sábado, 18 de diciembre de 2010

SIN TITULO

1

Cuando el mundo lo mira siente cierta repulsión interior, inseguridades que me
frenan, me amarran, retienen, sus pasos a seguir examinados, con lupa ejemplar, extrema, que todo lo ve y todo lo juzga, mis pasos en falso criticados (con la feroz vara del que no hace ni deja hacer), y un presente deambulando entre un pasado inmodificable, definitivamente clausurado, y un futuro ininteligible, que no asoma la cara.

A veces ese mismo mundo me escruta con el rabillo del ojo, apenas con el rabillo, aunque solo eso baste para que su andar caiga preso frente a esa vigilancia eterna, vigilancia del afuera que se empeña en ingresar en los más profundos rincones de seres indefensos, minúsculos, avasallados.
Sus ojos no permanecen inocentes, se unen, se fusionan, se amalgaman con otros ojos; y es ese Gran Ojo entonces, resultado absoluto de aquellas combinaciones, que persigue a quien quiere a donde sea que vaya, aún en el caso de que decida ir a ningún lugar.

Sus cavilaciones se deshilachan poco a poco, pierden fuerza, atrapadas en encrucijadas sin escapatoria, en dilemas paralizantes. La frenada del colectivo devolviéndolo al mundo real, toca el timbre y se pierde en las calles de la ciudad.
Camino sin prisa, sin rumbo definido, tratando de localizar un lugarcito donde el aire huela un tanto más a aire y no a aquello a lo que se ha acostumbrado a oler. Y si tal asunto lo destina a la categoría de tipo exigente, ¿qué?

Hojeo libros, comparo precios, eso si lo entretiene, puedo pasar horas compenetrado en títulos, prólogos, novedades, clásicos, en fin, se decide por un tomo de cuentos para luego continuar con su rutina. Antes, compro un cuaderno en blanco que viene a reemplazar a otro exactamente igual salvo por estar escrito hasta en los márgenes. Esa mañana sus pensamientos han pedido ser depositados en algún sitio, y el cuaderno de tapas verdes, una vez más convirtiéndose en mi aliado, prestándole sus hojas para oxigenar de momento su cerebro.

Llego a mi casa ya caída la noche, la luna posada detrás de las ramas de un árbol, la cuadra más encendida que de costumbre, quizás una gota de esa luz entra en mi cuerpo y mi vida da un vuelco, quizás, si los astros se alinean.
La película arranca, él recostado en el sillón, quitando el corcho de la botella de vino, la primera copa vaciándose en su estómago, la segunda, la tercera, el timbre y su melodía lo hipnotizan durante unos segundos.

Releo la nota, pienso, barajo posibilidades, trato de descifrar algún mensaje oculto, abandono el intento, regreso al living, observo la letra, doblo el papel, lo coloco sobre la mesa, al lado del control remoto, vuelvo a este último, a la pantalla, a la escena del tren, me imagino allí, alejándome de la ciudad, de ella, de todos.

La pregunta aparecida en el papel es simple en apariencia, no porque la interrogación: ¿SOS FELIZ?, así en letras mayúsculas, sea realmente banal, todo lo contrario, más bien porque admite acaso solo dos contestaciones posibles: si, soy feliz; no, no lo soy; tal vez una tercera, en la que la duda gana terreno, y en ese caso: no lo se, o nunca me formulé tal cuestión, parecería suficiente. Aunque si bien esas palabras colocadas entre aquellos signos reúnen una complejidad infinita, aún resulta mayor hazaña decidirse por una de las respuestas clasificadas anteriormente.

Imagina entonces la siguiente situación: camina por la calle cuando un hombre frena su paso y le arroja en la cara, sin anestesia, la misma pregunta de la nota. Entre aturdido y descolocado, atino a pronunciar un ¿perdón? pero al instante reacciono y devuelvo la pelota del otro lado del campo con un si, ¿por? El hecho no concluye allí, el hombre cruza la calle, como si no hubiese existido diálogo alguno, y él, envalentonado por la huida de su contrincante grita de vereda a vereda: ¿a usted que carajo le importa mi felicidad?, si le digo que soy un pobre diablo, ¿va a solucionar mis problemas?

Se sirve otra copa de vino mientras saborea el gusto del triunfo, efímero, escurridizo, ya que al terminar de llenarla la victoria se transforma en derrota, acechado por sus demonios interiores. Tomo ahora el cuaderno-anotador y escribo a modo de título “LOS DEMONIOS INTERIORES Y YO”, cerrándolo luego para reconcentrarse en el análisis previo.

Sus pensamientos tienden a ser así: desordenados, en superficie inconexos, ligados por pasillos laberínticos, por vasos comunicantes apenas visibles. Vuelvo a la cuestión verdadera, a la respuesta: NO, NO SOY FELIZ, en mayúsculas también, sentencia que ha intentado ser sorteada, gambeteada, afirmación que se repite semana a semana, mes a mes, año tras año, y nada, las horas pasan y la angustia cada vez es mayor, la angustia, el vacío, la certeza de su inutilidad, sobre todo esto último.

Es como si alguien hubiese estado espiando mi vida, cada momento, sus miserias, sus debilidades, mis fobias, mis obsesiones, concluyendo lo mismo que él: EXISTENCIA SIN SENTIDO. Por ello es posible que esas tres palabras sean una definición perfecta de su vida; ¡que sentimiento de impotencia me surge al reconocer que mi vida puede ser expresada en tres palabras!, o quizás en otras tres: SOY UNA MIERDA (¿qué necesidad hay de escarbar en las entrañas de un pobre tipo, de revolver en los sinsabores de una vida insípida? Que él se repita aquella pregunta, condenándose a profundidades subterráneas, vaya y pase, pero que no respeten mi derecho a la intimidad, su derecho (aunque le cueste aceptarlo) a ser un infeliz…).





2

La ciudad había enmudecido. Algunas personas cantaban, saltaban, la quietud de la ciudad permanecía inalterable. El tiempo real se había ido despegando lentamente de aquel otro, suspendiéndose en el espacio. Sensación rara y primeriza, tal vez similar a la experimentada por otros tantos que, como él, habían decidido marchar hacia el corazón de la capital.
Las calles repletas de gente dejando de rugir un instante. Al menos, si rugían, eran ruidos que no ingresaban dentro de su registro de percepciones. El desfile de público le hubiese resultado abrumador cualquier otro día, sin embargo representaba casi menos que un detalle.

Los rayos de sol rebotando en uno de los perfiles de su cara, fue allí mismo que pensó (mirando hacia arriba) que por más que intentara luego, un tiempo después (días, meses, años después), transmitir los sucesos de aquel día, toda aproximación sería insuficiente, inexacta, incompleta.
El advertir sentirse dueño de una certeza, él, hombre inquieto que busca someter todo a pruebas de validez, sí lo desarmó, obligando a su cuerpo a retomar el aliento sentado en el cordón de la vereda. De a poco la tarde iba cediendo ante la tozudez de la noche, el sol escondiendo sus alas, su respiración controlada, sus emociones a flor de piel.

Evalué como posibilidad hallarme dentro de un sueño, pero no, los pellizcos en los sueños no duelen así, por ahí ni siquiera duelen, no se, habría que hacer la prueba durante alguna tarde somnolienta, o noche de lluvia, o cualquier otro intervalo propicio para soñar (siempre despertó en mí curiosidad el hecho de recordar algún sueño reciente y caer en la cuenta de que alguna pieza singular no encaja armoniosamente dentro de él; mi casa con cocina ajena, amigos que no se conocen simulando una relación añeja, una cama que no es mi cama, mas si mi habitación; claro que esa chispa de lucidez toma cuerpo una vez despierto, cayendo en la misma trampa en reiteradas ocasiones).

Pero no, no me hallaba en estado de ensoñación, la realidad palpable, tangible me lo aseguraba. Miles de personas movilizadas por una causa común (yo saliendo de a poco del letargo, recobrándome del impacto). Y no se trataba de una movilización más, porque confluían distintos sectores sociales, rutas de vida disímiles, frustraciones, mentalidades, sueños variados, también una embrionaria seguridad: sentirse parte de la historia de un país (entremezclada constantemente con las historias, con cada historia).

Es más (y aquí lo novedoso), era una movilización política. Claro que ello no resultaría destacable o sorpresivo en el caso de que no existieran agoreros que desde alturas santificadas e impunes, comodidades de sillón y desprecio popular, hayan logrado penetrar tan hondamente con sus infamias hasta convertirlas casi en sentido común. Mas la realidad es dinámica, me dije, me digo, ¿me diré? Creo que ni ellos (subestimadores eternos) ni nadie (se corrige, alguien seguro que si) pensaron que llegaría un día como hoy, donde la contundencia de los hechos desacredita sus más urdidos montajes.

Retomó el rumbo hacia su hogar luego de pasar varias horas intercambiando pareceres, energías, manifestaciones, escuchando todo aquello que trasciende su mundo interior, sobre todo escuchando. Pienso en mi viejo, en su generación, en la clase intermedia de este país; ¡cómo la han venido jodiendo!; al instante se rectifica: ¡como se ha dejado joder!, apoyando causas que no son las suyas, mirando altaneramente, como por debajo de la nariz, buscando desesperadamente diferenciarse de aquellos a los que debería unirse (al menos intentar comprender) sin percatarse que han estado siendo utilizados, y que les han ofrecido a cambio (a modo de retribución) buzones decorados con vainilla y frutos del bosque que una vez abiertos (destapados) expulsan un tremendo olor a mierda.

Acaso hoy comience a tejerse algo cualitativamente superior, hago lo posible por no ilusionarme, no hay remedio, ya estoy convencido de ese algo nuevo que viene gestándose. Llegaré a mi casa, me daré una ducha y me sentaré a escribir. Las ganas de vaciarme lentamente me desbordan. Ha sido un gran día, será una gran noche, lo presiento.


3
¿Te consuela creer que el mundo conspira en tu contra?; ¿te hace sentir más liviano, te quita peso de encima?, te convierte en víctima, ¿disfrutas de es papel, no? Lo que no llegas a comprender es que se ingresa a ese lugar casi sin percatarse uno de haber cruzado la raya, mas salir implica otro tipo de esfuerzo.

Acaso no estás preparado para ese desafío, acaso nunca lo estés, tal vez tu vida no sea más que eso, refugiarse en universos vacíos, insulsos, leves. Tu voz repitiendo siempre las mismas historias, ya te cansaste de esa misma voz, lo se, aunque (hastiado hasta la manija) seguís ocupando el mismo rincón, porque cansarse y seguir con el verso es lo mismo que nada, o peor, es como un río que te arrastra a la desesperación. Te volviste un tipo huraño, escapás de la gente, inventas enemigos que apenas registran tu existencia, ¡frená con tanto rollo!, tenés el foco roto, mandalo a arreglar, carajo.

Salí de esa cueva intrascendente, fumigá esos bichos que merodean en tu sopa, equilibrá energías y a rodar, que la muerte pide la cuenta fuera de horario. Me das pena viejo, no se que hacer para que te levantes y andes, si tuviese ese poder, no, no esperes ayudas extraordinarias, no esquives el bulto, me exaspera tu pasividad, tu desgano, hasta los que te rodean maldicen el día en que se cruzaron en tu camino.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Historia de Amor. Capitulo Primero: El encuentro tan esperado

No es lo que aparenta. Es lo que María dijo de él. Lo único que pudo esbozar antes de que su voz, como su cuerpo, se quiebre como un árbol viejo. El pañuelo que sostenía su mano comenzó a deslizarse rozando sus dedos para acabar, finalmente, en el suelo de cerámica de la cocina. El clima era ensordecedor, el calor agobiante que emanaba del horno hacía que el clima gélido del exterior sucumbiera en un infierno donde el mismo diablo hacía su aparición. María confiaba en que ese ser que se hacía llamar su marido no lo era. Solo un traje de carne que algún demonio travieso usaba para hacer de cada uno de sus días más miserable que el anterior.

Jordan era del Líbano, había nacido allí y sus primeros años de vida fueron estrictamente libaneses, pero por obra del azar y de su madre (que era natural de Argentina) terminó su vida en América del Sur. No en Río de Janeiro, no en Santa Rosa sino en Buenos Aires.

Se conocieron en Jean Jaures esquina Corrientes, María, que estaba buscando trabajo, gano la poco peculiar costumbre de caminar con la vista dirigida al suelo, en busca de alguna moneda o – por qué no- billete extraviado en el mar porteño. Jordan perseguía el sueño de poseer un bulín donde tras arduo trabajo conseguiría algunas mujeres con el simple motivo de hacerlas sus putas y con ello ganar muchísimo dinero. Claro que todavía no tenía ningún contacto en la comisaría, claro que todavía no tenía ni para el primer mes de alquiler. Pero se conformaba con el sueño y con su trabajo: venta de joyas, bijou, marihuana y cocaína.

María era del Paraguay se había embarcado en una cruzada internacional en la búsqueda de una mejor vida. Había arreglado el traslado con un muchacho moreno, alto y bastante callado en la triple frontera, pero el buen hombre, evidentemente buscaba otro tipo de resarcimiento, más allá de los treinta y dos millones setecientos treinta y tres mil doscientos veinticuatro guaraníes que María le pago por el servicio de inmigraciones y transporte, ya que optó por violarla, quitarle los documentos, trasladarla a Posadas y hacerla mantener relaciones sexuales y chupar penes por dos pesos el polvo.

A María no le fue nada fácil escapar; le costó un año de su vida, la vida de un hombre y un poco menos que medio diente pero logró huir relativamente sin complicaciones. Otro año más le costó llegar a Capital Federal donde por fin, si dios quiere y la virgen santísima también, encontraría su destino.

María y Jordan se conocieron, como fue expresado anteriormente, en Jean Jaures y Corrientes. María buscando dinero, Jordan vendiendo su mercadería. Sus vidas se cruzaron en el momento justo en que los dos avistaron una pequeña moneda cuyo valor nominal de un peso la hacía más valiosa que todas las demás, por supuesto. Los dos se acercaron, agacharon y tomaron la moneda con una sincronía tal que sus movimientos, para un espectador atento, podrían haber parecido coreográficos. Luego de las obvias disputas que acarrean la necesidad de dinero mezcladas con la subjetividad inherente en los sujetos llegaron a un acuerdo; irían al kiosco más cercano, pedirían cambio y se llevarían la mitad del botín cada uno. El acuerdo les pareció lo más lógico y civilizado que dos personas envueltas en una disputa acarreada por la necesidad de dinero y, vamos, siendo ambos sujetos, podían hacer.

Una vez en el kiosco y ya teniendo sus respectivas mitades, sus ojos se cruzaron por casualidad y en una escena dignísima de la película más asquerosamente pegajosa de Hollywood decidieron invertir su preciado peso en un alfajor el cual compartieron sentados en la vereda, frente al Abasto.

Así fue la primer salida de María y Jordan. El resto se fue dando de una manera tan natural que ninguno de los dos pareció percatarse de los graves problemas psicológicos de su compañero.


Rabbit, de