martes, 5 de enero de 2010

Sangre, sudor y lágrimas

Capítulo 1


Correr. Era en lo único que podía pensar mientras las penumbras lo ahogaban aumentando aun más su terror. La noche albergaba gritos desesperados en la lejanía pero el se permitía escuchar solo el sonido de su propia respiración y a su corazón que pedía a gritos que parase, que le deje oxigenar su adolorido y cansado cuerpo pero sabía que eso era imposible; su corazón resistiría que lo sobre exija, un desafortunado encuentro con sus persecutores era una exigencia que ningún corazón, humano o animal, hubiera podido resistir.

Tenía claro que para alejarse del centro, debía cruzar la 9 de Julio pero exponerse de esa manera, cruzando tan abismal trecho, era demasiado arriesgado. Ellos eran más rápidos, más fuertes y estaban deseosos de encontrarlo. Las calles, manchadas de sangre, albergaban destrozados cadáveres putrefactos, esto no le resultaba raro. En absoluto. Era la horrible cotidianeidad de sus días. Como el olor a muerte: ya era habitual en todas las ciudades; las sociedades humanas fueron diezmadas, solo algunos podían llamarse “libres”. El hedor metálico de la sangre lo invadía. Podía saborearlo, muchos no lograban sobrellevar esa pesadilla. El terror constante de no dormir de noche, de temblar por cada sonido extraño, por cada suspiro del viento, dudando de todo y de todos. Muchos preferían morir con dignidad antes que vivir, palpar la muerte día a día.
Pasando la calle Florida decidió refugiarse en una galería destruida. Después de todo era un simple humano, necesitaría recuperar sus energías en caso de que tuviera que pelear. Era un hombre de complexión grande y muy rápido para su tamaño, las condiciones en las que vivía lo obligaron a explotar hasta el extremo su fuerza.

Penetró con cautela la desolada fortaleza que una vez fue un centro comercial donde, otrora, miles malgastaban sus vidas adquiriendo cosas que nunca necesitarían. Deseó no encontrar supervivientes, si algo había aprendido de sus días en la resistencia es que un grupo de hombres se delatan fácilmente, uno solo se mantiene callado y, por ende, vivo. La densa atmósfera de la galería (mezcla de sangre fresca y putrefacción) le resultaba casi insoportable; era el bao de los muertos: comenzó a inspeccionarlos, no sin asco, buscando algo que le fuera de alguna utilidad. Comenzó su búsqueda con el primer cuerpo que vio o mejor dicho, que percibió. La oscuridad era demasiada, no podía más que ver sombras. Dudó un momento. Estaba conciente de que cualquier tipo de luz, por más tenue que fuera, podría alertar a los chupasangre. Pero no tenía otra opción moriría de todas maneras si no encontraba comida, agua o un arma. Encendió su Zippo y un recuerdo fugaz llenó sus pensamientos.

Fue un hermoso día de primavera, mucho antes de que comience la escasez de cigarrillos (y la aniquilación humana), el día de su cumpleaños número veinte. No se destacaba por su sociabilidad ni por el afecto de su familia. Siempre estuvo más cómodo en la soledad, como un presagio de cómo viviría en el futuro… o moriría. La única persona que hubiera dejado acercarse era una mujer. No era hermosa pero su corazón daba un vuelco cada vez que la veía pasar y si en algún momento se paraba a hablarle sentía como si lo arrojaran de un avión, a miles de metros de altura con un paraguas en vez de un paracaídas. Ese día hablaron, fue una charla tonta, el tipo de charlas que uno tiene con el tipo de la farmacia cuando va a comprar Demerol con una receta falsificada. Pero con una diferencia: esta vez logró mantener su antipatía al mínimo. Hablaron un buen rato, el le contó de su cumpleaños, se presentaron formalmente y le pidió que le contase qué hacía de su vida. Notaba que la mujer decía lo que, suponía, quería escuchar: una vida feliz, feliz. En el momento justo en que el la iba a invitar al cine o a hacer-cualquier-cosa-que-ella-quiera, como una broma cruel le dijo que debía irse pero prometiéndole volver lo antes posible.


Concluirá eventualmente Rabbit

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