domingo, 19 de abril de 2009

El valor de la vida

Fernando yacía en su cama. Mientras se desperezaba, envuelto en las sábanas, comenzó a pensar lo que le depararía su día. Llevar a los chicos al colegio, trabajar hasta las 8 de la noche, ir a visitar a su padre, juntarse a comer con los muchachos. La rutina me está agobiando, pensó.

La habitación se encontraba repleta de cuadros con los rostros de jugadores de Independiente de todas las épocas. Un póster de Bochini abarcaba buena parte de una de las paredes del cuarto.

Fernando se levantó de la cama silenciosamente para no despertar a su mujer. Entró al dormitorio de sus dos hijos y les avisó que el desayuno iba a estar listo en 10 minutos. Le dio un beso a cada uno, y se dirigió hacia la cocina.

Luego de preparar las tostadas, el jugo y el café con leche, decidió pegarse una ducha.
Al ingresar a la bañadera y abrir las canillas, notó que el agua salía fría. ¿Se habrá apagado el calefón?

Salió al patiecito lindero con el baño y comprobó que el calefón no estaba funcionando. Allí mismo recordó los fuertes vientos que se desataron a la madrugada. Debe haber sido eso, balbuceó, consciente de que era necesario cubrir el calefón con nylon para que no volviese a ocurrir lo mismo.

Al observar la hora en su reloj pulsera, advirtió que si esperaba que el agua de la ducha se calentara, sus hijos llegarían con retraso al colegio. Suspendió su higienización temporariamente.
Al dejar a sus hijos en el Instituto Moderno de Educación Integral, emprendió camino hacia su trabajo.

Cuando llegó a la remisería, su jefe lo aguardaba para conversar con él.

-Fernando, necesito un favor.
- Decime, en que te puedo ayudar?
- Uno de los choferes de la noche no puede venir y necesito que lo cubras.
- Si, no hay problema. Tenía que hacer un par de cosas pero las dejo para mañana.
- Muchas gracias, me salvaste.

Mientras su jefe se retiraba, Fernando imaginó lo arduo que iba ser su día. Debía avisarle a su padre que no pasaría por su casa esa noche y a sus amigos que no lo esperaran para el asado.

Tomó el celular y realizó dos llamadas para suspender ambos compromisos. Acto seguido, la recepcionista le encomendó su primer viaje del día: Hipólito Irigoyen 1984.

Luego de trabajar 24 horas seguidas, su cuerpo lucía extenuado. Eran las 7 de la mañana del día siguiente. El maratón de viajes, pasajeros, lomas de burro y semáforos parecía haber concluido.

Mientras la recepcionista le pagaba lo que le correspondía por su jornada laboral, dos jóvenes ingresaron a la remisería.

-Tendrías un auto? Vamos hasta el Shopping, dijo uno de ellos.

Automáticamente, Fernando despachó su mirada hacia a la recepcionista, dándole a entender que él los llevaría.

-Llevo a los muchachos y me voy a casa a descansar Mónica, le dijo, y se retiró al automóvil.

Los dos jóvenes siguieron sus pasos. El más gordo, subió adelante, mientras el otro se ubicó en la parte trasera.

Unas cuadras antes de llegar al Shopping, Fernando tuvo un presentimiento. No logró descifrarlo del todo. A los pocos segundos, el pasajero sentado al lado suyo, sacó un revólver de la cintura.

El otro sujeto, le gritó:
- Quedate piola y hace lo que te decimos porque te bajamos.
- Llevate todo lo que tengo flaco, pero no me hagas nada.
- Doblá acá y dale todo derecho.

Fernando notó rápidamente que quien estaba detrás suyo, con la cabeza rapada y unos lentes de sol, era quien llevaba la voz cantante. Intentó advertir si los pasajeros estaban drogados o borrachos. No, no lo estaban. Al menos, no lo notó.

-Escuchá, te doy todo, pero dejame ir.

Ni bien termino de hablar, recibió un culatazo en la cabeza.

-La concha de tu madre. Yo soy el que digo lo que hay que hacer.

El gordito que iba adelante, permanecía callado. Exhibía un tatuaje con una serpiente en uno de sus brazos. Fernando no olvidaría ese tatuaje más tarde.

Durante 20 minutos, recibió reiteradamente en su cabeza violentos culatazos por parte del delincuente pelado.

-Flaco, no me pegues más. Sos enfermo? Te dije que te doy todo.
-Encima te haces el gato? Puto, te voy matar.

Fernando les avisó a los sujetos que debía parar en una estación de servicio a cargar gas, mientras ideaba su intento de escape. Se llegan a bajar del auto, y me voy a la mierda, con surtidor y todo, repetía para sus adentros.

-Te haces el loco y te bajo, dijo el pelado.

Al acercarse el muchacho de la estación de servicio para llenar el tanque, el gordo le apuntó con el arma. La cara del joven se transformó, palideciendo súbitamente.

Los delincuentes se quedaron en el automóvil. El plan de fuga, abortado.

Salieron de la estación de servicio.

El pelado le pegó nuevamente con el revólver en la nuca. Fernando no aguantaba más. Se sintió resignado, ultrajado, sin ganas de nada.

-Matame de una vez hijo de puta. Me estás pegando desde hace media hora. Me tenés las pelotas llenas. Sos un enfermo de mierda. Matame y dejame en paz.

Su rostro lucía desencajado. Estaba fuera de sí. Chorreaba sangre de su cabeza.

-Pará el auto acá maricón, le gritó el que estaba atrás.

El automóvil se detuvo. Lo único que falta que estos forros me metan adentro de la villa.

- Mira que yo del auto no me bajo ni en pedo, dijo.

A los pocos segundos, Fernando era arrastrado por el suelo. Lo tenían tomado de los pelos. Lo llevaban hacia una loma. Fernando no podía imaginar con lo que se iba a encontrar del otro lado de ella.

Era como un muro, como una especie de barrera natural que dividía el paisaje social.

Su mente estaba demasiado averiada. La lucidez escaseaba.
Al pararse en la cima de la loma, sus huesos se helaron.
Dejó de sentir su cuerpo.

No pudo dilucidar con precisión lo que sentía en ese instante. Miedo? Impotencia? Bronca? Odio?

Fernando tuvo ante sus ojos un conglomerado de gente hacinada, amontonada una al lado de la otra. La pasta base, el poxi-ran, la cerveza, invadían el lugar, robándose el papel de actores principales.

- Yo ahí no me meto ni loco, les gritó, mientras forcejeaba con el pelado.

A lo que este le replicó:

- No mires a la cara pedazo de puto.
- Vos si que sos gracioso. Hace 40 minutos que me estas pegando y ahora no queres que te mire.

Paralelamente, el gordo se iba alejando. Se metía tranquilamente dentro de la villa. Algunos lo recibían como a un héroe.

- Date la vuelta y raja de acá pancho, le señaló el otro sujeto, apuntándolo.

Si me voy de espaldas, este me tira un a quemarropas, pensó Fernando.

- De espaldas no me voy flaco. Andate vos primero.
- Querés que te mate gil? Hace lo que te digo.

Desobedeciendo las órdenes del pelado, Fernando entró a caminar, con sus ojos fijos en el sujeto.
Cuando lo tuvo lejos de su alcance, empezó a correr. Con desesperación. No sentía las piernas. Su mente estaba en blanco. La sangre desprendida de su nuca formaba un camino en el suelo.

De repente, escuchó la voz de una señora:

- Te acaban de robar, no?
No, no me mires. Acá me conocen todos. Seguí caminando.
El gol que está a dos cuadras es tuyo, no?

Fernando asintió con la cabeza.

- Camina unos pasos más que ahora te tiro las llaves del auto. Estaban tiradas en la vereda.

Siguió caminando. Luego de dar unos diez pasos, algo cayó delante de su cuerpo, en plena calle. Eran las llaves.

Corrió hasta el auto, encendió el motor y arrancó a toda velocidad.

Le habían robado 200 pesos, un pulóver y una cadenita de oro que le habían regalado sus hijos.

Todo el trayecto hacia su casa fue monopolizado por un solo pensamiento: que poco que vale la vida, carajo.

Por Barreto.

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