sábado, 18 de diciembre de 2010

SIN TITULO

1

Cuando el mundo lo mira siente cierta repulsión interior, inseguridades que me
frenan, me amarran, retienen, sus pasos a seguir examinados, con lupa ejemplar, extrema, que todo lo ve y todo lo juzga, mis pasos en falso criticados (con la feroz vara del que no hace ni deja hacer), y un presente deambulando entre un pasado inmodificable, definitivamente clausurado, y un futuro ininteligible, que no asoma la cara.

A veces ese mismo mundo me escruta con el rabillo del ojo, apenas con el rabillo, aunque solo eso baste para que su andar caiga preso frente a esa vigilancia eterna, vigilancia del afuera que se empeña en ingresar en los más profundos rincones de seres indefensos, minúsculos, avasallados.
Sus ojos no permanecen inocentes, se unen, se fusionan, se amalgaman con otros ojos; y es ese Gran Ojo entonces, resultado absoluto de aquellas combinaciones, que persigue a quien quiere a donde sea que vaya, aún en el caso de que decida ir a ningún lugar.

Sus cavilaciones se deshilachan poco a poco, pierden fuerza, atrapadas en encrucijadas sin escapatoria, en dilemas paralizantes. La frenada del colectivo devolviéndolo al mundo real, toca el timbre y se pierde en las calles de la ciudad.
Camino sin prisa, sin rumbo definido, tratando de localizar un lugarcito donde el aire huela un tanto más a aire y no a aquello a lo que se ha acostumbrado a oler. Y si tal asunto lo destina a la categoría de tipo exigente, ¿qué?

Hojeo libros, comparo precios, eso si lo entretiene, puedo pasar horas compenetrado en títulos, prólogos, novedades, clásicos, en fin, se decide por un tomo de cuentos para luego continuar con su rutina. Antes, compro un cuaderno en blanco que viene a reemplazar a otro exactamente igual salvo por estar escrito hasta en los márgenes. Esa mañana sus pensamientos han pedido ser depositados en algún sitio, y el cuaderno de tapas verdes, una vez más convirtiéndose en mi aliado, prestándole sus hojas para oxigenar de momento su cerebro.

Llego a mi casa ya caída la noche, la luna posada detrás de las ramas de un árbol, la cuadra más encendida que de costumbre, quizás una gota de esa luz entra en mi cuerpo y mi vida da un vuelco, quizás, si los astros se alinean.
La película arranca, él recostado en el sillón, quitando el corcho de la botella de vino, la primera copa vaciándose en su estómago, la segunda, la tercera, el timbre y su melodía lo hipnotizan durante unos segundos.

Releo la nota, pienso, barajo posibilidades, trato de descifrar algún mensaje oculto, abandono el intento, regreso al living, observo la letra, doblo el papel, lo coloco sobre la mesa, al lado del control remoto, vuelvo a este último, a la pantalla, a la escena del tren, me imagino allí, alejándome de la ciudad, de ella, de todos.

La pregunta aparecida en el papel es simple en apariencia, no porque la interrogación: ¿SOS FELIZ?, así en letras mayúsculas, sea realmente banal, todo lo contrario, más bien porque admite acaso solo dos contestaciones posibles: si, soy feliz; no, no lo soy; tal vez una tercera, en la que la duda gana terreno, y en ese caso: no lo se, o nunca me formulé tal cuestión, parecería suficiente. Aunque si bien esas palabras colocadas entre aquellos signos reúnen una complejidad infinita, aún resulta mayor hazaña decidirse por una de las respuestas clasificadas anteriormente.

Imagina entonces la siguiente situación: camina por la calle cuando un hombre frena su paso y le arroja en la cara, sin anestesia, la misma pregunta de la nota. Entre aturdido y descolocado, atino a pronunciar un ¿perdón? pero al instante reacciono y devuelvo la pelota del otro lado del campo con un si, ¿por? El hecho no concluye allí, el hombre cruza la calle, como si no hubiese existido diálogo alguno, y él, envalentonado por la huida de su contrincante grita de vereda a vereda: ¿a usted que carajo le importa mi felicidad?, si le digo que soy un pobre diablo, ¿va a solucionar mis problemas?

Se sirve otra copa de vino mientras saborea el gusto del triunfo, efímero, escurridizo, ya que al terminar de llenarla la victoria se transforma en derrota, acechado por sus demonios interiores. Tomo ahora el cuaderno-anotador y escribo a modo de título “LOS DEMONIOS INTERIORES Y YO”, cerrándolo luego para reconcentrarse en el análisis previo.

Sus pensamientos tienden a ser así: desordenados, en superficie inconexos, ligados por pasillos laberínticos, por vasos comunicantes apenas visibles. Vuelvo a la cuestión verdadera, a la respuesta: NO, NO SOY FELIZ, en mayúsculas también, sentencia que ha intentado ser sorteada, gambeteada, afirmación que se repite semana a semana, mes a mes, año tras año, y nada, las horas pasan y la angustia cada vez es mayor, la angustia, el vacío, la certeza de su inutilidad, sobre todo esto último.

Es como si alguien hubiese estado espiando mi vida, cada momento, sus miserias, sus debilidades, mis fobias, mis obsesiones, concluyendo lo mismo que él: EXISTENCIA SIN SENTIDO. Por ello es posible que esas tres palabras sean una definición perfecta de su vida; ¡que sentimiento de impotencia me surge al reconocer que mi vida puede ser expresada en tres palabras!, o quizás en otras tres: SOY UNA MIERDA (¿qué necesidad hay de escarbar en las entrañas de un pobre tipo, de revolver en los sinsabores de una vida insípida? Que él se repita aquella pregunta, condenándose a profundidades subterráneas, vaya y pase, pero que no respeten mi derecho a la intimidad, su derecho (aunque le cueste aceptarlo) a ser un infeliz…).





2

La ciudad había enmudecido. Algunas personas cantaban, saltaban, la quietud de la ciudad permanecía inalterable. El tiempo real se había ido despegando lentamente de aquel otro, suspendiéndose en el espacio. Sensación rara y primeriza, tal vez similar a la experimentada por otros tantos que, como él, habían decidido marchar hacia el corazón de la capital.
Las calles repletas de gente dejando de rugir un instante. Al menos, si rugían, eran ruidos que no ingresaban dentro de su registro de percepciones. El desfile de público le hubiese resultado abrumador cualquier otro día, sin embargo representaba casi menos que un detalle.

Los rayos de sol rebotando en uno de los perfiles de su cara, fue allí mismo que pensó (mirando hacia arriba) que por más que intentara luego, un tiempo después (días, meses, años después), transmitir los sucesos de aquel día, toda aproximación sería insuficiente, inexacta, incompleta.
El advertir sentirse dueño de una certeza, él, hombre inquieto que busca someter todo a pruebas de validez, sí lo desarmó, obligando a su cuerpo a retomar el aliento sentado en el cordón de la vereda. De a poco la tarde iba cediendo ante la tozudez de la noche, el sol escondiendo sus alas, su respiración controlada, sus emociones a flor de piel.

Evalué como posibilidad hallarme dentro de un sueño, pero no, los pellizcos en los sueños no duelen así, por ahí ni siquiera duelen, no se, habría que hacer la prueba durante alguna tarde somnolienta, o noche de lluvia, o cualquier otro intervalo propicio para soñar (siempre despertó en mí curiosidad el hecho de recordar algún sueño reciente y caer en la cuenta de que alguna pieza singular no encaja armoniosamente dentro de él; mi casa con cocina ajena, amigos que no se conocen simulando una relación añeja, una cama que no es mi cama, mas si mi habitación; claro que esa chispa de lucidez toma cuerpo una vez despierto, cayendo en la misma trampa en reiteradas ocasiones).

Pero no, no me hallaba en estado de ensoñación, la realidad palpable, tangible me lo aseguraba. Miles de personas movilizadas por una causa común (yo saliendo de a poco del letargo, recobrándome del impacto). Y no se trataba de una movilización más, porque confluían distintos sectores sociales, rutas de vida disímiles, frustraciones, mentalidades, sueños variados, también una embrionaria seguridad: sentirse parte de la historia de un país (entremezclada constantemente con las historias, con cada historia).

Es más (y aquí lo novedoso), era una movilización política. Claro que ello no resultaría destacable o sorpresivo en el caso de que no existieran agoreros que desde alturas santificadas e impunes, comodidades de sillón y desprecio popular, hayan logrado penetrar tan hondamente con sus infamias hasta convertirlas casi en sentido común. Mas la realidad es dinámica, me dije, me digo, ¿me diré? Creo que ni ellos (subestimadores eternos) ni nadie (se corrige, alguien seguro que si) pensaron que llegaría un día como hoy, donde la contundencia de los hechos desacredita sus más urdidos montajes.

Retomó el rumbo hacia su hogar luego de pasar varias horas intercambiando pareceres, energías, manifestaciones, escuchando todo aquello que trasciende su mundo interior, sobre todo escuchando. Pienso en mi viejo, en su generación, en la clase intermedia de este país; ¡cómo la han venido jodiendo!; al instante se rectifica: ¡como se ha dejado joder!, apoyando causas que no son las suyas, mirando altaneramente, como por debajo de la nariz, buscando desesperadamente diferenciarse de aquellos a los que debería unirse (al menos intentar comprender) sin percatarse que han estado siendo utilizados, y que les han ofrecido a cambio (a modo de retribución) buzones decorados con vainilla y frutos del bosque que una vez abiertos (destapados) expulsan un tremendo olor a mierda.

Acaso hoy comience a tejerse algo cualitativamente superior, hago lo posible por no ilusionarme, no hay remedio, ya estoy convencido de ese algo nuevo que viene gestándose. Llegaré a mi casa, me daré una ducha y me sentaré a escribir. Las ganas de vaciarme lentamente me desbordan. Ha sido un gran día, será una gran noche, lo presiento.


3
¿Te consuela creer que el mundo conspira en tu contra?; ¿te hace sentir más liviano, te quita peso de encima?, te convierte en víctima, ¿disfrutas de es papel, no? Lo que no llegas a comprender es que se ingresa a ese lugar casi sin percatarse uno de haber cruzado la raya, mas salir implica otro tipo de esfuerzo.

Acaso no estás preparado para ese desafío, acaso nunca lo estés, tal vez tu vida no sea más que eso, refugiarse en universos vacíos, insulsos, leves. Tu voz repitiendo siempre las mismas historias, ya te cansaste de esa misma voz, lo se, aunque (hastiado hasta la manija) seguís ocupando el mismo rincón, porque cansarse y seguir con el verso es lo mismo que nada, o peor, es como un río que te arrastra a la desesperación. Te volviste un tipo huraño, escapás de la gente, inventas enemigos que apenas registran tu existencia, ¡frená con tanto rollo!, tenés el foco roto, mandalo a arreglar, carajo.

Salí de esa cueva intrascendente, fumigá esos bichos que merodean en tu sopa, equilibrá energías y a rodar, que la muerte pide la cuenta fuera de horario. Me das pena viejo, no se que hacer para que te levantes y andes, si tuviese ese poder, no, no esperes ayudas extraordinarias, no esquives el bulto, me exaspera tu pasividad, tu desgano, hasta los que te rodean maldicen el día en que se cruzaron en tu camino.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Historia de Amor. Capitulo Primero: El encuentro tan esperado

No es lo que aparenta. Es lo que María dijo de él. Lo único que pudo esbozar antes de que su voz, como su cuerpo, se quiebre como un árbol viejo. El pañuelo que sostenía su mano comenzó a deslizarse rozando sus dedos para acabar, finalmente, en el suelo de cerámica de la cocina. El clima era ensordecedor, el calor agobiante que emanaba del horno hacía que el clima gélido del exterior sucumbiera en un infierno donde el mismo diablo hacía su aparición. María confiaba en que ese ser que se hacía llamar su marido no lo era. Solo un traje de carne que algún demonio travieso usaba para hacer de cada uno de sus días más miserable que el anterior.

Jordan era del Líbano, había nacido allí y sus primeros años de vida fueron estrictamente libaneses, pero por obra del azar y de su madre (que era natural de Argentina) terminó su vida en América del Sur. No en Río de Janeiro, no en Santa Rosa sino en Buenos Aires.

Se conocieron en Jean Jaures esquina Corrientes, María, que estaba buscando trabajo, gano la poco peculiar costumbre de caminar con la vista dirigida al suelo, en busca de alguna moneda o – por qué no- billete extraviado en el mar porteño. Jordan perseguía el sueño de poseer un bulín donde tras arduo trabajo conseguiría algunas mujeres con el simple motivo de hacerlas sus putas y con ello ganar muchísimo dinero. Claro que todavía no tenía ningún contacto en la comisaría, claro que todavía no tenía ni para el primer mes de alquiler. Pero se conformaba con el sueño y con su trabajo: venta de joyas, bijou, marihuana y cocaína.

María era del Paraguay se había embarcado en una cruzada internacional en la búsqueda de una mejor vida. Había arreglado el traslado con un muchacho moreno, alto y bastante callado en la triple frontera, pero el buen hombre, evidentemente buscaba otro tipo de resarcimiento, más allá de los treinta y dos millones setecientos treinta y tres mil doscientos veinticuatro guaraníes que María le pago por el servicio de inmigraciones y transporte, ya que optó por violarla, quitarle los documentos, trasladarla a Posadas y hacerla mantener relaciones sexuales y chupar penes por dos pesos el polvo.

A María no le fue nada fácil escapar; le costó un año de su vida, la vida de un hombre y un poco menos que medio diente pero logró huir relativamente sin complicaciones. Otro año más le costó llegar a Capital Federal donde por fin, si dios quiere y la virgen santísima también, encontraría su destino.

María y Jordan se conocieron, como fue expresado anteriormente, en Jean Jaures y Corrientes. María buscando dinero, Jordan vendiendo su mercadería. Sus vidas se cruzaron en el momento justo en que los dos avistaron una pequeña moneda cuyo valor nominal de un peso la hacía más valiosa que todas las demás, por supuesto. Los dos se acercaron, agacharon y tomaron la moneda con una sincronía tal que sus movimientos, para un espectador atento, podrían haber parecido coreográficos. Luego de las obvias disputas que acarrean la necesidad de dinero mezcladas con la subjetividad inherente en los sujetos llegaron a un acuerdo; irían al kiosco más cercano, pedirían cambio y se llevarían la mitad del botín cada uno. El acuerdo les pareció lo más lógico y civilizado que dos personas envueltas en una disputa acarreada por la necesidad de dinero y, vamos, siendo ambos sujetos, podían hacer.

Una vez en el kiosco y ya teniendo sus respectivas mitades, sus ojos se cruzaron por casualidad y en una escena dignísima de la película más asquerosamente pegajosa de Hollywood decidieron invertir su preciado peso en un alfajor el cual compartieron sentados en la vereda, frente al Abasto.

Así fue la primer salida de María y Jordan. El resto se fue dando de una manera tan natural que ninguno de los dos pareció percatarse de los graves problemas psicológicos de su compañero.


Rabbit, de

domingo, 21 de febrero de 2010

DE UN CORAZÓN

La serpiente crecía en su interior, aguardando. El corazón de Jack era un pequeño redoblante aumentando la cadencia de su ritmo, parecía como si quisiera decirle que algo andaba mal en su interior, algo que no debía estaba gestándose, devorándole.
Jack vivía como cualquier pobre diablo; de casa al trabajo, del trabajo a casa. Tal vez la mujer ocasional agitara sus noches de tedio implacable como una lluvia en verano.
El reptil crecía.
Las palpitaciones de su corazón, ya intolerables, lo convencieron de que algo no andaba bien y se propuso reencontrarse con él: fue al campo y pensó, fue al mar y grito, fue a las montañas y perdió algo; su cordura había desaparecido y en su lugar un retorcido sentimiento lo habitaba.
Soñó con imposibles, rezó a dioses antiguos, sacrificó ideas, maldijo a su suerte: La ciudad lo reclamaba.
El asfalto ya tenía otro sabor, un dejo de tristeza y muerte se regodeaba en el suelo hirviente de Buenos Aires, de personas sin alma (pero, eso si, con camisas Christian Dior) que lo observaban como a un animal, asustados de sus ojos.
Arrastrándose por Bolívar, lo interceptaron. Los gritos, ya meros susurros, y su cuerpo retorciéndose fueron lastimeros esfuerzos que sus captores ignoraron. Lo habían atrapado.
Ya nunca más vería las montañas, ya nunca más el mar, el campo. Estaría solo.
Y las personas sin alma lo verían.


Soñó Rabbit.

viernes, 29 de enero de 2010

Encuentro con el bidet

Dedicado a los viajeros naciendo: Eli, Agus, Mayi, Dany, Naty, Virginia, Kevin, Franco, Nano, Facu, Legui, Nahu, el Jefe y en especial a mis hermanos, maestros y aprendices… Zarce y Potter, por darme fuerza, luz y dar por sentado que “toda piedra es un mero escalón”.
*

*
Dados a la ruta
*
Con la cabeza erguida
*
Convencido que la ciudad no tenía nada más que enseñarme, agarré mis cosas y me fui rumbo a Capilla del Monte. Fueron catorce horas de viaje exquisitas: tenía a Zarce a mi lado, el Rock and Roll trepándome por el cuello y por delante enormes formaciones rocosas que me invitaban a bailarles en el lomo. Atravesamos un puñado de pueblitos sin alma y grandes ciudades sin corazón (como Rosario o Córdoba Capital, que son el espejo de Capital Federal sin olor a puerto) hasta que la ruta 38 nos hizo cosquillas en el ombligo y abrió a nuestra voluntad el camino que tanto soñamos andar. A todos dijimos que “nos ibamos de vacaciones”, mas bien sabíamos que nos iniciábamos en un viaje del que sólo el retorno a nuestra cárcel de cemento nos devolvería la mustia noción de no pertenecer a ningún lugar.
*

*
Un pizca de algo
*
Las sierras de Córdoba tienen la frescura de un blues de Albert Collins y su belleza es sólo comparable con la sensación de plenitud que las mismas propician; en otras palabras, para entenderlo hay que vivirlo, ya que no se trata de entendimiento propiamente dicho.
La bienvenida nos la dio un cartel luminoso que recordaba a los telos baratos del barrio de Boedo, mas el monte en verdad es un gran hotel. Los Anchorena supieron convertirlo en un shopping para cordobeses, rosarinos y porteños, en tanto los viajeros supieron servirse de sus enseñanzas. Sólo ellos importan. Son ellos quienes se alojan en el tiempo, en su tiempo, y es ese ritmo el que dicta el corazón. Las vicisitudes del no-tiempo -el reloj que corre en Capilla- tienen un aroma tan dulce que apaña la fatiga en plantitas de menta. El grandote es oasis y desierto, es vida y muerte, es tierra y agua, es Shiva y Shakti, es Yin y Yang, es espejismo y realidad. No es sólo un cerro que abastece de leyendas a los escépticos. Quizá, en otro momento, le dedique las líneas que merece, ahora quiero volcar mi experiencia del viaje en forma de crónica y es en esa empresa en la que me embarco.



Peripecias
*
Aterrizaje
*
Cuando bajamos del bondi (“micro” para las platenses, “cole” para la santafesina y “bus” para el yanqui), nos encontramos con uno de mis hermanos, ahí esperándonos para mostrarnos el lugar. Era el Potter de siempre, sin anteojos (allá no los necesita) y con un aspecto de chamán serrano de mirada profunda y palabras justas. Nos saludamos como si el tiempo y la distancia fueran sólo un pequeño escollo. Anduvimos las calles del centro capillense hasta que brotó una felicidad incontrolable desde el abdomen hasta la curvatura de los labios. Se dice que es el torrente de energía positiva que emana el Uritorco; mas no somos gente de dichos, sino gente de vivencias. La energía no se siente, ni se percibe; ha de ser esa la razón por la cual muchos transitan esos senderos como si estuvieran pateando por Corrientes y Callao: pobre de ellos.
Me hice de un montón de teorías para explicar esa “sensación”, “percepción” o nimia “impresión” del fluir de la energía, pero ninguna me convenció. Lo único que me seduce es que el entendimiento es una burda característica que, a diferencia de lo que establece la sociedad, nos pone muy por debajo del resto de las especies. Algunos tenemos una suerte de “canal” abierto para que esas fuerzas nos atraviesen como el río a las piedras. Mal que mal, al no estar iniciados pueden chupárnosla; mas tal cosa se aprende a cuidar como el agua hasta que nadie pueda corrernos de nuestro centro: mayor sea la cantidad de energía que uno absorba, menor es el cúmulo de cansancio que atosiga nuestra planta. Todo es voluntad.
*
Zarce y yo, guiados por Potter, nos instalamos en un albergue juvenil de muchas pulgas (“Los 3 Gómez”) en el cual nos trataron como parte de su familia desde el primer día de estadía hasta el último. Como buen bicho de ciudad, desconfiaba sobremanera de la amabilidad a mansalva hasta que comprendí que no había ninguna necesidad de dirigirse mal hacia las personas, porque nada importaba, nada.
Mi hermanito Potter tuvo que irse a dormir porque el amanecer (que, en Capilla del Monte, no se ve) lo esperaba con mucho trabajo bien recibido. Todas las noches repitió esta conducta. Se despidió como un haz de luz.
*
La luna de Capilla se la come el cerro, pero uno la siente como queriendo salir del pecho. Con Zarce dominamos a la perfección el lenguaje de los ojos: nos mirábamos y decíamos “¿Dónde estamos? No importa, estamos más que bien”. Sonaba Whitesnake en la techada, las mujeres salían de las bocacalles como ríos de lava incandescente, el aire se dejaba acariciar y masajeaba nuestros pulmones tabaquistas con amor de abuela. Nada podía salir mal: sin reloj, sin ciudad y con un pueblo mágico que nos abría los brazos con ternura.
*
*

Dejando huellas
*
La primer experiencia esotérica fue caer en cuenta que eramos dos forasteros que venían a buscar algo. Buscando, buscamos. Encontrando, encontramos. Sin mapas, brújulas ni amuletos llegábamos a nuestro destino siguiendo “el camino con corazón” que Juan Mattus le aconsejó a Castaneda. Una vez habituados al pueblo, sacamos la conclusión de que siempre seguimos el camino más directo y más rápido ¡Qué cosas! ¿Suerte de principiantes? No, simplemente dos amigos que sabían lo que querían y a ello se entregaban como el cielo a la tierra.
*
Se dieron repetidas visitas nocturnas al Camping Municipal Calabalumba, donde se alojaban el Jefe (un amigo que me regalaron las calles de Lanús) y Nahuel (un muchacho simpático que siempre andaba en cueros y comiendo porros). La excusa fue huir del olor a Buenos Aires de los bares y pubs y pisar un poco la tierra. Tantas “fogatas sin fuego” se dieron ahí entre guitarreadas, mates, vino, fernet y humo de marihuana que, si hubiera rondado la zona un inspector de SADAIC, Charly, Spinetta y la familia de Pappo podrían haber comprado el cerro Uritorco y hacernos el favor de fundir la cervecera Córdoba (…y yo que pensaba que no había nada peor que la Isenbeck y la Palermo…).
El mayor atractivo del camping era la canchita de fútbol, un espacio “abierto” donde podíamos mear sin árboles y donde las luces de la ciudad no ofuscaban el cielo. El cielo…
*
*

Hay más vida que en el mar
*
El cielo de Capilla del Monte me vio volver a nacer, cambiar de piel. Mi primer encuentro con el cielo tal y como es fue un regalo de Potter. Me invitó a acompañarlo y no pude más. Lejos de las conjeturas que suelen oírse (“¡No somos nada!”, “¿Habrá vida en otro lugar?”, “¡Aguante la Mona!”), le dije: “Perdonáme, hermano, pero no puedo soportar tanta belleza”. Arguyo que me entendió. Yo venía acostumbrado a cargar con mi mochila y la de los demás: curtido de males. Pensé que era cosa de chicos dejar que la naturaleza te abrace y soportar la belleza, pero no: te abre la boca del estómago y te patea la cabeza. Me decías “cielo” y proyectaba un telón azul opaco con unas pocas perlitas abotonadas. Hoy me decís “cielo” y figuro el de Capilla del Monte. Uno experimenta la sensación de una semiesfera en donde ya no hay telón ni perlitas abotonadas, sino un océano de estrellas que centellean vida, una detrás de la otra, superpuestas, en perfecta armonía con el todo, hay perspectiva, tres dimensiones, un número considerable de ellas, me invitaban a tocarlas. Las tres Marías no son pequitas blancas solitarias, se las ve contentas con sus hermanas dándole forma a Orion. Jamás pensé que “no soy nada”, mas bien pensé que soy todo y no parte de un todo, sino todo fundido en mi y yo fundido en el todo. A eso llamé “Dios” ¿Qué más puedo decir de lo que habla por si mismo?
Salvo por los pueblerinos y los que visitan la ciudad en busca de amores fugaces, nadie me miraba raro cuando los invitaba a mirar las estrellas. Perdía el habla y no podía escuchar estupideces. Sólo me llegaba lo que tenía alma, corazón y vida (como reza alguna canción folklórica). Mas adentrado en mi tiempo y mi lugar, pude “soportar” la belleza; más que soportarla, pude ser ella.
*
¿Viste ovnis? Más vale que vi ovnis. Todo aquél que se encuentre en ese pueblito ve ovnis. La pregunta correcta sería: ¿viste naves extraterrestres? La respuesta me la reservo. Las estrellas fugaces, los satélites, las naves de la NASA y los destellos que provocan los hijos de puta que pretenden hacer crecer a Capilla como centro turístico (esos bichos están camino a La Toma) no son ovnis, son “ovis”. De artificios del hombre volví empachado. Hubo solo dos momentos en los que sentí un escalofrío correr por mi espalda: el primero con Potter; el segundo, solo. Pero no es mi empresa alimentar el ego de los escépticos. Vean “ovis” y conviertan a Capilla del Monte en Villa Carlos Paz.
*
La actividad extraterrestre es piel de mono* (están y punto), lo que realmente me compete es la actividad extrasensorial. Es una lástima que mis limitaciones humanas no me permitan documentar nada de ello; pero, como dije, el entendimiento es muy pobre, basto.
*
*La expresión “piel de mono” hace referencia a una canción de Sobrenatural (Power-trío que integré junto con Hernán Colantuono y Esteban Parafioriti). Debe tener unos cinco años. Resumiendo, habla de todas las imbecilidades que apañamos siendo actores inconscientes.
*
*

En el hostel
*
La vida en el hostel era amena. Idiotas va a haber siempre acá y en la luna, pero pudimos cruzarnos con gente que realmente valió la pena conocer. Algunas personas estaban de paso, pero supieron dejar su huella. Me limito a hacer referencia de los buenos…
*
Los que trabajaban en el hostel: Loren, una señora con una paz enorme y una sonrisa que cercenaba todos los males; Mirna, quien demostró que se puede trabajar con buena cara; Adrián, con quien compartimos charlas por demás interesantes; y Leandro, que trabajaba a sol y a sombra para que todos nos sintamos como en casa.
*
Nuestros compañeros de habitación, habitaciones vecinas y aventuras: (Las tres platenses) Agus, siempre pensé que se había escapado de una película de Tim Burton; Mayi, el sargento buena onda; y Eli, la chiquita de la nube; Kevin, el yanqui más argentino, y humano a la vez, que puedas llegar a conocer; Nano, que vive a diez cuadras de casa y que, seguramente, si lo conocía acá nos hubiéramos roto la cabeza (lo conocí allá, como realmente es: un tipazo); Legui, paisano de Hurlingham, explosión de felicidad espontánea (alguna vez dije que tendrían que fabricar “leguis” en serie y venderlos en el supermercado); Facu, quilmeño, compañero de guitarreadas y de ritmo para las interminables actividades; Franco, de Once, viajero que cultiva la paz y maestro del “no importa lo que sos, sino quién sos”; Dany, de Colegiales, la dama de la juventud eterna y sonrisa amable; Naty, compañera de Cindor, de la que desconfiaba al principio porque pensé que era rosarina (me equivoqué, por suerte: Santa Fe Capital); y por último Virginia, la prima de Yayo, casi me vuelvo con acento villamariense de tanto gastarla, muy buena mina, me leía la mente y no mendigaba su energía.
*
Cabe destacar un episodio en “Los 3 Gómez”. Zarce, Nano, Legui y yo habíamos formado un círculo perfecto. Se dio un momento de canciones profundas y Legui abrió el círculo (seguro olfateó estrógeno y se fue a la cocina). Se había formado tal campo energético que podíamos lograr lo que quisiéramos; pero, al zafarse una pata, nos empezaron a chupar hasta que éste volvió y rompimos juntos con la mala vibra.
*
*

Andanzas
*
Este apartado se presta para escribir una novela. No quiero escatimar en palabras, aunque encuentro más fructífero y llevadero ilustrar algunas capturas, sobre todo las que se volvieron aprendizaje.
*
El lugar predilecto de este grupo siempre fueron las ollas de La Toma (a 1,5 km del centro). Caminando por las piedras del, tristemente seco, Calabalumba nos encontrábamos con una sucesión de ollas y sus respectivas cascadas: un lugar paradisíaco. Excepto por los estupendos subnormales que alteraban el ecosistema, podría decirse que todas las religiones lo adoptarían como elíseo. Alcanzar cada olla era un desafío, sin embargo las formaciones rocosas eran como amigos que te daban aliento y te decían “Parece difícil, pero no lo es. Mirá, servíte de este árbol, aferráte a esta piedra”. Esa es la voz de la naturaleza. Me costó horrores asumir que no todos pueden escucharla. Charlando con Potter se llegó al encantador aforismo que reza “una piedra es un escalón”. Aquél que comprende, ya no tropieza. Pasamos largos días echados como reptiles al sol y bañándonos en su seno.

*
Recuerdo dos visitas a Los Mogotes:
La primera ocasión tuvo la gracia del Paso del Indio. Yo reía por dentro cuando me topé con construcciones de cemento y madera amurada con clavos, de todas maneras nos dispusimos a recorrer dicho paso. Nos sorprendió la perspicacia de los nativos para escapar de los españoles: eligieron un camino por donde no penetraban las armaduras. El “atrapaboludos” era una formación rocosa donde se aprecia el semblante de un aborigen. Luego de semejante decepción, retrocedimos y nos echamos en las rocas a buscar otras “caras”. Zarce encontró el estupendo rostro de un indígena de rasgos duros, Nano vislumbró un perfecto dragón de Komodo, un simpático pan dulce y la cabeza de un buda que jamás pude ver, las platenses creo que no vieron nada, el resto del grupo pasó un largo rato hasta figurar la idea que propinó Zarce, yo encontré al eslabón perdido entre Kart Marx y un cacique texano (cabe aclarar que se apreciaba a simple vista) ¿Observaciones? a) Cuando hay buena vibra uno se entretiene con nada. b) Los puntos turísticos son bosta de caballo engripado.
En nuestra segunda visita a Los Mogotes, seguimos el curso del río hasta que la vegetación se hizo densa y se esfumaron los androides que no pueden vivir sin lo artificial. Eramos cinco hombres: Zarce, Potter, Nano, Legui y yo. Lo peculiar fue nuestro comportamiento. Pude hacer un corte y diferenciar géneros: las mujeres con la presencia masculina son vivaces, pero cuando están solas parecen teletubbies que hablan de sexo y ropa; los hombres ante una fémina somos maleables como el barro, pero cuando es “cosa de hombres” nos vamos de la civilización a lo espiritual como linyera al guiso. Cantamos infinidad de canciones de toda índole hasta que Serú Girán y Charly tomaron la batuta. Cuando fue el turno de Luis, me vi ante el río cantando “Durazno sangrando” y se me vino abajo el mundo tal y como lo conocía. No le cantaba al momento, ni a mis amigos, éramos el río y yo: le estaba cantando al río. Al terminar, me invitó a acercarme para decirme “¿Ves que fácil es? Yo sigo mi camino, siempre con la misma fuerza, con el mismo vigor, mirando hacia delante y dejando que se estaquen los que no creen en mi”. Quedé atónito y no pude preguntarle otra cosa que no sea acerca de las piedras en su camino. Me dijo con ligereza “¿Tanto te preocupan las piedras? Miráme, les paso por el costado, por encima y cuando no hay dirección simplemente las atravieso”. Creo que no tuve un ataque de epilepsia, porque estaba bien conmigo mismo y con mis amigos. Fue un día increíble aquél. Todos aprendimos de todos y de todo. Nada podía castigar nuestro centro.
*
Las salidas nocturnas por el centro fueron lo que son: salidas nocturnas por el centro. Implosión de ciudad.
*
Me quedé con un arsenal de aprendizajes (y enseñanzas que todavía estoy masticando) de los mencionados lugares y de otros tantos más. Todavía estoy absorto en un trance hipnótico. Sólo se que más adelante hablaré del grandote y de los amigos de siempre y los nuevos. Tengo tiempo para digerirlo.
*
*
De regreso
*
En el bondi
*
Con angustia masticaba los sanguches que me compró Virginia. No pensaba, proyectaba: eran millares de películas que podía apreciar con simultaneidad y, a la vez, tenía la mente en blanco. Dormí un buen rato hasta que paramos en Carlos Paz y el chofer me despertó para darme la noticia de que iban a robarle el lugar a mis piernas. Un idiota que se puso a torrar como un lobo marino y tenía que despertarlo a cada rato para avisarle de forma cada vez menos grata que se me salga de encima. Increíblemente, no me enojé, solo le pedí que duerma enfocándose al pasillo. Eso me preparó con lo que iba a encontrarme.
*

*
Bitter Home Buenos Aires
*
Bajé del bondi y recordé lo que era esa masa viscosa de gente que va a mil por hora hacia ningún lugar. La humedad me saludó jocosa y pude vislumbrar que a mi familia y amigos siempre los voy a llevar en mi corazón y que lo único que extrañé de Buenos Aires es el bidet.



Redactó Sanrod.

viernes, 8 de enero de 2010

Año Nuevo, ¿Vida Nueva?

Feliz Año grita la gente, Feliz año, y como por arte de magia las ilusiones parecen renovarse, las frustraciones del año saliente se entierran en un placard, los momentos de angustia se desvanecen a medida que la copa se llena (porque el brindis se convierte en ritual infaltable), aquello inalcanzable resulta un tanto más posible. El abuelo contempla a sus nietos, a sus hijos, congela esa imagen dentro de su memoria y se dice que ya puede morirse en paz, que su misión está cumplida. Los más chicos corren, saltan, alguno se asusta cuando entra en escena el barbudo (si, Papá Noel), llevan la bandera de la inocencia a cuestas, la flamean, son lo más puro del ambiente. Para ellos, el cambio de año solo se trata de cohetes, diversión, travesuras y poco más. Hay choque de cristales a las 12 en punto y casi todos dibujan sonrisas en sus rostros, abrazan al de al lado, piden por la concreción de ciertos deseos. También hay lugar para los nostálgicos, para los desesperanzados (una minoría). Pero el resto decide creer en un destino mejor; no en un paraíso terrenal, simplemente en una vida con el viento apenas a favor. Nadie se detiene a pensar que en definitiva seremos los mismos al otro día; kilos de sobra, arrugas de sobra, cuernos de sobra, guita de menos; no, pálidas no, por favor, no el último día del año. Y si toda esta maquinaria sirve para unirnos unos centímetros más, ¿por qué renegar de ella? ¿Por qué detenernos en la exacerbación de nuestras conductas consumistas? Ya nada importa ahora, el nuevo año se hace presente de la mano de pan dulces y turrones, y la vida nos entrega una nueva oportunidad para cumplir nuestras metas, para acariciar nuestros sueños; y si optamos por creer aquello no es por ilusos, menos aún por estúpidos. Será probablemente debido a que el hombre necesita aferrarse de algo para mantenerse en pie; precisa de alguna fantasía remota para no morir de las realidades cotidianas del año que se apaga.


BARRETO.

martes, 5 de enero de 2010

Sangre, sudor y lágrimas

Capítulo 1


Correr. Era en lo único que podía pensar mientras las penumbras lo ahogaban aumentando aun más su terror. La noche albergaba gritos desesperados en la lejanía pero el se permitía escuchar solo el sonido de su propia respiración y a su corazón que pedía a gritos que parase, que le deje oxigenar su adolorido y cansado cuerpo pero sabía que eso era imposible; su corazón resistiría que lo sobre exija, un desafortunado encuentro con sus persecutores era una exigencia que ningún corazón, humano o animal, hubiera podido resistir.

Tenía claro que para alejarse del centro, debía cruzar la 9 de Julio pero exponerse de esa manera, cruzando tan abismal trecho, era demasiado arriesgado. Ellos eran más rápidos, más fuertes y estaban deseosos de encontrarlo. Las calles, manchadas de sangre, albergaban destrozados cadáveres putrefactos, esto no le resultaba raro. En absoluto. Era la horrible cotidianeidad de sus días. Como el olor a muerte: ya era habitual en todas las ciudades; las sociedades humanas fueron diezmadas, solo algunos podían llamarse “libres”. El hedor metálico de la sangre lo invadía. Podía saborearlo, muchos no lograban sobrellevar esa pesadilla. El terror constante de no dormir de noche, de temblar por cada sonido extraño, por cada suspiro del viento, dudando de todo y de todos. Muchos preferían morir con dignidad antes que vivir, palpar la muerte día a día.
Pasando la calle Florida decidió refugiarse en una galería destruida. Después de todo era un simple humano, necesitaría recuperar sus energías en caso de que tuviera que pelear. Era un hombre de complexión grande y muy rápido para su tamaño, las condiciones en las que vivía lo obligaron a explotar hasta el extremo su fuerza.

Penetró con cautela la desolada fortaleza que una vez fue un centro comercial donde, otrora, miles malgastaban sus vidas adquiriendo cosas que nunca necesitarían. Deseó no encontrar supervivientes, si algo había aprendido de sus días en la resistencia es que un grupo de hombres se delatan fácilmente, uno solo se mantiene callado y, por ende, vivo. La densa atmósfera de la galería (mezcla de sangre fresca y putrefacción) le resultaba casi insoportable; era el bao de los muertos: comenzó a inspeccionarlos, no sin asco, buscando algo que le fuera de alguna utilidad. Comenzó su búsqueda con el primer cuerpo que vio o mejor dicho, que percibió. La oscuridad era demasiada, no podía más que ver sombras. Dudó un momento. Estaba conciente de que cualquier tipo de luz, por más tenue que fuera, podría alertar a los chupasangre. Pero no tenía otra opción moriría de todas maneras si no encontraba comida, agua o un arma. Encendió su Zippo y un recuerdo fugaz llenó sus pensamientos.

Fue un hermoso día de primavera, mucho antes de que comience la escasez de cigarrillos (y la aniquilación humana), el día de su cumpleaños número veinte. No se destacaba por su sociabilidad ni por el afecto de su familia. Siempre estuvo más cómodo en la soledad, como un presagio de cómo viviría en el futuro… o moriría. La única persona que hubiera dejado acercarse era una mujer. No era hermosa pero su corazón daba un vuelco cada vez que la veía pasar y si en algún momento se paraba a hablarle sentía como si lo arrojaran de un avión, a miles de metros de altura con un paraguas en vez de un paracaídas. Ese día hablaron, fue una charla tonta, el tipo de charlas que uno tiene con el tipo de la farmacia cuando va a comprar Demerol con una receta falsificada. Pero con una diferencia: esta vez logró mantener su antipatía al mínimo. Hablaron un buen rato, el le contó de su cumpleaños, se presentaron formalmente y le pidió que le contase qué hacía de su vida. Notaba que la mujer decía lo que, suponía, quería escuchar: una vida feliz, feliz. En el momento justo en que el la iba a invitar al cine o a hacer-cualquier-cosa-que-ella-quiera, como una broma cruel le dijo que debía irse pero prometiéndole volver lo antes posible.


Concluirá eventualmente Rabbit

lunes, 4 de enero de 2010

De un tirón.

-¿Me entendés?- dijo López buscando una salida sin derramamiento de sangre.
- Sí, perfectamente, Federico. El problema no es que no te entienda, lo que pasa es que no quiero entenderte. Tengo que empezar a pensar en mí.- le dijo su mujer mientras tomaba sus últimas pertenencias del mueble henchido de humedad que simulaba ser un armario. –Me voy, Federico.

López la vio, inmutable, partir indefectiblemente de su vida mientras alargaba la mano para encontrar los cerillos. Encendió un cigarrillo.
Empezar de nuevo no sonaba tan bien ¿Qué mujer iba a querer a un cuarentón, desgarbado y pobre?
El pucho se quemaba entre sus dedos mientras su imaginación volaba lejos del cuarto que alquilaba en La Boca, lejos de su trabajo mal pagado y su, el pensaba así, ingrata ex mujer.
Recordó el principio de su decadencia, de su infelicidad y desgracia. recordó haberla conocido. ese pensamiento le causó una convulsión muy parecida a la risa que una vez tuvo. Celeste era una mujer hermosa para los que no la amaban y una diosa capaz de fulminar a sus amantes con solo una mirada de soslayo malintencionada. vivía en Retiro y soñaba con llegar a Hollywood. she's got the looks hubiera dicho cualquier gringo pero nunca se dio la oportunidad de arriesgar. y la que no arriesga conoce a López.
No es que Federico López sea un mal hombre; es fiel, honesto, bondadoso... pero un poco atado a sus limitaciones. limitaciones que existen solo en la cabeza del pobre cristo que las desee. Y Cristo, Buda, Alá o alguno de esos íconos tan bastardeados por sus propios creyentes dijo "vosotros creeis que todo tiene un límite y es por eso que estáis tan limitados". López era así, Celeste, Chela, chelita se volvió de esa manera.

Cantaba tangos tristes mientras encendía otro cigarrillo más y decidió dar una vuelta. salió a la intemperie del frío invernal. Los porteños nunca se acostumbran al frío porque el calor acecha en cada tarde... no le pareció que ese pensamiento lo lleve a algo pero comenzaba a pensar que la vida no es un camino ¿entonces si lo que somos es todo menos conducentes cómo nuestros pensamientos van a serlo?
La puta que lo parió. las heces se amoldaron a su zapato de cuero destruido por los años y el uso. decidió encargarse de eso más tarde, lo que ahora importaba era caminar, y caminar bien lejos. se cruzó una señora que probablemente conocía, le hizo un ademán el cual lopez contestó con una mirada poco amigable. lo que menos necesitaba era una vieja chusma contándole los últimos cuentitos de aventuras de sus vecinos. llegó a la avenida Brasil y Paseo Colón, se adentró en la plaza. eran apenas las cinco y media pero las luces del día empezaban a desvanecerse dándole paso a la noche. Decidió que antes de incursionar en el verde paraje debería pasar por un almacén a comprar una buena (y barata) botella de agua ardiente. para el frío del corazón y de su tiritante cuerpo.
divisó, justo entre una gomería y un baldío, un pequeño quiosco y encaró directo hacia allá. La oscuridad ya se había apropiado de la calle. el pasto crecido del baldío se mecía en una danza macabra que lo atraía. no sabía porque. quizá era la horrible sensación de soledad o tal vez ese gemido ¿qué era eso? comenzó a acercarse cautelosamente sin tener idea de lo que lo esperaba en ese lugar tan indómito para una ciudad, tierra de nadie.
una cabeza asomaba entre el verde. una cabeza con el pelo más negro que López haya visto nunca, una cara blanca salpicando cristales de lágrimas y esos ojos. Esos ojos que lo miraron con miedo, con odio, con desesperación.
quien era esta mujer el sabía muy bien. El amor que una vez sintió fue reemplazado con odio, la pasión seguía ahí en su cuerpo.




Toc, toc. La puerta, alguien estaba esperando del otro lado del umbral. López, que nunca había dormido tan bien se acercó a la mirilla y abrió la puerta, sin pensar más que en el húmedo sueño que había tenido la noche anterior.
-Sr. López, buenos días, soy el oficial Bazzo- dijo el hombre uniformado quien se había quitado la gorra mientras hablaba- uno nunca se acostumbra a dar estas noticias... pero vengo a informarle que hayamos a su mujer, fue asesinada anoche.
Federico López, cuarentón y desgarbado comenzó a ensancharse, a crecer, a explotar y su ser todo se tradujo en una inmensa y monstruosa risa. y siguió riendo de esa manera hasta llegar a la comisaría, hasta después del interrogatorio. Hasta que su corazón ya no pudo más.



Ninguneó Rabbit.