que no me olvido de nada. La combi no puede subir más; el terreno es muy empinado y la carga del vehículo considerable. Recorremos los últimos metros a pie, esforzándonos por mantener el equilibrio, ayudándonos con el peso del que tenemos al lado. La mina esta ahí, enfrente nuestro; es una cueva, más bien, lo cual infunde una pizca de temor a los futuros visitantes. Alguien huye a último momento, no animándose al reto. El resto seguimos camino (yo no tengo miedo, me da gracia estar pensando en este momento en la cara que pondrían mis viejos, un tanto claustrofóbicos, una vez dentro de esa oscuridad subterránea).

Todo parece andar de maravillas. Tengo que avanzar agachado, mi altura no encaja con el lugar, pero me adapto rápido, camino casi en cuatro patas, el olor a arsénico ingresa por la nariz, es allí el primer momento en que tomo relativa conciencia de los pobres mineros que aún trabajan allí, bajo esas condiciones; me distraigo con un amigo que luce pálido, le falta un poco el aire, y si, es espeso, hay que concentrar la cabeza en otro lado, porque si no te pones blanco como un papel. La psicología es fundamental, incluso en estas situaciones, hay que relajarse, respirar profundo. Mi amigo se recupera de a poco. Todo perfecto entonces. Pero no. Porque veo al minero trabajando y ya nada es lo mismo; mis ojos observan como algunos turistas le ofrendan cigarrillos y anís, la manera en que otros le sacan fotografías, y ya nada es lo mismo; la escena me impacta, me sacude. Llega a mi cerebro la imagen de un circo, de un espectáculo atroz, ya que esta vez no son animales los que animan la función, son los mismos seres humanos, humillados casi imperceptiblemente por otros seres semejantes. Ya nada es igual. Mis amigos me miran, y a pesar de que no dicen nada, me doy cuenta de que advierten lo mismo, menos mal, no estoy tan solo, me digo para mis adentros que no pertenezco a esta locura, me lo repito para convencerme, no lo logro, soy parte de este juego y no puedo escapar, soy parte del show y no hago nada por salirme, por pegar un portazo, no soy mejor que el resto, tan solo uno más, solo uno más.
Ahora estamos en el final del recorrido por las minas. El guía, un ex minero de nombre Roberto, nos habla acerca de la figura del Tío, una especie de diablo (para nosotros simplemente un muñeco) creado por los españoles en la época de la conquista para retener a los mineros dentro de las minas. Me quedo pensando entonces en la religión, en cómo ha sido utilizada a lo largo de la historia para oprimir al hombre, para dominarlo. Antes de salir de la cueva alguien pregunta (creo que es uno de mis amigos, no veo bien porque estoy un tanto relegado) cuál es la edad promedio de vida de un minero. Treinta y cinco años, contesta con naturalidad Roberto, casi como cierre de excursión. Se baja el telón y cada uno sigue con su normalidad cotidiana.

Ya son las nueve de la noche pero esa experiencia en la mina es difícil de olvidar. Me baño al tiempo que algo dentro mío me dice que ese espíritu crítico que parece estar cobrando forma, ese asomo de responsabilidad social, se diluirá en pocos horas. Me resisto a los dictados de mi conciencia, evaluando la posibilidad de que al término de ese viaje pueda surgir un hombre nuevo, que reemplace al viejo, convirtiéndose en algo menos superficial, privilegiando el contenido por sobre el envase, ya no quejándose de la realidad (en actitud pasiva, desesperanzada) sino poniendo lo que hay que poner para transformarla, para mejorarla.

Nos dirigimos hacia nuestro próximo destino: Vallegrande. Aunque nos dijeron que la excursión es bastante comercial (no dudamos de que así lo sea) tenemos como premisa pisar el mismo suelo que hace cuarenta años atrás pisó Ramón. Si bien es cierto que desde que pusimos el primer pie en este querido país nos preguntamos cómo pudo ser posible que alguien más o menos sensato creyera en la posibilidad de una revolución socialista aquí mismo, de nada sirven estos análisis si no tenemos en cuenta el contexto histórico (frase que le he escuchado a mi viejo en reiteradas ocasiones, muchas de las cuales la utiliza para ganar la discusión). La mayoría duerme dentro del colectivo; yo aprovecho para volcar algún contenido sobre el papel. En toda nuestra estadía en el país, hemos tratado de congeniar con el indígena, mas resulta una tarea al menos de prolongada duración en el tiempo. Surgen distintas hipótesis dentro del grupo de amigos, tratando de encontrar una explicación a esa falta de interacción, a esa impenetrabilidad. ¿No somos todos latinoamericanos acaso? Una respuesta probable está relacionada con el color de nuestra piel. Que se entienda bien. A nosotros (pongo solo las manos en el fuego por mí y por mis amigos) nos importan un bledo las diferencias raciales. Mas ellos, parecen ver en nuestras personas (de tez blanca, europeizadas) el color de la opresión. Y está más que justificada su desconfianza. Luego de siglos de explotación, decir blanco es decir opresor. Es tan solo una hipótesis, deslizada con un mate y unas galletitas dulces de por medio, mas si esto fuera así se derrumbaría quizás eso que ha dado por llamarse a lo largo de las décadas como unión latinoamericana (proclamada por todo tipo de políticos, llevada a cabo con convicción por muy pocos), convirtiéndose solo en una bella ficción. Un amigo lo plantea en estos términos: ¿cómo es posible que haya unión entre tipos que desconfían entre si? Hay que construir ese eslabón, responde un cordobés que para en el mismo hotel que nosotros, con los ojos brillosos, con esa chispa en la mirada que nos hace creer que eso es verdaderamente alcanzable. Y si. ¿Por qué no? Me pregunto eso al escribir estas líneas. Luego recuerdo una frase y la adapto un poco: El futuro encontrará a los latinoamericanos unidos o dominados. No queda otra alternativa.

Llegando a Vallegrande, pienso en Ramón. En su vida, en su lucha. No en el mito, sino en el hombre de carne y hueso, ese que murió como vivió, ese que predicó con el ejemplo. También pienso en Luis, aunque estoy seguro que la historia no le guardará el mismo lugar. Y es lógico que así sea, porque se quedó con el traje de político, poniéndose el de revolucionario solo para llegar a la meta. Ramón el idealista, Ramón el odiado por miles, Ramón el amado por otros tantos, Ramón el que nunca pasa desapercibido, Ramón el que despierta sentimientos contradictorios, Ramón el que le incomodaba la vestimenta de político (simplemente porque no lo era), Ramón el argentino. El chofer del micro grita que ya llegamos, yo sigo escribiendo, ganado por la emoción de dejar sentado en algún lado mis pensamientos. Ya bien lo decía Don Roberto: cuando se tiene algo que decir se escribe en cualquier parte. Luego pienso en el primer presidente indígena de la historia de este país; en su revolución, en esa utopía convertida en realidad. Coloco el anotador en la mochila y empiezo a recorrer Vallegrande.

El viaje está llegando a su fin. En la terminal de San salvador de Jujuy, aguardamos por el micro que nos llevará de regreso a Buenos Aires. Considerando que hemos pasado los últimos dos días viajando (micro, tren, ahora de nuevo micro), la ropa se nos pega al cuerpo, necesitando una ducha urgente (hay ciertos lujos burgueses que están tan arraigados en uno que resulta trabajoso despojarse de ellos). En todo el trayecto de vuelta mi cabeza retoma la idea del nacimiento de un hombre nuevo. Es cómico porque en un momento me duermo y de repente estoy soñando. Alrededor de una mesa redonda están sentados el hombre nuevo y el hombre viejo. Se miran como estudiándose, atentos a los movimientos del otro. El hombre viejo parece más seguro de sí mismo, cual si se sintiera protegido por una superestructura. Aunque el nuevo no se queda atrás, propone pelea, llevando en su pecho la llama de la esperanza, de la rebelión, de la transgresión. Su figura es un tanto borrosa, no se ha conformado del todo. Es allí mismo, sentado en esa silla de madera, que advierte que la convivencia entre ambos nunca será pacífica, que para poder soñar con un futuro propio, deberá vencer a su contrincante; solo así podrá empezar a cambiar la historia (al menos la suya).




BARRETO

jueves, 24 de septiembre de 2009

El jardín prolífico

No basta con entrelazar nubes y propinar caricias sin tiempo para comprenderlos: los segundos son años luz para ellos; la parsimonia con la que se desenvuelven les vale nuestra compasión y, a su vez, la admiración de los caracoles ¡Horribles hermafroditas! (travestis del amor, colonos de ideas). Van, de jardín en jardín, profiriendo visiones a los ojos irritados; aunque sea su languidez de exquisita antipatía. No los quiero acá. Prurito. Nimbada virgen de los fuegos, te figuro como pedo de vieja, como sexo sin orgasmo. Yo, que fui muchos, te figuro como sexo sin orgasmo, como brisa sin caricia, como prisa sin estulticia, como viento sin aliento. Te figuro como el prolífico jardín donde se funden los abrazos del no amor. Párpados en los oídos. Y en la ruina, el hilo de baba se aloja en una cápsula de grasa como árbol caído ¡Hermoso arce! Fecundas bacterias lo atiborraron de mariposas (esas polillas que resisten a toda moda) en espiralados dibujos de extraña procedencia. Desconfío del plomizo firmamento donde se abotonan esas pecas luminosas que llaman estrellas. Sed de piel en la caverna. Van, de jardín en jardín, profanando el candor de los huérfanos...

(Voz del interior)
Seressinalasnosabenserconalasnosabensersinprimaveralaprimaveraessuhogar

Prima la vida, la primavida, en los frondosos senderos de la luna gris
Aves de corral, a los cuatro vientos, se dan sus hazañas
Beban de los jugos, fúndanse en los pálidos claros del bosque
Él, que ya fue muchos, será guadaña

(Voz del exterior)
Seressconalasnosabensersinalasnosabensersinotoñoselotoñoessuocaso

Dejo una rosa, en el septiembre de las momias, para que el tiempo la corrompa…

Profecía: flor marchita.

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Parió Sanrod.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Agonía

Recostado en la cama del hospital, aguardaba por su muerte. Sabía que no tardaría demasiado en llevárselo, y eso lo tranquilizaba. No pretendía pertenecer a esa clase de gente que luchaba en forma heroica contra un hecho consumado, tratando de vencer inútilmente un destino ya escrito. El dolor aumentaba con el correr de los minutos; desde hacía dos semanas su cuerpo ya no era el mismo; parecía solo una sombra de aquel que corría de joven, ya fuera con la pelota en los pies o en aquellos meses del servicio militar. La piel se había teñido de un color verdáceo, el vientre lucía hinchado, la movilidad de las piernas, cada vez menor. Ahora trataba de resistir ante las puntadas que le aquejaban en el bajo vientre; su cara se ponía de un colorado furioso, como si las venas le fueran a reventar en cualquier instante. Luego el malestar desaparecía por un rato, y así, sucesivamente, la escena se repetía una y otra vez. Cierto es que no solo su vientre quedaba sometido a tamaños padecimientos; también su garganta (apenas podía tragar, ingiriendo solamente alimentos líquidos), su pecho, y hasta sus testículos.

La imaginación funcionaba, en aquella situación, como único refugio ante el incansable dolor, que lo perseguía día y noche para recordarle su mortalidad; pero él no necesitaba de aquel recordatorio; desde su juventud la muerte se interponía en su vida, llevándose a sus seres queridos, quitándole de a poco las ganas de seguir adelante; sin embargo, había recorrido un trecho tanto más largo del que había previsto 30, quizás 40 años atrás. No sabía exactamente que era lo que lo había movido a permanecer tanto tiempo en este mundo; no era su fe, por lo pronto; si bien había asistido cuando chico a un colegio católico, nunca le había interesado demasiado la religión. Se quedaba dormido en las clases de catecismo unas veces; otras, jugando a la pelota a unas cuadras de su casa. En fin, siempre había creído que en aquel instante en que el cuerpo dijera basta, ninguna religión sería capaz de acercar una solución al respecto.

Ya no estaban sus hijos alrededor suyo. Pero, para su sorpresa, no estaba solo. Una voz femenina le susurraba al oído. Le decía que lo amaba, que desde que nació supo que sería su hijo preferido. El buscaba la palabra adecuada para esa anciana que lo había parido, mas sobraba decir algo. La anciana le tapaba la boca dulcemente, con esas manos arrugadas, de pellejo flojo, y le besaba la frente. El la contemplaba con ojos resignados, cual si quisiera darle a entender que no valía la pena resistir, no en ese estado, no en esa cama que le hacía doler la espalda, no en ese hospital con ese olor nauseabundo. Ella no le hacía caso; al fin y al cabo, era su madre y no podía alentar a su hijo a abandonarse de esa manera. Por eso esta vez no podía apoyar su decisión. Es más, casi que le indignaba aquella actitud pasiva, un tanto cobarde.

_ ¿Como te sentís Mario?
_ Un poco mejor, no te preocupes.
_ ¿Cómo no querés que me preocupe, hombre? No te ves nada bien. Casi no tocas la comida, prácticamente no hablás…
_ ¿No querés ir a casa a descansar un poco?
_ Prefiero quedarme acá con vos, haciéndote compañía. ¿Te molesta que me quede con vos? Decímelo y me voy.
_ No, mujer. No exageres. Vení, sentate, estás incómoda ahí parada.

Su esposa se sentó en la silla ubicada al lado de la cabecera de la cama. Mario la observaba beber una botella de agua, no pudiendo reconocer en esa mujer que ahora le apretaba la mano y lo tapaba con las sábanas para que no tomara frío, a esa otra con la que se había casado 50 años atrás. Esa imagen lo angustiaba de manera tal que apartaba bruscamente sus ojos hasta detenerlos en el techo de la habitación. Buscaba en el cielorraso alguna mancha en la que concentrarse, acaso deseando olvidar rápido esa horrorosa escena. No tanto por su mujer, claro está; más bien, por él. ¿Cómo se vería él entonces? ¿Cómo lo verían los demás? ¡Como a un pobre tipo, carajo!; no, no, en ese estado no era posible continuar. Algún recuerdo, la imaginación, algo, si, algo, que lo arrancara de ahí y le diera una miguita de calma. Tal vez la muerte. ¿Por qué no? Tal vez.

Viajaba en el tiempo para reencontrarse con esa perrita callejera que lo había acompañado durante su niñez; si, nada menos que 10 años, hasta que quedó aplastada por la rueda de aquel camión. Le tiraba la pelota, ella corría, saltaba para atraparla, el sonreía, comprobaba que la agilidad de su mascota estaba intacta, que sus ojos, un tanto achinados pero vivaces, seguían brindándole esa paz que creía haber perdido hacía tiempo. Necesitaba que su perra estuviese ahí con él, en el hospital, entonces la alzaba, le daba algunas instrucciones para que no molestara a los demás pacientes (menos aún a sus familiares y a los médicos) y la dejaba corretear por la habitación. En algún momento hacía mucho ruido, más del aconsejado en un lugar así, y era en ese instante cuando Mario lanzaba una mirada apenas correctiva, y la perrita se acostaba junto a la puerta del dormitorio, en silencio, apoyando su babosa trompa sobre el suelo. De pronto, escuchaba que alguien se acercaba por el pasillo, y pensaba que venían a retarlo por la conducta de su perra. Aunque él, anticipando la situación, ya había preparado una respuesta contundente para aquel acechante reclamo: Tiene razón, es un poco revoltosa, pero es fiel como ninguna. Le prometo que se va a quedar quietita ¿Verdad que si, Manchita? Si no funcionaba esa táctica, habría que sacar un plan B de la galera; algo así como: es lo único que tengo, por favor, déjela quedarse, al mismo tiempo que un par de improvisadas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

_ ¿Cómo se encuentra, Mario?, preguntó la enfermera con tono amistoso.
_ En mi mejor momento. ¿No parezco un pibe acaso?

La enfermera no contestó, sintiéndose seguramente ofendida por su humor sarcástico. El, advirtiendo lo poco atinadas que habían sido sus palabras, trató de recomponer la charla.

_ Es probable que le parezca un viejo frío y odioso. Puede ser que lo sea. Pero no he sido toda mi vida así, eh. Me fui insensibilizando de a poco. Acostumbrándome con los años a toda esta mierda.
_ Usted ahora tiene que preocuparse por descansar. Nada más. Relájese y no piense en cosas feas.
_ No puedo dejar de pensar, querida. Las ideas se me amontonan, desordenadas, caprichosas, van y vuelven cuando quieren. Y lo peor es que no se achican ante el dolor. Se reproducen todo el tiempo, para joderme en las pocas horas que me quedan.

La joven tomó cuidadosamente su brazo y le aplicó una inyección. Quizás de esa forma podía descansar un rato.
Dormía, despertaba, había alguien en el cuarto además de él, en una cama parecida a la suya, con cables y aparatos por todos lados, no podía distinguir su cara, pero si su voz, era su voz, su inconfundible voz, esa que le repetía que tenía que seguir estudiando, que no se juntara con esos vagos, que si no fuera por su madre le hubiese metido una patada en el culo, mas el no quería escuchar, no en ese estado, ya había pasado mucho tiempo, no estaba para aguantar a nadie, se cubría los oídos con la almohada, ¿por qué tenía que soportar eso?, de ninguna manera, de ninguna manera.
El hombre recostado a su lado, preguntó:

_ ¿Necesita algo? Se lo nota muy afiebrado.

Se contuvo para no responder ácidamente, con esa ironía que se hacía carne en su cuerpo.

_ Le agradezco. No hay nada que pueda hacer por mí. Mucho gusto, Mario.
_ El gusto es mío. Mi nombre es Domingo. Por el general, vio. En casa éramos todos peronistas.
Lo seguimos siendo, en realidad.
_ ¿Ah, si? Y digame una cosa (sin poder manejar su temperamento). ¿Qué mierda significa ser
peronista hoy en día? Porque, una de dos: ¿O me volví pelotudo de viejo o me quieren hacer pasar por pelotudo?
_ No se enoje hombre. Si sabía que se iba a poner así, le decía que me llamaba Hipólito.
_ ¿Hipólito? Ah, mire que bien. Parece que es especialista en elegir nombres usted. Hipólito… El peludo tampoco se salva eh.
_ Pero con usted no se salva nadie.
_ Y claro. Si son todos iguales. Pensándolo bien, uno solo merece mi respeto.
_ A ver, diga. Vamos hombre, diga.

La entrada del médico interrumpió el diálogo. Mientras le realizaba una serie de exámenes a Mario, le indicaba al otro paciente que aguardara unos minutos, que en breve sería atendido.

_ No puedo más doctor. ¿Por qué no me da algo para dormir y no despertar más? Es en vano tanto esfuerzo.
_ Vamos, Mario, piense en su familia que está sufriendo por usted. Ponga un poco de voluntad.
_ ¿Están afuera, ahora?
_ Si, están su mujer y sus hijos. ¿Falta alguien?
_ El hijo de puta de mi ex jefe. ¿Puede creer que ni se dignó a pasar, aunque sea de compromiso, ese cretino? Trabajé 20 años como un esclavo en su empresita de cuarta. Así es la gente, doctor. Lo usan a uno hasta que no sirve más. Te exprimen, te sacan todo el jugo que tenés y después se cagan en vos. ¿Para qué sirve vivir de esta manera, doctor? Explíquemelo usted, porque yo, a mi edad, no lo entiendo todavía.

El doctor se retiraba pero los dolores seguían ahí, cada vez más punzantes, cada vez más frecuentes. No encontraba posición en la cama que le brindara un mínimo reposo. Y aunque su estadía en el hospital se veía convertida en un calvario, su lucidez se mantenía firme. Por lo menos, así lo creía él. Siempre había pensado que cualquier persona, en una situación semejante a la suya, perdería la razón, comenzaría a desvariar, a decir estupideces, pero no ocurría eso con él: sus pensamientos se acumulaban constantemente en su cabeza, como si persiguieran un solo objetivo: demostrarle que estaba vivo, que la gente que lo quería de veras merecía que peleara contra la muerte, pero no, no era justo ese argumento, no era justo que lo acusaran de cobarde, si tan solo supieran lo que él estaba sufriendo, si tan solo supieran el agujero que se siente en el corazón cuando se sabe que se está a punto de desaparecer y vivir no ha valido la pena, no en este mundo tan podrido, lleno de ratas escondidas bajo trajes caros, repleto de mierda, de basura que nos llega hasta el cuello.

Una mujer de cara angular y cuerpo voluptuoso caminaba hasta su cama y le tendía la mano; luego de levantarse enérgicamente, Mario rozaba su mano, la estrechaba y se dejaba llevar. En cuestión de segundos aparecían en una isla desierta, cubierta de arena y de palmeras, de cocos y de flores. El solo hecho de estar allí, alejado de la telaraña de la civilización, lo llenaba de esperanzas, cual si desde aquel pequeño lugar pudiese cambiar el mundo, como si desde aquel pedazo de tierra volviese a nacer.



BARRETO

Amor, rutina, amor

Entro a la oficina y la veo a ella, con ese rodete que le recoge el pelo y la hace más fresca aún. La saludo con un beso en la mejilla (huidizo y mezquino, demasiado correcto para mi gusto, pero bueno, algo es algo). Saludo con la cabeza al resto de mis compañeros y me siento en mi escritorio. Son las 10 de la mañana, estoy un poco atrasado con el trabajo que me pidió el jefe, tengo que entregárselo el lunes, cuatro días es bastante, ya estoy acostumbrado a hacer las cosas bajo presión, si, voy a llegar, tendré que trabajar en casa también, al menos dos o tres horas extras por día esta semana, si, llegaré, justo en el límite como siempre, pero llegaré. Hoy está elegante, con esa corbata que le combina con su camisa a rayas, con el color del traje, hasta con los zapatos. No sucede todas las veces lo mismo. En ciertas ocasiones luce cada saco ridículo; y si por lo menos se lo pusiera con una camisa que hiciese juego; pero no, parece empeñado en meter la pata con la ropa. Y yo, ahí, enfrente de su computadora, queriéndole dar un consejo (Mauro, trata de no usar esa corbata con ese saco o, ¿por qué no elegís colores más sobrios para venir a la oficina?), aunque callando luego de reflexionarlo un poco, quedándome en silencio por miedo a que se ofenda. Si no estuviese allí, a pocos metros míos, mi concentración no sufriría de tantos baches, de tantos espacios en blanco en los que solo ella está presente, sonriéndome como lo hace en esos días en que se la nota feliz, acomodándose el pelo casi obsesivamente cada cinco minutos, mordiendo el capuchón de la lapicera cuando está nerviosa o algo no le sale como ella pretende. Y pensar que no hablamos mucho: charlas monótonas e impersonales, si (que lindo día hoy, especial para tomar sol al lado de una piscina o, cómo llueve hoy, ideal para estar durmiendo tapado hasta el cuello con frazadas), mas nada profundo, en definitiva. El debe pensar que soy un poco antipática, arisca quizás, histérica dirían los hombres; ahora los hombres adoran utilizar esa palabra: las mujeres son todas histéricas, no hay nada que hacer, exclamarían burlonamente rodeados de cervezas y partidos de fútbol. El día que entiendan que no todas somos así; el día que logren comprender (en ese cerebro un tanto primitivo que Dios les dio) que debajo de esa coraza, debajo de ese cuerpo de mujer fatal, hay una criatura sensible, que sufre, que llora, que ama, que se desilusiona, que tiene miedo; ¿miedo a qué, preguntan?; la lista es larga: a fracasar, a no colmar las expectativas de la otra persona, a no sentirse indispensable, única, importante, querida, cuidada, contenida, protegida. Seguramente piensa que soy muy formal; debe estar acostumbrada a tipos bohemios, con calle, esos que se las saben todas con las minas; yo intento relajarme un poco, meter algún chiste en medio de las contadas conversaciones que tenemos, pero no me sale naturalmente. El otro día, por ejemplo, buscando hacerme el gracioso, quedando como un tonto, ni me miró siquiera. El miércoles dijo algo divertido, no recuerdo exactamente sus palabras aunque si que casi suelto una carcajada; me contuve para que no crea que estoy pendiente de sus comentarios; seguí trabajando en mi computadora como si no hubiese pasado nada, y él bajó la cabeza e hizo lo mismo. Recuerdo la primera vez que lo vi: yo ya trabajaba en la empresa desde hacía un año; él, recién contratado, llegaba con su mochila, su paraguas y su cara de buen tipo a cuestas; no se porque, pero desde el primer momento esa cara me brindó seguridad; sentí que podía confiar en él, que era honesto, transparente; nunca me animé a decírselo pero eso no cambia nada; o si, en verdad, cambiaría completamente la situación, pero bueno, soy orgullosa; no siempre fui así, con los años me fui convirtiendo en esto, en esta mujer que parece de hierro y que muere por dentro, sin que nadie lo sepa, en silencio.



La semana pasada sucedió algo inesperado. Yo salía de la oficina, llovía intensamente, como si fuera a acabarse el mundo; ella estaba allí, sin paraguas, esperando que algún taxi se dignara a llevarla, pero no, ninguno paraba. Dudé unos segundos, luego me acerqué a ella y le ofrecí alcanzarla hasta su casa. Estaba parada bajo la lluvia, mientras aguardaba por un taxi. No había llevado el abrigo adecuado ese día: apenas un pilotín que mojaba más de lo que reparaba del agua. De repente lo veo a Mauro que viene hacia mi y me pregunta si quiero que me lleve; yo contesto que no, que espero un taxi, pero después de insistirle de que no era ninguna molestia, terminó aceptando. Caminamos hasta el estacionamiento, ese que queda a una cuadra de la empresa, yo la cubría con el paraguas mientras él quedaba con la cara al descubierto, solo para que yo no fuera alcanzada por la tormenta. Subimos a su automóvil, él prendía la calefacción, activaba el limpiaparabrisas, encendía la radio. Sorpresivamente, no estaba nervioso; más bien asombrado de la seguridad con que había resuelto tal situación. Parecía estar saliendo todo de maravillas, encima en la radio sonaba esa canción que tanto me gustaba. Yo le decía que la letra de la canción era poesía pura, y él me respondía que si, que no faltaban ni sobraban palabras, que todo estaba puesto allí por alguna razón. Ella cantaba y a mí se me venía el mundo abajo; su voz era una poción para mis oídos, no quería interrumpirla, se animaba a cantar conmigo, desafinaba en los estribillos, pero esa no era la cuestión, lo fascinante era que los dos, él y yo, compartíamos algo más que el lugar de trabajo, de una vez por todas, bajo esa lluvia invernal que no infundía temor sino esperanza y risas; porque esos chaparrones, que en cualquier otro día habrían sido motivo de malhumores e insultos al aire, ahora se convertían en la excusa perfecta para unir dos almas solitarias. Me indicó que doblara en la cuadra de la plaza, lo hice lentamente, con cuidado, estaba inundado y el agua acumulada en la calle llegaba a tapar casi por completo las ruedas del automóvil. Al llegar a su casa, Victoria tardó unos segundos en bajar, yo entonces abrí mi puerta y con el paraguas en la mano corrí hasta la suya, haciendo lo posible para que no se mojara. Me acompañó hasta la puerta de entrada, bien caballero el hombre; demoraba unos segundos en regresar a su automóvil, era una señal, debía ser una señal; me invitó a pasar, a tomar un café, algo caliente para combatir el frío. Saqué las llaves de la cartera, abrí la puerta, frotamos los calzados en la alfombra de la entrada, y al tiempo que ella prendía la estufa del living, yo revisaba los libros de la biblioteca.



Hoy llegó antes que yo a la oficina; claro que no lo vi hasta el mediodía (el jefe lo había mandado a una reunión), cuando entró por la puerta sonriendo y haciendo chistes, para luego darme un beso en la boca delante de todos, si, por primera vez delante de todos. Y si, porque al verla con ese vestido ajustado, con ese pelo suelto que flameaba con estilo y con esa boca tan suya, me dieron ganas de besarla y me dije: ¿por qué, no?, ya es hora de que todos lo sepan, y al que no le gusta que mire para otro lado. Me sonrojé un poco, y es lógico, no me esperaba que actuara así, no hacía ni dos meses que estábamos saliendo, creí que íbamos a esperar un tiempo, no, ¿para qué esperar?, ella me quiere, yo a ella, es lo que cuenta, el resto es puro decorado, simple adorno; me sorprendió con su reacción, pensé que le daba un poco de vergüenza, que prefería manejarse con cuidado, sus mejillas se pusieron coloradas, no creí que se fuera a poner así, ella es de esas mujeres que se muestran seguras ante el resto; después de la oficina me dijo que le había encantado el beso, menos mal, en un momento creí que me había equivocado, quizás apresurado, porque no me dirigió la palabra durante el resto del día; le dije que fue el beso más lindo que me habían dado y más inesperado también, que me disculpara si no le había hablado después de eso, él tenía que entender, estaba un tanto aturdida por la situación; ya estaba todo en orden, y para demostrárselo lo abrazaba, lo besaba, lo invitaba a cenar a casa, si, me cocinaría algo casero, para hacerme saber que no se había enojado, al contrario, estaba feliz, se lo repetía por si no me había escuchado, ¡estoy feliz!



Esta noche no tengo ganas de cocinar, estoy cansada, voy a pedir comida; que no se piense que voy a cocinar todos los días, al principio si, pero ya llevamos prácticamente dos años de convivencia, ya está, ya hice buena letra, ahora me quiero relajar un poco. Le digo no hay problema amor, llamá al delivery, el número lo dejé encima de la heladera, si, ahí. Me responde de una forma que no me hace gracia, no por lo que dice, más bien por su cara, por ese gesto que pone cuando me lo dice, como indicándome de que por esta vez si, porque es una excepción, que no me malacostumbre. Sigo mirando la televisión, como si no hubiese advertido la cara que puso cuando le dije donde estaba el número de la casa de comidas; pierde la paciencia con facilidad últimamente. No quiero discutir, por eso elijo callarme y buscar el teléfono para hacer el pedido, aunque ciertas actitudes suyas me enervan la sangre y quiero revolearle algo por la cabeza para que reaccione nomás. El otro día también me puso esa cara de pocos amigos, igual que recién; no recuerdo que le había dicho, pero no creo que haya sido tan tremendo para que se le soltara de ese modo la cadena, cerrando la puerta del cuarto con ese portazo. Deja todo tirado, no levanta la tapa del baño (se lo dije mil veces ya y lo sigue haciendo); no soy su sirvienta, lo tiene que entender; tampoco su madre, no puedo tratarlo como si fuese un nene porque no lo es. Ya no tiene una mirada tan positiva de todo, al punto de contagiarme esa mala energía, porque la mala vibra es así, funciona por medio de un efecto contagio del que es difícil mantenerse inmune. Ayer le pedí que nos sentáramos a hablar, que así no se podía seguir. Yo la miré y le dije que si, que nos debíamos una charla, no en ese momento, estaba cansado, el fin de semana, si, el fin de semana sería mejor.



A la tarde visitamos a mamá; Mauro me acompañó sin chistar esta vez; y claro, de qué sirve decirle que no tengo ganas de ir a la casa de su madre, que prefiero quedarme en casa viendo una película, si en definitiva voy a terminar yendo, y toda la discusión previa, ¿para qué?, es mejor ahorrar energías para los buenos momentos. Yo me doy cuenta de que tal vez no se muere por llevarme de mamá, pero valoro que lo haga, porque significa que resigna cosas por mí, que cede, y una pareja que dura es una pareja que cede. Y si, hay que ceder; en esta ocasión lo hago yo por ella, en la próxima lo hará ella por mi, es un ida y vuelta. Porque una pareja es esto: algunos momentos muy buenos, otros muy malos y el resto (la mayoría de los días) normales. El me lo dice siempre: lo más difícil en la vida es encontrar el equilibrio, y tiene razón, la felicidad absoluta no existe, así que conformémonos con aquellos instantes en que creemos que somos felices y que durarán por siempre. Últimamente no se le da por poner esas caras que tanto me irritan; bah, en realidad, a veces las pone, pero no tanto, o capaz que ya me acostumbré, que se yo. El otro día me regaló un ramo de flores, y eso que faltaban tres meses para nuestro aniversario. Llegó a casa con el ramo en la mano y yo no salía de mi asombro. En una época le regalaba flores todas las semanas. Lo hacía porque lo sentía, no por el simple hecho de buscar agradar. Las compraba generalmente en el mismo lugar, a unas cuadras del departamento de mi hermano. Justamente el sábado lo fui a visitar a Gonzalo, y al pasar por el puesto, casi de casualidad, me dije que sería una buena idea, que hacía tiempo que no la sorprendía con algo de ese tipo. ¿Cuánto hacía que no me regalaba unas rosas?, me preguntaba mientras las colocaba en una jarra con agua. ¿Cuánto tiempo? Desde el aniversario pasado, me parece. Y bueno, ya no estoy en esos detalles, uno se va achanchando a medida que avanza la relación, se relaja demasiado quizás. Eso no tiene importancia ahora; se acordó de mí, tuvo un gesto romántico, listo, a disfrutar de las pequeñas cosas. No podía disimular su alegría; y pensar que con tan poco puedo hacerla feliz a mi mujer, debería intentarlo más seguido, claro que me tengo que acordar para eso, se verá. A pesar de nuestras discusiones, nuestros olvidos, nuestros defectos, nos seguimos queriendo. Capaz que no de la misma forma que al principio, es un amor más estable, sin tantos altibajos, sin tanta adrenalina, pero es amor al fin, que se construye día a día cual si fuera una casa, ladrillo por ladrillo.



BARRETO

sábado, 19 de septiembre de 2009

Carta a un amigo en Capilla del Monte

Buenos Aires, 19 de Septiembre de 2009
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"… I like too many things and get all confused and hung-up running from
one falling star to another till I drop. This is the night, what it does to you.
I had nothing to offer anybody except my own confusion."
Jack Kerouac
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¿Qué hacés, hermano? Acá las cosas están más que bien. Vos me entendés, así se estila decir en las grandes ciudades cuando todo está para la mierda. Sólo que esa expresión alude, en guisa un tanto oscura, a la constancia. Sería, más o menos, como decir “está todo como siempre, está todo como el orto”; pero también sabrás comprender que, viviendo en este agujero, uno no puede –o no quiere- desarraigarse de ciertas costumbres por más estúpidas que resulten. Podría ahorrarme el paso de hacer una vaga traducción de las muletillas que empleo, valiéndome de determinadas aclaraciones a continuación de éstas, pero de esa manera estas líneas no serían más que eso: sólo líneas. Las muletillas le dan el “aire” argentino (que debe permanecer intacto), aunque las aclaraciones se lo quitan… se las quedan mirando como diciendo “no pueden ser más que lo que son”. Qué paradoja hablar de “aire argentino”… ¿alguna vez nos sentimos argentinos?
Si dejo de ser facilista, conformista y extravagante, pierdo ese olor a puerto que despiden mis fauces. Si empiezo a ser oblicuo, contestatario y sencillo, gano en amor. De todas formas, no voy a dejar ni empezar a ser, porque ya soy… esto es lo que piden, esto es lo que les doy: mi persona y mi sombra. Mi persona, a todo el mundo. Mi sombra... a unos pocos.
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Lanús quedó como la dejaste: ese pozo infecundo, ese turbio escenario donde se desplaza la masa inerte sin dejar huella. Hace poco que te fuiste, pero ya deben haber levantado unos diez o quince edificios más… ¡esos hijos de puta están sepultando los barrios con sus torres! Antes no se sentía la transición entre Valentín Alsina y la Estación, hoy salgo de casa en remera pero con un pulóver en mano, porque se que cuando baje del bondi me voy a cagar tanto de frío como si estuviera en Balvanera. Iberlucea fue calle de quinceañeras, pero ahora se la denomina “Las Lanusitas” (obviamente, pretenden emular a la zona más paquete de Lomas). Creéme, más que asco, da bronca. No se puede estar tranquilo… ¡hasta el sentido de pertenencia nos quitaron!
Ruego al universo que te hayas llevado la fotografía del Viejo Lanús. A este paso, no me sorprendería que encierren en jaulas a los personajes autóctonos –tales como Hugo, Puchito, Travolta, el Hombre-huevo y otros tantos más- para exhibirlos en esas ferias berreta que brinda cada tanto la Municipalidad. El Jefe es para mí lo que un oso panda es para los japoneses. Me da gusto verlo, cuando lo cruzo, porque es una excelente persona, pero a la vez me produce una angustia tremenda porque lleva consigo la insignia del barrio (barrio que ya no existe).
Y si, me cansé de escuchar tantas boludeces: “es impresionante como está creciendo Lanús”. Pero ¿de qué crecimiento hablan? Lanús creció en número, pero por lo demás cada vez está peor. Me contentaría con que no vengan más “extranjeros” y que el crecimiento sea cosa individual. En definitiva, otra de mis utopías…
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Estoy comiendo un cigarrillo tras otro, mientras escucho a Tom Waits (que va a hacer que reviente mi corazón), el moco es que en el breve intervalo entre tema y tema se alza el rumor de una música colombiana que se siente como un dedo en el culo ¡Tom Waits! Creo que te hablé de él hasta el hartazgo… es mi nuevo Jesús. Me recuerda a esas noches en “el bar de Beba” -el último bar- donde jugábamos a analizar (casi con rigor científico) el cuadro y la droga en particular bajo la que estaban sumidos los clientes. Eramos unos enfermos encantadores cuando prestábamos nuestra oreja a esos enternecedores cocainómanos que mangueaban puchos a mansalva, como si se hubieran escapado de un neuropsiquiátrico ¡Cómo reíamos cuando se rascaban la nariz y miraban a los costados como comadrejas! Los porreros eran todos “rollingas” que hacían señas extrañas, danzas rituales y patéticas teatralizaciones de las canciones vacías que escupía la rocola. Las mujeres, la mayor parte a mediohacer, eran como un collage de resacas de domingo a la espera de un poco de diversión... Todo un acontecimiento era encontrar una mujer entera en esa cervecería ¡Por todos los santos! ¿Qué mierda hacíamos en ese antro? Era un barsucho de mala muerte, atestado de amanecidos, minas servidas en bandeja y, ahí detrás, la misteriosa simpatía de Beba y su eterna sonrisa. Creo que nos gustaba ver la otras caras de la noche, lo que no conocíamos, ser parte por momentos de lo ajeno. Supongo que, inconscientemente, nos encerrábamos en las muertes de las noches porque era (el bar de Beba) escenario de magníficas charlas filosóficas: crecimos mucho ahí dentro.
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Me estoy yendo de mi centro, te escribía para saber cómo estabas y terminé haciendo un terrible tango con todo lo que se perdió. Me resulta gracioso el hecho de que cuando estabas a diez minutos de mi casa, quizá pasábamos meses sin siquiera telefonearnos. Ahora, que hace sólo un par de semanas que te fuiste, estamos como unas "carmelitas descalzas" recordándonos cuánto nos queremos y las tantas ganas que tenemos de vernos. Pero, bueno, es un escollo de la distancia: los medios de comunicación cada vez son menos humanos (de paso, te recomiendo que leas “El asesino” de Ray Bradbury, está en "Las doradas manzanas del sol", te va a encantar). Cara a cara –o como se dice ahora por estos pagos: Face to face- podemos valernos de otras demostraciones, no intencionales, implícitas accidentalmente.
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Ya te conté como anda mi vida personal: estoy siguiendo una rutina que aterra; no por ser rutina, sino porque sea justo yo el que la siga. Sólo me quedó atragantado esto de ilustrarte el nuevo paisaje con mis armas (las palabras). Lo hago para darte fuerzas desde acá, para que te quedes tranquilo, para que te convenzas sobre tu elección de vida. Fue la decisión más acertada que podrías haber tomado. Como ya te dije, podría ser egoísta y garabatear un dibujo para que sigamos yirando por ahí, pero es un capítulo que cerró: cumplió su ciclo. Vos estás bien en tu nuevo lugar, que no importa sí es permanente o de paso. Me llena de orgullo que hayas tenido los huevos para tomarte el palo solo a hacer vida de montañés... ¡ni por capricho lo haría! Tenés que disfrutarlo.
Me voy despidiendo, porque tengo otras cosas que hacer y, además, no va a faltar oportunidad de volver a escribirnos. Este verano nos estaremos viendo, seguramente voy con el Jefe para allá.
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Un fuerte abrazo,
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Sanrod.

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PD: Abro la carta con un fragmento del libro “On the road” (En el camino) que no puede describir de mejor manera el estado en el que me encuentro. Pertenece al capítulo cuarto de la segunda parte. Se que te llevás como el culo con el inglés, así que me atrevo a traducirlo: “Me gustan demasiadas cosas y me confundo y altero corriendo detrás de una estrella fugaz a otra hasta que caigo. Así es la noche, lo que te produce. No tengo nada que ofrecer a nadie excepto mi propia confusión.”

A llorar a la iglesia

Señora mía, pido un momento para decir algo en mí defensa, si me es posible, y antes que nada, por supuesto alego i-no-cen-cia... debería comenzar diciendo que, realmente, pudo haber parecido que yo lo hice, es más, todas la pruebas apuntan hacia mi, pero no hay nada más alejado de la realidad.

¿Quién, dígame, podría ser capaz de semejante acto de mala fe?
Desde luego que yo no. Yo no podría...bueno podría pero no lo haría… desde luego, desde luego… Más aún sabiendo lo que usted me advirtió anteriormente ¿no?

Digo... ¿Qué clase de rufián sería yo? ¿Qué bárbaro indómito y osado, valiente por demás y apuesto…? Disculpe me dejé llevar… de todos modos, sabe usted muy bien que eso nunca estuvo en un lugar muy seguro que digamos y, muy a mi pesar, debo librarme, al menos, de esa culpa. Pero ¿Quién decide quién es culpable y quién no? Jajaja...

A lo que voy con esto es: no nos echemos culpas... ya… ¡YA lo dijo Luis Miguel!
No culpes a la playa ni a la lluvia ni a la noche ni a… mí que es lo importante ¿no?


Tal vez… es posible. Puede ser que yo accidentalmente haya golpeadoconmicodoelobjetoencuestióneinevitablementehaya-caídodesdeunaalturaconsiderableporlocualindefectiblementehayaquedado-
hechoañicos... (recupera el aire)

¡Pero juro que fue sin querer...!
(Se aclara la garganta) Sin embargo entiendo que mis acciones merecerían un castigo ya que su... coso... era muy valioso ¿debo asumir? y dígame; ¿De qué manera, yo, podré resarcirla por lo acontecido? Digo… si un “perdón” no le basta. Porque a mí me sobraría con una mirada. Míreme; ¿éstos son los ojos de un maleante? ¿Acaso no ve arrepentimiento infinito en ellos?

Ah…

Con que esas tenemos... encerrado. ¿¿Un mes??... ¿no le parece excesivo? Es que creo que no fue tan... sí, ya sé. ¿Pero no podría ir...?

En serio es usted muy cruel, ¿lo sabía?

!¿Cómo puede hacerme esto?¡

En serio…¡Mamá, no! Yo quería ir... ¡Vos me dijiste! (berrinche)


Mini monólogo por da rabbit.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Puntos de vista

La decisión está tomada, había dicho Roberto una semana atrás. Y aunque Dolores (su mujer) le dijera que no era necesario apresurarse tanto, él no daba marcha atrás.

_ Después de un tiempo, los chicos se van a acostumbrar. Es una oportunidad que no podemos dejar pasar.

Ella no estaba del todo de acuerdo y se lo hacía saber:

_ Roberto, estas decisiones hay que tomarlas en conjunto ¿O acaso no somos una familia?

Mas él decidía hacerse el sordo, como si la única opinión que contara en esa casa fuera la suya.
Esteban, desde el momento en que conoció la noticia, adoptó una posición rígida, intransigente. Siendo el mayor de los hermanos, pensó que debía llevar la voz cantante.

_ Si se quiere ir, que se vaya solo, le repetía a su madre, con tono de voz elevado, casi desafiante.
Dolores no quería estar en el medio, más bien pretendía que todos se sentaran a hablar, como personas civilizadas, que todos expresaran su opinión al respecto, incluso Tomás, que no había hablado mucho del tema, seguramente desconcertado con tal situación.
Roberto había sido claro aquel mediodía, luego del almuerzo:

_ Tengo una oferta de trabajo en Estados Unidos que no puedo rechazar. Por mi bien y por el de todos ustedes. Así que en dos meses tenemos que viajar a Nueva York para mudarnos definitivamente. Hay excelentes colegios allá, con el idioma no van a tener problemas. En fin, será una experiencia fantástica para todos.
_ Pero acá tenemos todo; amigos, primos, tíos, colegio, club de fútbol. No podes sacarnos eso de un día para el otro.

Si bien Esteban se plantaba ante su padre, Roberto se mantenía firme:

_ La decisión está tomada. No voy a admitir ataques de rebeldía de tu parte.
_ ¿Vos no decís nada, mamá?

Dolores, disgustada con la manera en que su marido manejaba las cosas, levantaba los platos de la mesa y buscaba en la cocina un poco de paz. Desde esa parte de la casa, escuchaba los gritos de Esteban, el vozarrón de Roberto, insultos, golpes en la mesa, hasta una cachetada que impactaba en la cara de su hijo. Después, el ruido de la puerta de entrada abriéndose y cerrándose bruscamente, y la casa que parecía vacía.
Tomás, envuelto en ese clima hostil que se había instalado en la casa, sufría en silencio. Escuchaba todo pero hablaba poco. No soportaba que su familia no pudiese resolver sus conflictos de una manera más pacífica, quizás hasta más democrática. Se encerraba largas horas en su habitación, tratando de evitar tomar partido por su hermano o por su padre. Porque eso era lo que ambos pretendían, aprovechando cada momento que tenían a solas con él para martillarle el cerebro con órdenes, con indicaciones, con maniobras para ponerlo de su lado. Ahí estaba su padre llamando a su puerta, sentándose en el borde de su cama, dando vueltas y vueltas con monólogos aburridos hasta que de pronto decía lo que había ido a decir en un principio: que hablara con su hermano, si, a pesar de ser el menor, debía convencerlo, hacerlo recapacitar, no podía ser tan egoísta. También Esteban agotaba su paciencia, hablándole mal de su padre, señalándole que él tenía que ponerse fuerte, diciendo lo que realmente pensaba, que tenía que hacerle saber al viejo que estaba equivocado, que ellos no se irían a ningún lado; también Esteban acusaba a su padre de egoísta, de pensar solo en él, en su progreso, ¿y la familia qué?, ¿y la familia qué? Tomás creía (aunque no lo decía) que los dos eran iguales: preocupados solo por su interés personal, se olvidaban de los demás; ninguno de los dos (ni su padre ni su hermano) le había preguntado como se sentía, por qué no hablaba prácticamente con nadie, por qué casi no probaba bocado desde hacía unos días; en verdad, no les importaba él en cuanto persona, sino como medio para tener razón, para salirse con la suya.

Dolores tejía en el living de su casa, mientras pensaba que el tejido había sido su mejor compañía durante los últimos días. Con Roberto y Esteban casi no cruzaba palabra, debido a ese carácter espantoso que habían heredado vaya a saber uno de quien. Y Tomás siempre guardaba demasiado, ¡un día le va a salir una úlcera a ese chico de tanto acumular! Cierto era que su familia no se caracterizaba precisamente por una comunicación fluida, pero la conducta del chico llamaba su atención hasta el punto de hacerla preocupar. Sonaba el timbre, y Dolores luego de notar que lo hacía cada vez de manera más desafinada, probablemente a causa de que las pilas ya estaban para cambiar, se levantaba del sillón y observaba por la mirilla de la puerta. Cartón lleno: su suegra del otro lado. Hacía pasar a la madre de Roberto, trataba de relajarse, respiraba profundo, pase Angélica, póngase cómoda. Pero Angélica no se ponía cómoda, clavaba sus ojos en Dolores, mientras se quejaba de que ella era siempre la última en enterarse de todo, de que su opinión no contaba para nada, que pensaran un poco en esa pobre vieja que los tenía únicamente a ellos. Dolores le avisaba a su suegra que la esperara unos minutos, que en breve estaría nuevamente con ella, y sin que Angélica pudiese verla, sacaba un whisky del modular ubicado frente a su dormitorio y se servía un vaso bien cargado, de esos que ayudan a superar situaciones intolerables, por ejemplo cuando una vieja que no sabe que hacer con su vida llega a la casa de una con planteos y pataleos y escenas ridículas, haciéndole disparar los nervios.
Angélica, parada junto a la mesa del living, estudiaba detenidamente con sus ojos el estado de la casa. Demasiado desordenada para su gusto. Acomodaba unas hojas tiradas en una silla (probablemente olvidadas allí por alguno de sus nietos), deslizaba un dedo por la televisión. Un trapo no viene mal de vez en cuando. De repente, sin que hubiera tenido tiempo para advertirlo, la mirada de Dolores la atravesaba de punta a punta. No era la misma que le había abierto la puerta unos minutos atrás, que le había ofrecido ponerse cómoda, que le había dicho que pronto estaría con ella. Era como si en esos minutos de ausencia algo hubiese pasado. Cual si su nuera hubiese juntado coraje para enfrentarla a ella, para recordarle que no tenían por qué consultarle decisión alguna, que desde hacía años venía esperando ese momento, que desde hacía años (desde que la conoció, más bien) venía aguantando sus opiniones, sus consejos, la voz de la experiencia. Para su sorpresa, Dolores no abría la boca. Entonces Angélica trataba de romper ese hielo que se había interpuesto entre ambas con un: ¿los chicos, cómo andan?, ¿en el colegio? Pero Dolores, entendiendo que cualquier palabra que pronunciara carecía de sentido, que un enfrentamiento frontal con su suegra empeoraría las cosas, se limitaba a asentir con la cabeza, para luego desplomarse en una silla y encender el televisor con el control remoto.

Esteban llegaba del colegio y se encontraba con la presencia de su abuela en la casa. Aunque le parecía raro que estuviese allí (generalmente ellos iban a visitarla a su casa y no al revés), estimó adecuado no averiguar demasiado, saludar a su abuela con un beso y un abrazo, y meterse en su cuarto a descansar. A las seis arrancaba el entrenamiento, eran las cuatro y media, tenía tiempo para dormir un rato. Pero no iba a poder descansar esa tarde, ya que en ese mismo instante en el que sus ojos se empezaban a apagar y el sueño lo ganaba casi por completo, algo ocurría en la casa, algo que no le permitía mantenerse ajeno, allí, enroscado entre las sábanas, algo que lo llevaba a saltar de su cama e intervenir. Su padre, gritándole a su madre, con la mano alzada, cual si estuviera próxima a propinar un golpe. Su madre, con la cara desencajada, por primera vez (Esteban no recordaba otra ocasión similar) enfrentando a su padre tan abiertamente y, encima haciéndolo en las narices de su abuela. Más tarde, cuando Esteban se dirigía hacia su entrenamiento, apurado y a las corridas porque llegaba tarde, un vecino le preguntaba si había sucedido algo en su casa (por los gritos, agregaba). El se ponía un poco nervioso, pero al final terminaba respondiendo que no, que no había sucedido nada, y que si hubiese pasado algo no era asunto suyo, viejo metido. Luego le decía si no tenía nada mejor que hacer que andar chismoseando en la vida de los demás y se marchaba furioso.

Era la hora de la cena y Roberto se impacientaba porque el reloj de la cocina daba las nueve y Esteban no había llegado. Siempre lo mismo con este chico, no respeta a nadie. Si sabe que acá se come a esta hora, que avise si viene más tarde. Buscaba que su mujer, o al menos su otro hijo, ratificara sus palabras, pero nadie gastaba saliva, se desentendían de la situación, si, era más fácil hacerse el gil. Dolores colocaba los platos sobre la mesa, se alegraba de que Tomas la ayudara (quizás era el único de esa casa que se preocupaba un poco por ella, aunque solo fuera con un gesto o una actitud), sacaba la comida del horno y se sentaba a comer. El timbre sonaba, nadie se levantaba de su silla, si no me levanto va seguir jodiendo ese ruido insoportable pensaba Tomas, poniéndose las pantuflas que ahora se movían hacia la puerta de entrada.




Comía en el restaurante al tiempo que recordaba aquella noche, parecida a esta (porque cenaba pollo con papas y tomaba gaseosa) pero diferente (habían pasado varios años ya y el había dejado de ser un niño). Recuperaba aquella escena lentamente: se podía ver abriendo la puerta de entrada, con sus pantuflas, su jogging, su buzo deportivo, ahora con ese tipo enfrente suyo que le preguntaba si esa era la casa de la familia Aquino, después si allí vivía Esteban Aquino. El haciendo un gesto afirmativo con la cabeza, queriendo decir que si con la boca pero no pudiendo, quedándose mudo. Tal vez presintiendo (si, aunque resultara raro, lo había presentido) que algo grave había tenido lugar, y que dicho suceso se relacionaba directamente con su hermano, llamaba a sus padres, con la voz quebrada, casi rota. Recuerda la cara de su madre: pálida; desde el momento en que había escuchado el nombre Esteban Aquino, su cara lucia así, sin color, desteñida. El semblante de su padre no era mucho mejor, estaba tenso, con los músculos contraídos. Fue entonces cuando aquel señor (como le costaba a ese pobre hombre mirarlos a los ojos) dijo lo peor: el chico tuvo un accidente; estaba cruzando la calle y se lo llevó por delante un automóvil; una ambulancia lo está trasladando al hospital; acá está la dirección. El sonido del celular lo traía nuevamente al presente, atendía, era su hermano, quería saber si iría a comer el lunes a su casa, que si, que se quedara tranquilo, allí estaría, que no se iba a olvidar, que no se pusiera pesado, si, él también lo quería, chau, nos vemos el lunes.



BARRETO

jueves, 10 de septiembre de 2009

Espuma en la boca del corazón.

Quisiera encontrar las palabras para describir cada momento, sentimiento, etc,




Por eso te escribo a vos.

Vos entenderás.


Hay veces en que los cielos abren sus fauces para tragar todo; todo destruirlo. Hay veces en que uno mismo es el que destruye los cielos que abrazan (y abrasan) nuestro atormentado ser.

De repente es claro, como el día. Todo es ilusión, nada de lo que podamos ver existe realmente, aún a sabiendas de que todo es tan real…

Real como la muerte, como la noche; como los arcos que crean los rayos al caer como ángeles expulsados del paraíso. Anhelando besar tierra, buscando.


Buscando.


Buscando el fin o el principio. Es lo mismo. Cambio, crisis y, finalmente, tranquilidad.

Aburrida y sobria; de esas que inquietan por su quietud. De esas que esperamos encontrar, nos llenamos la boca (deseándola y) comiendo heces, vestigios de una paz que nunca tuvimos.

¿Acaso somos algo más que seres carroñeros de nuestros propios sueños muertos?

Tampoco quiero sonar desesperado. Tampoco quiero sonar deshecho.

Ni remiendos, ni burbujas de colores. Verborragia inútil e incandescente.

Just a vessel you need to fill in with something, anything you want.

Sólo una muñeca estúpida, vacía, imperfecta (uno de esos tres adjetivos es tan hermoso).




Rabbit.

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"Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,
eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados."

Julio Cortázar.

jueves, 27 de agosto de 2009

Llegar a viejo

_ ¿Qué vamos a comer hoy viejita?
_ Milanesas con una ensaladita de lechuga y tomate.
_ ¿Otra vez milanesas, vieja? ¿Cuántos días hace que venimos comiendo lo mismo?
_ Dos días nada más. No te quejes viejo. Hay gente que no come nada.
_ Ya se vieja; siempre te vas a los extremos. Antes cocinabas todos los días; en cambio, ahora…
_ En cambio, ahora tengo 70 años Horacio. Estoy cansada de cocinar. Cocino desde que tengo uso de razón. Ya a los 12 años preparaba la comida en casa; mamá y papá trabajaban todo el día y yo, como ya sabes, soy la mayor de las hermanas. Era mi deber.
_ Me la se de memoria toda esa cantinela. Creo que con esta llegaste al millón. Si, debes andar por ahí.
_ Si no queres escuchar de nuevo esa historia, haceme un favor viejito, ¿si?
_ Si, viejita, el que vos quieras. Decime.
_ Dejate de romper las pelotas. Mira que simple.
_ Ah, mira vos que bien. A los 70 años te volviste grosera.
_ Y vos un viejo quejoso. No, no te rías. Ahora me enojé.
_ Vení, Rosita, no te encabrones. Dame un beso.
_ Está bien, pero uno solo; no te lo mereces, chinchudo.
_ Vení; sabes que sin vos soy un desastre; ¿qué haría si no te tuviera?
_ Es lo que me pregunto yo todos los días. ¿Dónde estarías ahora?
_ Bueno, vieja, ya está. No te sigas desquitando. Hagamos una cosa. ¿Por qué no llamo a la pizzería y pido unas empanadas de espinaca, como te gustan a vos?
_ ¿No querés que te cocine?
_ No, dejá. Ya hiciste bastante por hoy.
_ En serio. Te hago esa carne rellena con papas que tanto te gusta.
_ ¡Como sos eh! No quiero que cocines. Quiero que te quedes acá conmigo.
_ Te hago caso entonces. Cambiando de tema, ¿hablaste con Florencia hoy?
_ Llamó a la tarde. Vos habías cruzado al quiosco.
_ ¿Y? ¿Alguna novedad?
_ Dijo que seguía resolviendo su asunto. Mañana se junta con Rubén para arreglar los últimos detalles.
_ Ojalá salga todo bien, viejo. Flor se lo merece. Ya pasó por muchas cosas malas.
_ Hay que tener fe viejita. Todo llega en algún momento. Aparte, es inteligente como el padre. No le puede ir mal.
_ ¿Y cómo estás tan seguro de que sos el padre?
_ Sos graciosa cuando querés. Si es igualita a mí.
_ Eso quisieras. Yo la veo más parecida a Félix.
_ ¿Félix? ¿El ferretero que te arrastraba el ala antes de que yo te conociera? Por favor… Seguro que no llegó a darte un beso ese.
_ Mucho más que un beso me dio. Era de caballero… Me regalaba todas las semanas un ramo de flores, me llevaba a comer por el centro.
_ Mirá si te iba a llevar a comer ese piojoso; si no tenía donde caerse muerto.
_ Callate, viejo. ¿Vos qué sabes?
_ Yo era amigo del hermano, Rosita. Ese si que era un pibe piola. Las chicas se morían por nosotros dos.
_ Del susto se morían.
_ Fue una época dorada, vieja. Después te conocí a vos. Las chicas del barrio te tenían una envidia. Te habías llevado el primer premio.
_ Me imagino lo que serían los otros entonces.
_ No, viejita, en serio. Aparte, ¿cuánto hubieses durado con el ferretero? ¿Cómo se llamaba el otro que te andaba atrás?
_ Carlos.
_ ¡Cómo te acordas, eh!
_ Claro que me acuerdo. Tengo buenos recuerdos de él.
_ Basta, vieja. No sigas hablando que me pongo celoso.
_ No seas tonto viejito. Si sabés que sos el hombre de mi vida.
_ Si, lo se, pero me gusta que me lo repitas de vez en cuando.
_ No cambias más, viejo. Siempre fuiste un poco inmaduro.
_ Si, es verdad. Es el niño que tengo adentro.
_ Por tu aspecto, parece que tenes varios niños ahí adentro. Mirá la panza que tenés lechón.
_ Es cierto. Estoy gordo, ¿no?
_ Igual me gustas asi, viejo.
_ Ahora me martirizaste. Voy a empezar a ir al gimnasio, como la pendejada.
_ ¿Al gimnasio? ¿Te cuesta caminar hasta el baño y queres ir al gimnasio?
_ Yo tengo el alma de deportista. Me dejé estar un poco en los últimos años, pero el cuerpo tiene memoria.
_ Tiene amnesia tu cuerpo, caradura. Lo único que falta que me digas es que siempre tuviste un físico privilegiado.
_ Te lo digo, si querés. ¿Por qué? ¿Es mentira? Era el Sandro del barrio.
_ Hoy estás con todas las luces, viejo. Tenés cada ocurrencia. ¿Tomaste algo?
_ No, vieja. Ayer compré unas pastillas de viagra, pero las dejo para la noche.
_ ¡Que desubicado! Hablarle así a una dama ¡Descarado! ¿Qué pretende usted de mí?
_ ¡Qué linda que sos cuando te pones así!
_ Dale, viejo. Dejate de hinchar ¿Te volviste calentón a los 75?
_ ¿Qué tiene de malo? Ahora a los 75 estás en la flor de la vida. Cada cual tiene la edad que le dicta su corazón.
_ Ahora sos poeta también. Mirá que bárbaro.
_ En serio, vieja. No me cargues. Yo me siento bien de espíritu. Ya se que no estoy como a los 50, pero me siento pleno. Los años te sacan algunas cosas, aunque te dan otras.
_ ¿Por ejemplo?
_ Por ejemplo, la experiencia. El paso de los años te da una sabiduría que no se compra con nada. ¿No te parece, Rosita?
_ ¿Sabes que tenes razón, viejo? A veces me sorprendes con tus análisis.
_ Viste. Cuando pienso, soy una luz. Lástima que no pude terminar el colegio. Hubiese sido lindo. Es una cuenta pendiente que me queda para otra vida.
_ Eran otras épocas, Horacio. Tuviste que salir a trabajar desde chico, como lo hacíamos muchos de nosotros. Los que podían seguir estudiando eran unos pocos privilegiados.
_ Es cierto. Éramos tan pobres. Pero, bueno, la espina me queda. Ahí está; ya tengo una contra de ponerte viejo.
_ A ver, ¿cuál?, porque a mi se me ocurren muchas.
_ Ya se que hay otras pero ahora me acordé de esta.
_ Dale, viejo, decime. No des tantas vueltas.
_ ¿Quién te apura vieja? Como si tuviésemos que hacer otras cosas.
_ Dale, te escucho.
_ Te cuento entonces. ¿A dónde vas?
_ Me agarraron ganas de ir al baño, viejo.
_ ¿Lo primero o lo segundo?
_ ¿Qué sos un inspector, viejo? Lo primero.
_ Aguanta un poco, vieji. Ya termino.
_ Dale, apurate con tu cátedra de la vejez y la juventud.
_ Es una teoría que tengo, más bien.
_ ¡Mira vos! ¡Sos genial! Ahora sos un experto en crear teorías. No te falta nada.
_ Pará que te cuento. No seas prejuiciosa.
_ Bueno, tenés razón, te dejo hablar.
_ …
_ ¿Y viejo?
_ Estoy pensando.
_ ¿No me digas que te olvidaste lo que ibas a decirme?
_ ¿Podés creer que si?
_ En la flor de la vida no se pierde la memoria tan rápido, viejito.
_ Lo tengo en la punta de la lengua. Andá al baño, así me das tiempo.
_ Se me fueron las ganas, viejo. Hable o calle para siempre.
_ Me callo entonces. Pone la tele si querés. Ya debe estar por arrancar el programa de preguntas y respuestas de las ocho.
_ Es cierto. ¿Qué hora es?
_ Siete y cincuenta y cinco.
_ ¿Qué hora viejo?
_ Ahora siete y cincuenta y seis. ¿Estás sorda vieja?
_ No, viejo. Fue ese bocinazo que no me dejo escuchar. Esperá que prendo la tele.
_ En el canal diez, vieja.
_ Ya lo se, Horacio ¿No ves que no arrancó todavía?
_ Poné un rato el noticiero.
_ Sabés que no me gustan los noticieros, viejo. Y menos ese sensacionalista que mirás vos.
_ Un rato nomás, vieja. Hasta que empiece el otro programa.
_ Bueno, pero unos minutos nada más.
_ Si, quiero ver que informe están dando. No veo vieja. Correte de adelante del televisor.
_ Esperá un segundo que estoy acomodando la señal. ¡Que impaciente que sos! ¡Igual a tu hermano!
_ ¿Qué tiene qué ver Enrique en esto? Siempre la liga el pobre. No lo querés ni un poquitito.
_ No empecemos otra vez con lo mismo, viejo. ¿Querías mirar el noticiero? Ahí lo tenés.
_ Tenés razón, subí un poco el volumen.
_ Menos mal que la sorda era yo.
_ Dale. Vení al lado mío y dejá de protestar.
_ Está bien, pero ahora cambiamos ehh.
_ Si, vieja. Mirá como le pegan a ese pibe. Le están rompiendo la cabeza.
_ Por eso no quiero mirar el noticiero, viejo. Todos los días lo mismo. Violencia y más violencia. Me deprime Horacio.
_ Es la realidad, vieji. Aparte, es lo que vende.
_ No me importa si vende o no. No lo tolero.
_ No te alteres. Lo cambio.
_ Gracias viejito. Se me acelera el corazón cuando veo esas cosas.
_ ...
_ No, no me mires como si estuviera loca. No me asusto por nosotros que ya estamos de vuelta; pero por los chicos, sí. Salen y vuelven tarde, de madrugada. Decí que no vivimos con ellos; estaría todo el tiempo con miedo.
_ Ya está vieja. Hablemos de otra cosa. Uh, me olvidé de pedir las empanadas. Tenés razón, me está fallando la memoria.
_ Yo no dije nada.
_ Pero lo pensaste. ¿O no? Este viejo cachivache que tengo al lado se olvida de las cosas.
_ Dale tonto. Llamá y hacé el pedido.
_ Lo único que falta es que se haga encima y lo tenga que limpiar.
_ ...
_ No te enojes, vieji. Sabés que lo digo en broma.
_ Y vos sabés que no me gusta hacer chistes con esas cosas.
_ Está bien. Tema terminado. Voy a llamar a la pizzería, mejor.
_ Si, antes de que me enoje del todo.




BARRETO