martes, 4 de agosto de 2009

Carta a un hermano en el exterior

¿Cómo andas hermano querido? Si, es verdad, hace mucho que no te mando una carta. ¿Cuál fue la ultima? Mínimo un ano atrás, o dos, ya se me olvidó.
Si, ya se que ahora nos hablamos por e mail, pero tenia ganas de sentir esto otra vez: esto de agarrar una lapicera, el papel y dejar que las palabras fluyan. Vos sabés mejor que nadie que cuando escribo me siento otro. Me relajo, el cuerpo deja de estar tenso, las ideas brotan con mayor claridad; en síntesis, me siento vivo, si, creo que es esa la palabra.
Aunque tengo que confesarte que no escribo con frecuencia. Y si, la vida es así. A medida que pasan los años queda menos tiempo para hacer las cosas que a uno le gustan.
Cada vez más obligaciones, más responsabilidades. Siempre apurado, corriendo de aquí para allá.
Quisiera jubilarme ahora. Si, a los 38. Bueno, por ahí estoy exagerando un poco. Siempre fui un poco exagerado, ¿no? Que se le va hacer, viene en los genes; pero si vos no sos así; el viejo si; todavía no es momento de hablar del viejo; más adelante, si; primero quiero contarte otras cosas.

La gorda esta gigante; ya tiene dos años; quiero que la conozcas negro, salió linda como la madre; Maxi ya pasó a primer grado; ¡la pucha, como pasa el tiempo! ¿Te acordas cuando éramos pibes, yendo a la casa de los abuelos y revoleándonos limonazos en medio del cuerpo?; ¡como picaban!, vos tenias más fuerza que yo, por eso terminaba siempre llorando en un rincón
¿Las mellizas? ¿Siguen tan bravas como antes o ya pasaron esa etapa de rebeldía? Sacaron el carácter de la madre
¿Cómo anda mi cuñada preferida? Ya se que es la única cuñada que tengo, pero si tuviese otras, seguiría siendo mi preferida.
Espero que bien; se los extraña por acá. El otro día lo hablaba con Cristina; comentábamos que desde que se fueron a Barcelona, las cosas no son iguales; nos falta algo; ustedes son nuestra única familia; me entendes, ¿no?; pienso que a vos te debe pasar lo mismo.

En realidad, doy vueltas para no ir directo al grano. Claro que me interesa saber como anda la familia, pero para eso no hace falta que te escriba una carta; basta con los contactos que tenemos por email cada tanto; y respecto de mi placer por la escritura, sabes que es cierto; sin embargo, en este caso ha servido de excusa, de introducción para llegar a lo importante: el viejo.

Vos te preguntarás qué pasa con el viejo. Es lo mismo que yo me pregunté ese día. Hace tres meses de esto negro; no me animaba a decírtelo, pensé que me ibas a dar por loco; no, que voy a estar loco; todo lo que te cuento a continuación no tiene ni un pelo de mentira. Al principio, ni yo lo podía creer; con el paso de los días lo tuve que aceptar, no me quedó más remedio.

20 de abril del 2009

Eran las ocho PM. Cristina y los chicos no estaban en casa, habían ido a un cumpleaños, y yo estaba con antojo de ñoquis caseros. Hacía ya unos meses que no los preparaba. Como estaba aburrido, limpié la cocina y me puse a amasar. Hay veces que la cocina puede funcionar como una terapia. Por lo menos, a mi me sucede eso. Lo mismo que con la escritura.

Eran las diez PM. La salsa estaba lista; a los ñoquis les faltaban unos minutos de cocción. Abrí un vino, de esos que guardo para las ocasiones especiales; me serví una copa; hice la degustación correspondiente; estaba delicioso, el acompañante ideal para una buena pasta casera. No lo sabía aún, sin embargo, presentía que esa noche iba a ser especial.

Pasadas las diez y treinta comencé a comer. La verdad, tengo buena mano para la cocina. El desorden que dejo en la mesada y la poca frecuencia con que cocino, son otra cosa. Lo dejo para mis detractores.
Comía en silencio. Me agrada hacerlo así. Sin el sonido de la televisión o incluso de la radio. Solo escuchando el chasquido de mi lengua cuando tomo el vino o el glup glup de mi garganta al tragar.

Recuerdo con precisión ese momento. Pensaba en tomarme unos días de vacaciones en el trabajo. Tal vez, viajar a algún lado, aprovechando el feriado. Fue en ese instante cuando sentí que no estaba solo en la casa. Flotaba en el aire una presencia extraña. Imaginé que era el vino quien estaba provocándome efectos alucinógenos, pero no, no era el vino. Notaba que había algo o alguien detrás mío.
Con el rabillo del ojo, traté de identificar lo que había a mis espaldas; solo pude ver el microondas encima de la mesada. No me animaba a darme vuelta. Aunque sabía que eso seguía allí, aguardando silenciosamente a que yo tomara coraje; trataba de juntar fuerzas para enfrentar lo que el destino había puesto en mi camino; ahora lo lograba y giraba la cabeza y el cuerpo entero, solamente que mis ojos no podían creer lo que tenían enfrente.
Me froté la cara con las manos; no había caso, continuaba ahí.

Me levanté de un salto de la silla y corrí hasta mi dormitorio. Cerré la puerta con llaves y esperé. Me senté en la cama, mirando fijamente la puerta de la habitación. Pasaron cinco minutos, diez, quince, y nada. La casa permanecía silenciosa y vacía. Dándome ánimo en voz baja, caminé con pasos firmes y lentos hasta el living. Ahí estaba de nuevo, cruzado de piernas, sentado en uno de los sillones. Temblaba, no me quedaba quieto, y una fuerza casi sobrenatural me atraía hacia él. El viejo, nuestro viejo, me miraba con ternura, con esos ojos protectores de siempre. Yo me sentaba a su lado, aunque no salía del asombro. Creía haberlo visto todo en mi vida; estaba equivocado.



Es probable que este espacio en blanco no signifique nada para vos. En cambio, para mí, lo significa todo. Desde aquel día en que el viejo se me presentó en casa sin avisar, las cosas se han puesto un tanto difíciles. Adivino lo que pensás al leer esto: ¿cómo es posible que se me haya aparecido el viejo si murió hace diez años? No creas que no me hice la misma pregunta; no encontré ni una sola respuesta mínimamente sensata. El me decía que había venido a ayudarme; que necesitaba de sus consejos, de su experiencia; en fin, la explicación no me convencía.
Es verdad que los primeros días estaba feliz de tenerlo ahí, conmigo, otra vez. Con el correr de las semanas todo cambió. Su presencia comenzó a incomodarme; tenía que esconderlo en el altillo para que no lo vieran, pasarle comida, acomodar lo que desordenaba; hacía malabares para que nadie sospechara nada.

El viejo parecía estar disfrutando con esa situación. Como si no se diera cuenta de que mi mal humor iba creciendo a medida que pasaban los días. En realidad, lo que más me molestaba del viejo era esa manía de aconsejarme, de decirme como tenía que manejar mi vida. Ya no era un adolescente; debía aceptarlo de una buena vez.

Una noche Maxi subió al altillo a buscar un juego de mesa; yo, recién salido de la ducha, escuché unos ruidos en la parte de arriba de la casa. Imaginando que era el viejo quien hacía semejante alboroto, entré corriendo al altillo, con la bata de baño todavía puesta. Maxi, parado encima de una escalera, revolvía uno de los estantes. Mi repentina entrada hizo que gritara del susto, casi cayéndose al suelo. Aunque me sentía aliviado, esa escena no podía repetirse. El viejo ya no seguiría viviendo en la casa.

A regañadientes, y luego de un par de horas dedicadas para convencerlo, aceptó mudarse al departamento de la calle Suipacha. No lo estábamos alquilando en ese momento, por lo tanto, parecía la solución perfecta.

El viejo comenzó a comportarse de manera extraña. Lo había llevado al departamento una madrugada para que no fuera visto por nadie. Le llevaba comida todos los días, pasaba a saludarlo un rato a la tarde; sin embargo, no se conformaba; pretendía vivir de la misma forma que el resto de la gente; ir a comprar el diario a la mañana temprano, reencontrarse con algunos viejos amigos; no entraba en razones; decía que yo no era nadie para darle órdenes.
Un día llegué al departamento y me crucé con la señora que vive justo arriba del viejo. Se quejaba; me reclamaba que la música sonaba a todo volumen el día entero; yo le aseguraba que no volvería a pasar.

La decisión estaba tomada; debía matar al viejo. Por más que lo amara demasiado, era la única forma de seguir con mi vida. Su presencia me resultaba insoportable; como una carga que ya no lograba sostener. Entré al departamento cuando estaba durmiendo, tomé una almohada y la apreté contra su cara durante un minuto. Con los ojos empapados, fui hasta casa y le conté toda la verdad a Cristina. Ella no me creyó.

Ruben: esta carta te la escribió tu hermano hace unos días. No sabía si mandártela; no quería preocuparte. Hace una semana lo tuve que internar en un neuropsiquiátrico. Como lo habrás notado en estas líneas, su salud mental se deterioró durante el último mes. ¡Esa maldita enfermedad volvió para destruirnos a todos!
Comunicate conmigo cuando puedas. Realmente, los necesito mucho. Ya no puedo más luchar sola.
CRISTINA



BARRETO

1 comentario:

MSR dijo...

Qué producción!! Estás con el genio a mil!!
Me encantaron los tres cuentos.

El de "Los otros, yo"... sublime. Creo q te va a costar superarte, xq es sencillamente perfecto. Las imágenes q proponés, los descansos, sin palabras.
El de "situación límite" me gustó mucho, tiene una atmósfera alrtiana flotando en el aire... todas esas cavilaciones, esos pensamientos mascullando en la cabeza, tanto mambo junto en cuestión de segundos. De una pavada, un mundo... ilustra con fidelidad la realidad.
Respecto a "carta a un hermano en el exterior", excelente debut en el género "epistolario". Cortazariano diría, x el final trágico. Detesto los finales felices y por eso me sedujo.

En tus cuentos anteriores hacía pausas en la lectura, xq según mi parecer había detallesitos q hacían mucho ruido... pero estos tres me los comí de un tirón.

APLAUUUUUUUUUUSOS!!

Marto.