martes, 26 de mayo de 2009

La complejidad de lo real

Mario caminaba por la vereda. La muchedumbre a su alrededor parecía no incomodarlo.

Al ingresar al bar, advirtió la presencia de un rostro conocido en una de las mesas contiguas a la ventana.

Es él?, pensó. Si es él, está arruinado.

Se dirigió hacia el sujeto y clavó su mirada en la suya. Ahora no tenía dudas de que era él.

El hombre sentado enfrente suyo no parecía reconocerlo.

-Soy yo, Mario.

Esperando una respuesta que nunca llegaba, agregó:

-Marito Perdía. Te acordás?

Desapareció de la cara del hombre ese gesto de incertidumbre que lo había acompañado hasta hacía un segundo atrás.

-Cómo andas Mario? Cómo no me voy a acordar? Tanto tiempo pasó, che. No te reconocí, viejo. Disculpá.

-Yo si, enseguida. Entré al bar y me dije: este tiene que ser Ernesto.

- Vení, sentate así tomamos algo y hablamos un poco.

Mientras se sentaba, Ernesto sacó una rápida radiografía de su antiguo compañero de militancia política.

Quién lo diría? Mario, el del eterno uniforme verde oliva, vestido de saco y corbata, usando un perfume caro. Debe ser por eso que no me di cuenta que era él.

- Qué es de tu vida, Mario?

- Estoy viviendo en Madrid. Vengo acá solamente para ver a algunos amigos y familiares. Y de paso, para ver como anda el país. Cuándo empezó a irse todo al carajo? Es lo que siempre me pregunto.

Ernesto ya sabía que Mario vivía en España. Leía, esporádicamente, los artículos que aquel escribía en el diario El País.
No lograba entender cómo podían cambiar tan radicalmente las ideas de una persona a lo largo de los años.
En su concepción de la vida, eso solo podía recibir un nombre: TRAICION.

-Contame cómo van tus cosas, Ernesto. Seguís ligado a la política?

- Si, a la política voy a estar ligado hasta que me muera, pero no estoy militando en ningún partido. Estoy dirigiendo un centro de formación política.

- Siempre tuviste capacidad para enseñar.
Me acuerdo hace cuarenta años, cuando estábamos en la universidad y nos hablabas de los textos de Marx, de Lenin, de Trotsky, de Martí, de Guevara.
Que épocas aquellas!
Crees realmente que todo pasado fue mejor?

- No se si mejor. De lo que estoy seguro es que existían otros valores, por los cuales mucha gente estaba dispuesta a entregar su vida.

- Yo no estoy tan seguro de eso.
Si bien es cierto que los valores fueron cambiando, creo que la historia cambia permanentemente y si no te adaptas a esas transformaciones, corres el riesgo de vivir siempre en el pasado, en lo que fue o pudo haber sido.

- Te soy sincero. Para vivir en este presente que se cae a pedazos prefiero refugiarme en el pasado.

- Mirá, yo a veces me pongo a pensar en aquellos años de militancia y tengo sentimientos encontrados.
¿Éramos felices? Lo éramos.
Pero estábamos persiguiendo una utopía, algo inalcanzable.
Teníamos ideales puros que la realidad terminó destruyendo.

- Son esos ideales los que en el mundo de hoy están ausentes.
Y esa es una de las razones por las que el mundo se encamina en un proceso de autodestrucción.
Para alcanzar la liberación del hombre, es imprescindible colocarlo nuevamente en el centro.

Mario comprendió que el Ernesto de hacía 40 años no había cambiado mucho.
Demasiado idealista para este mundo, se dijo para sus adentros.

-Ernesto, la pureza no existe ni en la política ni en la vida.
Aquello que vivimos no fue más que una aventura.
Hermosa, por cierto, pero no dejó de ser una aventura.

-Puede ser que sea un aventurero.
Solo que de un tipo diferente.
De aquel que pone su pellejo para demostrar sus verdades.

Ernesto sintió, que a medida que pasaban los minutos, sus diferencias con su ex amigo aumentaban.
Los años se habían encargado de distanciarlos.
No solo físicamente.

Sabiendo que su pregunta podía causar algún malestar en Mario, no se detuvo y dijo:

-Disculpa que sea tan directo, pero…
¿Cómo puede ser que hayas cambiado tanto, que tus ideas actuales contradigan completamente las que sostenías en el pasado?

-Quedate tranquilo, Ernesto.

No me enoja para nada tu pregunta.
Me la han hecho muchas veces en los últimos años y en cada ocasión he repetido lo mismo.
La coherencia, en mi opinión, tiene que ver con actuar como uno piensa.

En eso, por lo visto, nos seguimos pareciendo.
Los dos actuamos como pensamos.
Hay muchos que consideran que no soy consecuente con las ideas que sostenía cuando joven. Y es verdad.

Porque soy consecuente con mis creencias actuales.
Soy de los que entienden que el ser humano va mutando con el correr de los años.

Por lo tanto, me resulta natural que los pensamientos evolucionen.

Mario percibía que Ernesto veía como una claudicación lo que él consideraba una adaptación realista al mundo de hoy.

-No me queda otra opción que respetarte.
Aunque dejame aclararte que no te comprendo.
Que ciertos canallas se empeñen en destruir a nuestros pueblos no me asombra en absoluto.
Pero que un tipo como vos, de tu nobleza, contribuya a la perpetuación de este sistema rapaz, salvaje, que todo se lo devora, me resulta indescifrable.

Un joven sentado en la mesa de al lado venía siguiendo la conversación desde su inicio.
Pese a sus intentos para concentrarse en sus apuntes universitarios, el diálogo mantenido por aquellos señores lo tenía atrapado.

Luego de cuarenta minutos de charla, los había contado con su reloj, los hombres se saludaron y se retiraron del bar.

Ahí fue cuando el joven, recordó unas palabras que le repetía a menudo uno de sus profesores del colegio:

“Chicos, los que están interesados en escribir algún día, traten de utilizar las historias que les brinda la realidad con el objetivo de traducirlas en ficción, buscando mantener la complejidad de lo real en lo ficcional para que el texto se enriquezca. “

Sacó su libreta de apuntes y una lapicera.

Sabía que deseaba escribir algo relacionado con la conversación llevada a cabo hacía unos minutos por esos dos hombres.

Sin embargo, no encontraba como hacerlo.

Puedo contarlo en forma de cuento, expresó en voz alta.

En el desenlace transcribiría el diálogo escuchado, o aquella parte de él recordada por su memoria.

Faltaba el principio y el nudo.

El principio ya está.

Voy a hablar acerca de aquellos años de militancia política.

La historia va a ser lineal.

Luego de comenzar a escribir la introducción de su cuento, desistió.

No le convencía del todo la manera de narrarlo.

Hizo un bollo con la hoja y se quedó pensando.

Resolviendo que lo más aconsejable en ese momento era escribir un ensayo, que posteriormente podía ser transformado en un cuento, se dispuso a poner sus ideas en el papel.

“La historia, en variadas oportunidades, se encarga de situar en veredas opuestas a personas que tiempo atrás parecían inseparables. Ideas diferentes y formas de actuar en consonancia con ellas, pueden ser la causa de dicha separación.
¿Es ético que una persona vaya modificando sus ideas a medida que pasan los años o la coherencia está dada en el mantenimiento eterno de aquello que pensamos?”

Miró su reloj.

Tenía estar en la clase de portugués en 15 minutos.

Guardó sus papeles en la mochila y salió del bar, imaginando cómo podía continuar su ensayo.

BARRETO

miércoles, 20 de mayo de 2009

Silencio de hospital


-¿Es esta costra de arterias y mucosidades una realidad?
*
-Sí, lo es.
*
-¿Qué es lo que le otorga su condición de ser real?
*
-No lo sé.
*
-¿Lo ves?, es esa incertidumbre la que dota a todo lo inerte y frívolo en cosa tangible, en cosa real.
*
-¿Por qué no te vas a masturbar a la plaza?
*
(Silencio de hospital).

*
**************
Recicló Sanrod.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Ayer, hoy y pasado mañana

Ella tropezó en una canción y cayó en este relato. Ama y señora de una singular habilidad para deshojar margaritas en afán de comprender su futuro -aunque un tanto alborotada: siempre perdía la cuenta.
La conocí en un sueño de ninfas y no pude con mis instintos. Monté, con escarbadientes, un patíbulo para la ejecución; de otra manera, no podía tocarla. Cedió, fue mía.
Fue el 19 de diciembre de 2004 que nos hundimos en la memoria. Un día agitado que encontró su cenit en un cruce de caminos.
Por la tarde, nos perdimos en el bosque y fue así que, en el cambalache de las almas, nos fuimos quedando solos. No tan solos, nos teníamos a nosotros: con un equipo de mate, cenando la luna, pereciendo, con pocas fuerzas para un manotazo de ahogado. El frío entumecía nuestros cuerpos y de sexo, mejor no hablar.
Estábamos solos, pero nos teníamos a nosotros, acompañándonos en la soledad: nuestra intrínseca manera de velar por los ausentes. Hablar de soledad en compañía es distinguir a los ausentes, o mutilar a los presentes; aunque de eso se trate el asilo, el olvido.
Pasamos la noche enredados, como serpientes (desarraigados de las supersticiones), hasta amanecer en forma de uróboros. Estábamos acompañados, nos teníamos a nosotros. Hablar de compañía en soledad es distinguir a los presentes, o mutilar a los ausentes; aunque de eso se trate la vida, el amor.
Al día siguiente, no sabíamos –o no sabía- sí estábamos solos –o estaba sólo- o acompañados –o acompañado-.


**************
Desempolvó Sanrod.

Dos generaciones, ¿dos mundos?

Al salir de su trabajo, Carlos se dirigió hacia el estacionamiento. Allí lo aguardaba su Chevrolet Astra, modelo 2006.

Una vez absorbido por el caos vehicular de la ciudad, colocó el estéreo del automóvil.

Pensando que sería más relajante escuchar un poco de música antes que alguno de esos programas de periodismo político que inundan las tardes radiales, sintonizó FM.

Un punteo de guitarra se manifestaba en toda su dimensión. El, tratando de descifrar al autor de tal magnífica creación musical, subió el volumen.

Después de unos segundos, exclamó en voz alta: “Ya me parecía que era Pappo”.

Dejándose arrastrar inconscientemente por la letra de la canción, su fastidio por la congestión de autos en las Av. 9 de Julio, quedó en un segundo plano.

La prosa era simple pero profunda.

A pesar de que no advertía con exactitud lo que le ocurría, su cuerpo comenzó a tensarse. Sus manos comenzaron a sudar. Una estrechez en forma de nudo se apropió de su garganta.

Imaginando que la canción en cuestión podría ser la causa de su repentino desequilibrio emocional, optó por cambiar el dial.

Sin embargo, su esfuerzo por escaparse de algo que hasta ese momento no tenia cuerpo ni forma, resultó en vano. Algo flotaba en su cabeza. Cada vez con mayor intensidad.

En todo el trayecto hacia su casa, se sintió raro, incómodo, tratando de poner en blanco su mente, de vaciarla.

Guardó el auto en el garage.

No había nadie en su casa. Sus hijos estaban en el cumpleaños de un amigo. Su mujer, en una conferencia de la OMS.

Se tendió en la cama y prendió la televisión.

Por más que pretendiera olvidar lo ocurrido unos minutos atrás, ahora conocía el motivo de su comportamiento. Entendía su reacción.

Esa canción, en apariencia inofensiva, lo había conectado con una parte de su pasado que había elegido amputar.
Con un pasado con el cual creía haber roto de manera definitiva mucho tiempo atrás.

En ese instante, descubrió que ese pasado estaba vivo. Que no había sido superado. Que volvía una y otra vez para martirizarlo.

Su memoria se activó para dar un salto retrospectivo y se detuvo en uno de esos días que se empeñan en marcar la vida de un ser humano.

18 de Marzo de 1984. Recordaba ese día como si hubiese sido ayer.

25 años de vida transcurridos no lograron borrarlo.

Carlos había cumplido un mes antes 20 años.

Vivía con sus padres y con su hermano.

Si bien la relación con su madre y con su hermano había sido siempre muy cercana, el vínculo con su progenitor era frágil, conflictivo.

Aquel día del año 1984 acabó por romperse, se deshilachó.

Carlos arribó a su casa a eso de las 10 de la noche. Venía de cursar una materia de la carrera de filosofía en la UBA.

Después de saludar a sus padres, se encerró en su habitación a leer.

Mientras devoraba un libro de Sartre, dos golpes en la puerta interrumpieron su lectura.

Abrió la puerta. La figura del padre, del otro lado de la misma.

Nunca se puede estar tranquilo en esta casa, pensó.

Advirtiendo una mueca de fastidio en la cara de su padre, preguntó:

- Qué pasa papá?
- La comida ya está lista.
- Ya comí algo en la facultad. Gracias igual.
- Cómo que ya comiste? Hace una hora que te estamos esperando con tu madre.


Carlos percibió que una nueva discusión estaba en camino y trató de evitar el mal trago.

- Te pido disculpas. La próxima vez no me esperen, así no se genera ningún problema.

Cuando se dispuso a volver a su lectura, se dio cuenta que su padre seguía parado en el mismo lugar.
Carlos levantó la mirada del libro y pudo apreciar una ira mortífera haciéndose carne en su padre, poseyéndolo.

- Acá el único y verdadero problema sos vos.

Carlos intuyó que se aproximaba un monólogo cargado de reproches, acusaciones y reprimendas.

Buscando sortear la inminente pelea, atinó a decir:

- Tenés razón. Soy yo el problema. No tengo ganas de discutir.

Sintió que la cara de su padre se transformaba, enfureciéndose a medida que los segundos corrían.

Efectivamente, el monólogo esperado por Carlos había dado inicio.

Roberto estaba indignado con su hijo.

Su visión de la vida distaba en demasía de la de su primogénito.

En primer lugar, nunca había asimilado que su hijo optara por una carrera tan liviana como filosofía. Siempre vislumbró que Carlos seguiría sus pasos, convirtiéndose en un abogado prestigioso y de renombre.

En cambio, no solo estudiaba una carrera de vagos, que no tenía utilidad alguna, sino que llevaba un estilo de vida bohemio, sin horarios, sin una organización, sin un orden férreo, como el que le había inculcado él desde chico.

No podía comprender como dos hermanos criados de la misma manera, por los mismos padres, resultaban ser tan distintos.

Su segundo hijo había finalizado la secundaria con un promedio cuasi perfecto, ganándose un lugar en el cuadro de honor del colegio.

Carlos, no. Siempre le había traído dolores de cabeza. Alumno regular durante toda su estadía en la escuela, con problemas constantes de inconducta, de rebeldía ante la autoridad.

Sentía que las diferencias con su hijo eran insalvables. Por mucho que lo amara, aunque rara vez lo demostrara, un muro lo separaba de él.

Barrera invisible que no permitía la mutua comprensión.

Dos mundos opuestos que se insertaban en el mismo tiempo y espacio. En el mismo seno familiar. Atravesando por completo una relación humana: padre- hijo.

Carlos, luego de escuchar a su padre sin emitir ni vocal ni consonante, pensó que era necesario tomar esa decisión que había venido madurando en su cabeza, que había sido alimentada con el correr de los meses.

Al día siguiente, guardó su ropa en un bolso y se fue del que había sido durante 20 años su hogar.

El miedo y la incertidumbre no eran ajenos a Carlos. Pero más fuerte que ellos eran sus profundas disputas con su padre.

Visiones de la vida irreconciliables, según creía él.

Tirado en su cama, luego de repasar mentalmente aquel día, no estaba tan seguro de que fuera así.

La distancia puede permitir analizar ciertos sucesos o etapas de la vida desde una perspectiva más amplia.

A esto se le sumaba su condición de padre, la cual le brindaba una mirada adicional, de la cual carecía en esos años de juventud.

Carlos parecía haber encontrado la verdadera causa de su particular relación con su padre: una brecha generacional que se había entrometido entre ellos para arruinarlo todo.

25 años habían transcurrido.

En todo ese tiempo el contacto con Roberto fue nulo.

El orgullo de ambos le había ganado la partida a su mutuo afecto.

Carlos tomó el teléfono y llamó a su antiguo hogar.

Al escuchar la voz de su padre, se le congelaron parte de sus cuerdas vocales, quedándole solo un hilito, ese que dijo:

- Hola papá, soy Carlos, tu hijo.


BARRETO