domingo, 6 de diciembre de 2009

Jamás le creas al poeta

Jamás le creas al poeta. Cuando dice, se desdice y corona con flores el blanco deceso del caudal de amor. Llueve sobre los cuerpos. Llueve, llueve, llueve. Se inundan de nada las infinitas musas que caen en sus surcos.
Yo vi el calcáreo rostro del último hombre que alguna vez sintió. Sus arrugas se extendieron en pequeños conductos donde fluía la sal y su pesada espalda cargaba con el fardo característico de todo sobreviviente. Él me dijo con sus ojos “sentí, el fuego está vivo en mí, cuidá de él como si fuera el elemento vital”. Después de ese acotado diálogo no supe qué hacer con la muralla que era ¿derribarla o abordarla? Y, sin mas, volví a ser un fuego, pero no el mismo fuego: un fuego otro.
Creé en el poeta, o mejor creálo. Dejá que se desdiga con sus sentencias, pero nunca lo deshagas. Se destruye y construye en cada verso con la simultaneidad misma de la cópula de bacterias que pueblan las heces y las mareas de las modas paganas. No hay guerras ni religión. La guerra es un mono albino que se atragantó con un pelo de concha y la religión no es más que tal escena televisada. Lo único que alimenta los sueños y desierta las pesadillas es el amor; que a veces tiene aroma a piel y levanta temperatura, otras nos encuentra en los zapatos del otro, pero en casi todas sus formas se trata de saber compartir (y querer hacerlo, claro).
Entonces creé en el poeta. Siempre creéle al poeta. Es quien transmuta el viento en golondrinas, es el moderno alquimista de las palabras. El que sueña despierto y despierta dormido. Él traduce los M.M.O.O.R.R. en amapolas o terrores varios.
Yo no puedo más, me voy a ir de acá. Me voy a ir tan lejos que ni siquiera voy a tener que cruzar el umbral de mi dormitorio. Dormitorio que no es el mismo que el de Lorena, donde Luis encontró una canción...



Se desdijo Sanrod.

No hay comentarios.: