miércoles, 23 de septiembre de 2009

Agonía

Recostado en la cama del hospital, aguardaba por su muerte. Sabía que no tardaría demasiado en llevárselo, y eso lo tranquilizaba. No pretendía pertenecer a esa clase de gente que luchaba en forma heroica contra un hecho consumado, tratando de vencer inútilmente un destino ya escrito. El dolor aumentaba con el correr de los minutos; desde hacía dos semanas su cuerpo ya no era el mismo; parecía solo una sombra de aquel que corría de joven, ya fuera con la pelota en los pies o en aquellos meses del servicio militar. La piel se había teñido de un color verdáceo, el vientre lucía hinchado, la movilidad de las piernas, cada vez menor. Ahora trataba de resistir ante las puntadas que le aquejaban en el bajo vientre; su cara se ponía de un colorado furioso, como si las venas le fueran a reventar en cualquier instante. Luego el malestar desaparecía por un rato, y así, sucesivamente, la escena se repetía una y otra vez. Cierto es que no solo su vientre quedaba sometido a tamaños padecimientos; también su garganta (apenas podía tragar, ingiriendo solamente alimentos líquidos), su pecho, y hasta sus testículos.

La imaginación funcionaba, en aquella situación, como único refugio ante el incansable dolor, que lo perseguía día y noche para recordarle su mortalidad; pero él no necesitaba de aquel recordatorio; desde su juventud la muerte se interponía en su vida, llevándose a sus seres queridos, quitándole de a poco las ganas de seguir adelante; sin embargo, había recorrido un trecho tanto más largo del que había previsto 30, quizás 40 años atrás. No sabía exactamente que era lo que lo había movido a permanecer tanto tiempo en este mundo; no era su fe, por lo pronto; si bien había asistido cuando chico a un colegio católico, nunca le había interesado demasiado la religión. Se quedaba dormido en las clases de catecismo unas veces; otras, jugando a la pelota a unas cuadras de su casa. En fin, siempre había creído que en aquel instante en que el cuerpo dijera basta, ninguna religión sería capaz de acercar una solución al respecto.

Ya no estaban sus hijos alrededor suyo. Pero, para su sorpresa, no estaba solo. Una voz femenina le susurraba al oído. Le decía que lo amaba, que desde que nació supo que sería su hijo preferido. El buscaba la palabra adecuada para esa anciana que lo había parido, mas sobraba decir algo. La anciana le tapaba la boca dulcemente, con esas manos arrugadas, de pellejo flojo, y le besaba la frente. El la contemplaba con ojos resignados, cual si quisiera darle a entender que no valía la pena resistir, no en ese estado, no en esa cama que le hacía doler la espalda, no en ese hospital con ese olor nauseabundo. Ella no le hacía caso; al fin y al cabo, era su madre y no podía alentar a su hijo a abandonarse de esa manera. Por eso esta vez no podía apoyar su decisión. Es más, casi que le indignaba aquella actitud pasiva, un tanto cobarde.

_ ¿Como te sentís Mario?
_ Un poco mejor, no te preocupes.
_ ¿Cómo no querés que me preocupe, hombre? No te ves nada bien. Casi no tocas la comida, prácticamente no hablás…
_ ¿No querés ir a casa a descansar un poco?
_ Prefiero quedarme acá con vos, haciéndote compañía. ¿Te molesta que me quede con vos? Decímelo y me voy.
_ No, mujer. No exageres. Vení, sentate, estás incómoda ahí parada.

Su esposa se sentó en la silla ubicada al lado de la cabecera de la cama. Mario la observaba beber una botella de agua, no pudiendo reconocer en esa mujer que ahora le apretaba la mano y lo tapaba con las sábanas para que no tomara frío, a esa otra con la que se había casado 50 años atrás. Esa imagen lo angustiaba de manera tal que apartaba bruscamente sus ojos hasta detenerlos en el techo de la habitación. Buscaba en el cielorraso alguna mancha en la que concentrarse, acaso deseando olvidar rápido esa horrorosa escena. No tanto por su mujer, claro está; más bien, por él. ¿Cómo se vería él entonces? ¿Cómo lo verían los demás? ¡Como a un pobre tipo, carajo!; no, no, en ese estado no era posible continuar. Algún recuerdo, la imaginación, algo, si, algo, que lo arrancara de ahí y le diera una miguita de calma. Tal vez la muerte. ¿Por qué no? Tal vez.

Viajaba en el tiempo para reencontrarse con esa perrita callejera que lo había acompañado durante su niñez; si, nada menos que 10 años, hasta que quedó aplastada por la rueda de aquel camión. Le tiraba la pelota, ella corría, saltaba para atraparla, el sonreía, comprobaba que la agilidad de su mascota estaba intacta, que sus ojos, un tanto achinados pero vivaces, seguían brindándole esa paz que creía haber perdido hacía tiempo. Necesitaba que su perra estuviese ahí con él, en el hospital, entonces la alzaba, le daba algunas instrucciones para que no molestara a los demás pacientes (menos aún a sus familiares y a los médicos) y la dejaba corretear por la habitación. En algún momento hacía mucho ruido, más del aconsejado en un lugar así, y era en ese instante cuando Mario lanzaba una mirada apenas correctiva, y la perrita se acostaba junto a la puerta del dormitorio, en silencio, apoyando su babosa trompa sobre el suelo. De pronto, escuchaba que alguien se acercaba por el pasillo, y pensaba que venían a retarlo por la conducta de su perra. Aunque él, anticipando la situación, ya había preparado una respuesta contundente para aquel acechante reclamo: Tiene razón, es un poco revoltosa, pero es fiel como ninguna. Le prometo que se va a quedar quietita ¿Verdad que si, Manchita? Si no funcionaba esa táctica, habría que sacar un plan B de la galera; algo así como: es lo único que tengo, por favor, déjela quedarse, al mismo tiempo que un par de improvisadas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

_ ¿Cómo se encuentra, Mario?, preguntó la enfermera con tono amistoso.
_ En mi mejor momento. ¿No parezco un pibe acaso?

La enfermera no contestó, sintiéndose seguramente ofendida por su humor sarcástico. El, advirtiendo lo poco atinadas que habían sido sus palabras, trató de recomponer la charla.

_ Es probable que le parezca un viejo frío y odioso. Puede ser que lo sea. Pero no he sido toda mi vida así, eh. Me fui insensibilizando de a poco. Acostumbrándome con los años a toda esta mierda.
_ Usted ahora tiene que preocuparse por descansar. Nada más. Relájese y no piense en cosas feas.
_ No puedo dejar de pensar, querida. Las ideas se me amontonan, desordenadas, caprichosas, van y vuelven cuando quieren. Y lo peor es que no se achican ante el dolor. Se reproducen todo el tiempo, para joderme en las pocas horas que me quedan.

La joven tomó cuidadosamente su brazo y le aplicó una inyección. Quizás de esa forma podía descansar un rato.
Dormía, despertaba, había alguien en el cuarto además de él, en una cama parecida a la suya, con cables y aparatos por todos lados, no podía distinguir su cara, pero si su voz, era su voz, su inconfundible voz, esa que le repetía que tenía que seguir estudiando, que no se juntara con esos vagos, que si no fuera por su madre le hubiese metido una patada en el culo, mas el no quería escuchar, no en ese estado, ya había pasado mucho tiempo, no estaba para aguantar a nadie, se cubría los oídos con la almohada, ¿por qué tenía que soportar eso?, de ninguna manera, de ninguna manera.
El hombre recostado a su lado, preguntó:

_ ¿Necesita algo? Se lo nota muy afiebrado.

Se contuvo para no responder ácidamente, con esa ironía que se hacía carne en su cuerpo.

_ Le agradezco. No hay nada que pueda hacer por mí. Mucho gusto, Mario.
_ El gusto es mío. Mi nombre es Domingo. Por el general, vio. En casa éramos todos peronistas.
Lo seguimos siendo, en realidad.
_ ¿Ah, si? Y digame una cosa (sin poder manejar su temperamento). ¿Qué mierda significa ser
peronista hoy en día? Porque, una de dos: ¿O me volví pelotudo de viejo o me quieren hacer pasar por pelotudo?
_ No se enoje hombre. Si sabía que se iba a poner así, le decía que me llamaba Hipólito.
_ ¿Hipólito? Ah, mire que bien. Parece que es especialista en elegir nombres usted. Hipólito… El peludo tampoco se salva eh.
_ Pero con usted no se salva nadie.
_ Y claro. Si son todos iguales. Pensándolo bien, uno solo merece mi respeto.
_ A ver, diga. Vamos hombre, diga.

La entrada del médico interrumpió el diálogo. Mientras le realizaba una serie de exámenes a Mario, le indicaba al otro paciente que aguardara unos minutos, que en breve sería atendido.

_ No puedo más doctor. ¿Por qué no me da algo para dormir y no despertar más? Es en vano tanto esfuerzo.
_ Vamos, Mario, piense en su familia que está sufriendo por usted. Ponga un poco de voluntad.
_ ¿Están afuera, ahora?
_ Si, están su mujer y sus hijos. ¿Falta alguien?
_ El hijo de puta de mi ex jefe. ¿Puede creer que ni se dignó a pasar, aunque sea de compromiso, ese cretino? Trabajé 20 años como un esclavo en su empresita de cuarta. Así es la gente, doctor. Lo usan a uno hasta que no sirve más. Te exprimen, te sacan todo el jugo que tenés y después se cagan en vos. ¿Para qué sirve vivir de esta manera, doctor? Explíquemelo usted, porque yo, a mi edad, no lo entiendo todavía.

El doctor se retiraba pero los dolores seguían ahí, cada vez más punzantes, cada vez más frecuentes. No encontraba posición en la cama que le brindara un mínimo reposo. Y aunque su estadía en el hospital se veía convertida en un calvario, su lucidez se mantenía firme. Por lo menos, así lo creía él. Siempre había pensado que cualquier persona, en una situación semejante a la suya, perdería la razón, comenzaría a desvariar, a decir estupideces, pero no ocurría eso con él: sus pensamientos se acumulaban constantemente en su cabeza, como si persiguieran un solo objetivo: demostrarle que estaba vivo, que la gente que lo quería de veras merecía que peleara contra la muerte, pero no, no era justo ese argumento, no era justo que lo acusaran de cobarde, si tan solo supieran lo que él estaba sufriendo, si tan solo supieran el agujero que se siente en el corazón cuando se sabe que se está a punto de desaparecer y vivir no ha valido la pena, no en este mundo tan podrido, lleno de ratas escondidas bajo trajes caros, repleto de mierda, de basura que nos llega hasta el cuello.

Una mujer de cara angular y cuerpo voluptuoso caminaba hasta su cama y le tendía la mano; luego de levantarse enérgicamente, Mario rozaba su mano, la estrechaba y se dejaba llevar. En cuestión de segundos aparecían en una isla desierta, cubierta de arena y de palmeras, de cocos y de flores. El solo hecho de estar allí, alejado de la telaraña de la civilización, lo llenaba de esperanzas, cual si desde aquel pequeño lugar pudiese cambiar el mundo, como si desde aquel pedazo de tierra volviese a nacer.



BARRETO

1 comentario:

Fashion Chronicles dijo...

Hola Soy Julieta Dimeo, nose si te acordaras fuimos compas del modern, julia me paso el blog y estuve leyendo algunos textos tuyos, me gustaron, que estas leyendo? Yo tambien escribo de hecho estoy intentando compilar un libro pero lleva. Te queria dejar algo que me disparo una frase tuya del texto combinado con una frase de la gaviota de chejov y bueh a lo mejor es plagio o inspiracion, te lo dejo ojala te sirva como a mi me sirvio tu texto, Saludos che.

Vejez

- No tengo fuerzas para dejar de quererla, Nina. Desde que la perdí y empezaron a publicarme, la vida se me ha hecho intolerable, sufro… Es como si de pronto me hubieran arrancado la juventud y me parece que he vivido noventa años ya en este mundo. Treplev, La Gaviota, Chejov

Un alma llevada de nomada en exilios en un cuerpo cuyo calendario acusaba tan solo 20 y tantos. Forma una silueta complicada en la que se enroscan recuerdos, relojes y vida, Pero, cuanta vida es una vida? Cuantas almas es una alma? Cuanto recuerdo hay en esa esencia que se esencia en el envase epidérmico- cartílago- muscular alias carnalidad, Cuanta libertad hay en ese envase contenedor? Cuanto tope hay en la capacidad de almacenamiento?
Cuantos disfraces de costumbres hasta lo verdadero?
Cuantas almas son un sueño? Cuantos sueños son un alma?
Como cuenta el tiempo, esa esencia inmóvil, en una prisión constantemente deviniente? Envejece en arrugas un alma? Envejece en asonancia a su recipiente? Conjuga sus predicados con los adjetivos de la felicidad plástica de la que se acusa a una época? Escatima su eternidad o se prostituye en efemeridad? Ahorra en esperanza o se derrocha en esperas? Enferma de Amor o de pasiones? Juega con la muerte o le hace trampa? Se duerme al despertarse o se despierta al dormirse? Busca o encuentra? Lamenta el olvido o el recuerdo? Es tan divinamente rasgada o tan existencialmente creada?
Un alma que puede escurrirse en los días, que puede ahorrarse las vueltas y ¾ de los años, como es que pesa con la vejez de lo inmemorable? Como es que añora lo innombrable? Como es que se extraña en lo bello, pero se deja contemplar en lo mundano? Es un contraluz de lo asequible? Un alma, es el ser o el humano? Es casta posibilidad o tan solo mera elección? Es la excusa o la justificación?
Es mi vejez...Tu adicción a lo inmutable o tu enfermedad de duración?

ah la frase era:Desde su juventud la muerte se interponía en su vida,